Crónicas de la historia

Los Niños Cantores de la Lotería Nacional

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Los niños cantores de la loteria nacional. captura internet.

 

La designación inspira un sentimiento parecido a la ternura: Los Niños Cantores. No se trata -claro está- de un grupo coral. Los Niños Cantores de la Lotería Nacional estaban contratados para transmitir los números de sorteo que salían de dos enormes bolilleros de vidrio. No sé si eran afinados, pero está claro que su ocupación era la de cantar los números impuestos por las leyes del azar. Eso era lo que se creía en principio. Por lo menos es lo que se creyó hasta que la opinión pública tomó conocimiento de que los niños no eran tan niños ni cantaban tan bien.

El inicio de esta historia puede tener tono tanguero, porque la primera escena se desarrolló en el mítico Café de los Angelitos de Rivadavia y Rincón, como nos lo recuerda Cátulo Castillo y la entona entre otros Libertad Lamarque, Alberto Marino y la Tana Rinaldi. En ese augusto lugar, algunos de estos “niños” -puede que algunos de sus padres también- se reúnen con el señor Sabino Lancellotti.

Por lo que se pudo saber, la reunión no era para tomar un inocente café o “enredarse en los hilos de humo”. Tampoco para evocar los tiempos de Gabino y Cazón los tonos de Betinotti o la tragedia de Dorrego narrada por Roberto Casaux. Lancellotti era tornero y, según se cuenta, de los mejores. Los Niños le habían encargado que modelase una bolilla idéntica a la de los sorteos de la Lotería, bolilla que debía tener unos gramos más de peso para asegurar que saliera en el momento culminante, cosa que el niño de turno la cante con su melodioso tono de voz para regocijo y júbilo de sus parientes y amigos.

Estas bucólicas reuniones ocurrían a mediados del año 1942. Gobernaba en el país Ramón Castillo, un típico exponente del régimen conservador que acababa de suceder a Roberto Ortiz, cuya renuncia por motivos de salud llegó a parecerse mucho a una suerte de golpe de Estado propiciado por quienes no le perdonaban sus tímidos intentos por reformar el sistema electoral fraudulento.

El mundo para esa fecha ya estaba metido de lleno en lo que se conoce como la Segunda Guerra Mundial. Los nazis controlaban a Europa y avanzaban hacia Moscú. Los yanquis libraban su guerra en el Pacífico. Y Rommel y Montgomery medían fuerzas en África. En América Latina las dictaduras bananeras estaban en su apogeo, mientras que en la Argentina los militares nacionalistas y su corte civil de antisemitas que no disimulaban sus simpatías con el Eje, se preparaban para el asalto al poder, faena que habrían de concretar un año después.

El 31.025

El 24 de julio, una semana después de la muerte de Ortiz, los Niños ensayan el operativo. El número a “dibujar” es el 25.977. La maniobra se cumple a la perfección. El azar ha sido vencido. Los Niños lo lograron. Los bolilleros sacan los números que a ellos se les ocurren. A ellos y sus socios en el emprendimiento.

El gran operativo se celebra el 5 de septiembre de 1942. El sorteo habitualmente dura una hora y se organiza con la asistencia de tres turnos de tres “boys scouts” cada uno. Todo sale a pedir de boca. El número “mágico” será el 31.025. Los Niños se han ocupado mientras tanto de comprar ese número a través de algunos cómplices. El botín obtenido justifica tantos desvelos: 300.000 pesos en una Argentina donde un trabajador gana 200 pesos mensuales.

Según se cuenta, el notario legalizó el sorteo y los Niños con sus padres y sus socios cobraron y se prepararon para festejar. Lo que no previeron los astutos cantores era la acción, no de la Justicia pero sí de una comisión investigadora creada en el Congreso y presidida por el diputado radical Agustín Rodríguez Araya. Tampoco tomaron recaudos para disimular el hecho de que el número sorteado se conocía desde una cuantas horas antes y una verdadera multitud apostó por la terminación, el 025.

El régimen conservador de esos años realizaba con esta maniobra su parábola perfecta: el fraude en las urnas y el fraude en la Lotería.

Alguien dirá que los conservadores fueron inocentes. Es una opinión. Por lo que se sabrá luego, en el negocio de la Lotería estaba involucrados políticos, jueces, legisladores y estancieros. Ellos, sus parientes y socios. Todos recibían “décimas” de regalo. En el negocio se beneficiaron, además, parientes de ex presidentes y autoridades de la Iglesia Católica.

Los Niños en ese sentido fueron, como se suele decir, la punta del iceberg o la gota que rebasó el vaso. La corrupción en la Lotería no la inventaron ellos, era una afición de larga data. El conocimiento de esa realidad es la que dio lugar a la constitución de una comisión investigadora que contaba, además de la presencia de Rodríguez Araya con la participación de los diputados Roberto Lobos, Carmelo Piedrabuena, Jacinto Oddone, Luciano Paltier, Fernando de Prat Gay y Atilio Giavedoni.

El protagonismo central estuvo a cargo del animoso legislador radical. La Lotería Nacional creada en 1895 con el objetivo de “sostener la beneficiencia de los menesterosos y desamparados mediante la construcción y sostenimiento de hospitales y asilos públicos”, durante un tiempo contó con un merecido prestigio. Hasta que estallaron los escándalos conocidos.

Los “angelicales” niños

Los primeros en ir presos fueron los Niños que, como se podrá deducir a esta altura del partido eran robustos adolescentes, algunos al borde de la mayoría de edad. Los delitos fueron probados y las condenas fueron de tres y cuatro años. La opinión pública contemplaba con estupor y desconsuelo cómo “los angelicales niños” devenían en estafadores y delincuentes. Uno de ellos hizo declaraciones públicas para explicar lo sucedido. Estas declaraciones merecen conocerse por su actualidad porque constituyen algo así como el manual del buen corrupto argentino, una suerte de oración laica para iniciarse en estos menesteres.

Dice este buen muchacho: “¿Qué quieren? Casi todos viven bien y gastan más de lo que tienen. Y todos lo ven y lo saben y nadie dice nada. ¡También nosotros tenemos derecho a pasarla bien”. Casi ochenta años después personajes cuyo nombre me parece innecesario recordar piensan en términos parecidos. Y no sólo piensan, sino que actúan atendiendo a esa rigurosa lógica del beneficio.

Algunos matices de este escenario político conviene destacar. Los episodios de corrupción existieron y comprometían a poderosos y protegidos de poderosos. Las peripecias de los Niños Cantores no son diferentes al escándalo de las tierras de El Palomar, las concesiones a la Chade o el negociado de las carnes con su truculento desenlace en el Senado. Pero -y esto merece una reflexión- en todos los casos hay siempre una comisión investigadora que cumple con sus objetivos: investiga, denuncia y sanciona. Régimen conservador y viciado por el fraude, sí, pero con espacios democráticos lo suficientemente legítimos y pluralistas como para garantizar que la corrupción no quede impune.

Agustín Rodríguez Araya publicará al año siguiente un libro memorable sobre lo sucedido en la Lotería Nacional. Se titulará: “Mientras los niños cantan”. Rodríguez Araya ya había ganado notoriedad política en ocasión de la muerte del general Conrado Risso Patrón. En los años siguientes su protagonismo irá creciendo. Integrante del célebre bloque radical de “Los 44”, sus denuncias a los abusos del régimen peronista le costarán el exilio a Uruguay donde se ganará la vida acarreando bolsas en el puerto. Intransigente, corajudo, pintoresco, lúcido, duelista crónico, Rodríguez Araya es uno de los grandes y respetados personajes de la política, el representante de una tradición política fundada en el honor y el coraje civil. Su hijo, Felipe, fiel a los legado del padre, defenderá presos políticos y como consecuencia de su actividad a favor de las libertades será secuestrado y asesinado por las Tres A en 1975. Los asesinos hicieron con Felipe lo que no pudieron hacer con su padre.

por Rogelio Alaniz

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La opinión pública contemplaba con estupor y desconsuelo cómo “los angelicales niños” devenían en estafadores y delincuentes.