LUGARES Y PALABRAS

El zoco chico y la estereofonía de los sonidos

Por Santiago De Luca (*)

Dentro de la parte amurallada de la ciudad se encuentra el Zoco Chico, antiguo centro social y comercial del casco viejo de Tánger. Se le denomina Zoco Chico porque fuera de las murallas está el Zoco grande. Este espacio rodeado de cafés y callejuelas que se pierden en otros pasajes tortuosos y estrechos forman una plaza seca donde se producen los más diversos encuentros. El Zoco Chico además de ser un espacio urbano, es un lugar literario. Su perímetro contiene una densidad literaria atravesada por las palabras de los muchos escritores que los construyeron verbalmente a lo largo de la historia. La especialista marroquí, Randa Jebrouni, en la relación de Tánger con la literatura, lo describe como un gran patio o el Patio de la ciudad, un espacio que articula lo interior con lo exterior porque está dentro de la parte amuralla, pero todas las calles pequeñas y enmarañadas de la Medina convergen en este centro abierto. Las casas de cambio que aún hoy están cerca muestran el poder económico que emanaba de esta parte de la ciudad. Y de esto último, todas las actividades secundarias que le brotaban a su alrededor: curtidores de pieles, tintoreros, plateros, caldereros, barberos o alfombristas.

También Randa Jebrouni menciona el cielo. Mientras caminamos por las callejuelas sólo se puede ver un trozo de cielo, pero en este punto de encuentro, en esta pequeña plaza rodeada de cafés, el cielo se abre y hay una mayor claridad. Un espacio interior abierto a las palabras de los múltiples encuentros. De hecho, al Zoco Chico también se lo puede llamar Zoco Interior (Asúk adájali). La verdad es que, sentado en uno de sus cafés, en las conversaciones superpuestas y en el tono alegre, se advierte que hay algo de patio en este espacio. Y se sabe, nosotros lo hemos aprendido de la historia fecunda de los conventillos, los patios tienen una función social porque es un lugar donde se encuentran las miradas y las palabras.

El Zoco Chico es un zoco y una plaza a la vez. Zoco por la actividad comercial y plaza por la mezcla de gentes y actividades sociales no ligadas al comercio, sino a la festividad del patio. Está rodeado no sólo de una enredadera de calles pequeñas, sino de palabras sobre palabras que se continúan en múltiples diálogos a lo largo del tiempo. Entre éstos, hubo uno que tuvo este lugar como centro de referencia. Primero fue el escritor cubano Severo Sarduy. Después de visitar Tánger, publicó una descripción del Zoco Chico en la revista francesa “Tel Quel” en 1971 en un artículo que se tituló “Tánger”. Después fue Roland Barthes. En su libro “El placer del texto”, aparecido en 1973, cita la descripción de Sarduy, pero escribe su propio registro de este espacio. “Un día, a medias dormido sobre el asiento de un bar, intentaba por juego enumerar todos los lenguajes que entraban en mi audición: músicas, conversaciones, ruidos de sillas, de vasos, toda una estereofonía cuyo lugar es una plaza de Tánger (descripta por Severo Sarduy) (...) yo mismo era un lugar público, un zoco; pasaban en mí, se formaban como si ésa hubiese sido la ley de ese lenguaje”. Barthes habla de las palabras, de los trozos de sintagmas o de los finales de fórmulas que llegan a uno cuando se están sentado en uno de los cafés del Zoco Chico. Pero ninguna frase completa. La estereofonía de lo incompleto, la fragmentación lingüística. Siete años después de la muerte de Barthes, en 1987, es Sarduy quien continúa las palabras de Barthes y vuelve a escribir otro texto sobre el Zoco Chico donde sostiene que España se ve allí desde abajo como un norte utópico y cercano.

Luego utiliza la misma palabra de Barthes para describir la superposición sonora. “Estereofonía del Zoco Chico: el suelo está inclinado; la plaza, a la escucha dos ciudades. Voces que se anulan bajo la voz, siempre presente, de Oum Kalsoum”.

El escritor marroquí contemporáneo Mohamed Chukri escribió un libro que se llama como este lugar, Zoco Chico. Publicado por la editorial Cabaret Voltaire y traducido al español por la filóloga Karima Hajjaj, este libro despliega un personaje que observa la vida desde los cafés de este zoco donde fluye su conciencia: “Pido un café y una tostada con mantequilla y mermelada. En este café habrá más de doscientas personas sentadas. Afluyen muchos transeúntes a la plaza. Algunos entran al café. Los que están instalados no abandonan sus sillas como si estuvieran afectados por una enfermedad sedentaria. Al menor ademán de ponerme de pie, los que esperan se precipitarían sobre mi asiento”. El café Central, el Café Tingis o el Café Fuentes, que rodean este ombligo literario, están presentes en su obra. A pocos metros de acá se encuentra la iglesia española, la mezquita más antigua de la ciudad y la calle de las sinagogas. En algún momento, se podía percibir a la vez, desde los bares, los sonidos del almuédano, los salmos de los judíos y las campanadas de la iglesia. La estereofonía. También había lugar en estas sillas para los escépticos. Yo me imagino a Chukri entonando algunas de las estrofas de “Cafetín de Buenos Aires” de Discépolo. Me cuentan que el autor de “El pan a secas” sabía algunos tangos de memoria.

La literatura ha elevado el antiguo Zoco Chico a la categoría de símbolo de la ciudad. Yo siento que si este lugar desapareciera toda la ciudad se derrumbaría. Y con ellas todos los libros que lo construyeron con más firmeza que el cemento.

(*) Desde Tánger.

 

En algún momento, se podía percibir a la vez, desde los bares, los sonidos del almuédano, los salmos de los judíos y las campanadas de la iglesia. La estereofonía. También había lugar en estas sillas para los escépticos.