La vuelta al mundo

La libertad de Leopoldo López

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El opositor venezolano Leopoldo López saluda a sus seguidores en la entrada de su casa en Caracas, tras salir de la prisión para permanecer en detención domiciliaria. Foto: EFE

 

Por: Rogelio Alaniz

Finalmente Leopoldo López dejó la cárcel. Tres años duró su cautiverio, tres años de prisión, humillaciones y amenazas, tres años de movilizaciones en todos los niveles para sacarlo del presidio. López no recuperó la libertad, esa palabra que pareciera estar prohibida en el vocabulario de la dictadura venezolana, pero por lo menos ya no está en la celda sino en su casa, con su mujer y sus hijos. Y también con sus colaboradores y amigos.

Leopoldo Eduardo López Mendoza -así se llama-, jurídicamente sigue preso, pero ahora con detención domiciliaria. La diferencia no es menor. Hace falta haber estado preso, privado de la libertad, para saber la diferencia que existe entre una situación y la otra. La diferencia por lo tanto no es menor, pero los venezolanos saben que deberán seguir luchando por su libertad y la libertad de todos los presos políticos de este desdichado país sumido en la pobreza, la inseguridad, el hambre, el narcotráfico y el despotismo político.

Haberlo arrancado a López de las mazmorras de Maduro significa que la movilización popular interna y la presión internacional algunos resultados producen a pesar de los agoreros y los escépticos. El dirigente opositor venezolano no dejó la cárcel gracias al bondadoso corazón del déspota. Acorralado por la presión interna y el creciente aislamiento internacional, no le quedó otra alternativa que abrir uno de los cerrojos con la vana esperanza de debilitar las movilizaciones populares.

El régimen está cada vez más acorralado. Sus visibles y, en algunos casos, escandalosas disensiones internas, las crecientes rivalidades entre ministros y jefes políticos, las disputas miserables por trozos y restos del poder, dan cuenta de su aislamiento y su creciente impopularidad. No exageran algunos dirigentes opositores cuando sostienen que sin los fusiles del ejército, las envilecidas faenas de sus matones y la sórdida y miserable labor de los servicios de inteligencia cubanos, Maduro no duraría una semana en el poder.

Maduro sigue creyendo al pie de la letra en las lecciones, técnicas y tácticas de los comunistas a la hora de tomar el poder y sostenerlo. Según este manual de operaciones cuya escritura se inició con Lenín, Trostsky y Stalin, una minoría audaz y decidida a todo puede controlar a una mayoría timorata y vacilante y conducirla, por las buenas y las malas, hacia el paraíso socialista. La aplicación de este repertorio de la dominación y el ultraje varía en cada país y circunstancias, pero el fundamento central es el mismo. Más información al respecto, consultar el “Libro negro del comunismo”.

Maduro también apuesta a que un milagro o alguna hecatombe de la naturaleza permita la suba del precio de los barriles del petróleo. Un populista sin plata es como un rufián sin mujeres o un gangster sin ametralladoras. Estas breves pero eficaces lecciones de la canallería, Maduro las aprendió al lado de los cubanos. Si no puede hacer más, es decir, ametrallar a la oposición y promover un “liberador” baño de sangre”, como aconseja el conocido y muy bien rentado fascista de izquierda, Atilio Borón, no es porque no quiere, sino porque no puede.

En sus primeras declaraciones públicas, López manifestó sus deseos de continuar la lucha hasta la definitiva libertad de Venezuela. Si el régimen suponía que permitía la salida de la cárcel de un hombre derrotado o agobiado por tres años de cárcel, los hechos le probaron exactamente lo contrario. López está dispuesto a ser uno de los líderes de la oposición y continuar luchando hasta lograr una salida electoral para Venezuela.

Tampoco ha disimulado sus legítimas ambiciones. Quiere ser el nuevo presidente de Venezuela, una aspiración que comparte con otros dirigentes entre los que merece mencionarse a Henrique Capriles. Contará para ello con la colaboración de su valiente y bella esposa: Lilian Tintori, una mujer que no vaciló en mover cielo y tierra para lograr la libertad de su marido. Tintori en estos años se transformó a los ojos del mundo en el emblema de la lucha por la libertad en Venezuela.

López y Tintori

Su voz, su rostro, sus ideas, estuvieron en todas partes. En cada lugar donde ella tuvo la posibilidad de hacerse oír, allí se hizo presente. Sus opiniones, su conducta, su compromiso dan cuenta de una mujer que es algo más que una esposa o una madre dolida por la detención de su marido y el padre de sus hijos. Sus opiniones políticas, su talento para ubicar la prisión de su marido en el marco opresivo del régimen fue notable porque sin dejar de apelar a la solidaridad con una esposa y una madre desvalida, logró politizar su reclamo y transformar su desgracia en una causa por la libertad de todos los presos políticos.

Leopoldo López no es un recién iniciado en la política. Nació en 1971 en el seno de una familia cuyos integrantes conocieron desde siempre los desafíos y las responsabilidades del poder. Sus abuelos, sus padres, sus tíos fueron ministros, lideres políticos, funcionarios, empresarios y autoridades académicas. No es un iniciado, pero además importa destacar que desde su más tierna infancia conoció de primera mano las vicisitudes del poder, sus riesgos y sus acechanzas y también sus privilegios y beneficios.

Estudió en las mejores universidades de Venezuela y se capacitó en Estados Unidos. Impecable formación académica y política.

Fueron esa dotes, más una singular capacidad para el liderazgo lo que le permitieron ganar en elecciones limpias el municipio de Chacao, al que gobernó durante ocho años, es decir desde 2000 hasta 2008. Su gestión municipal le valió el reconocimiento de organismos internacionales que lo calificaron con los mejores términos. También la crítica demoledora de sus opositores chavistas.

López fue uno de los partícipes de las movilizaciones contra Chávez a principios de siglo. Si fue o no un cómplice de la frustrada asonada golpista, es algo que aún no terminó de dilucidarse. De todos modos para los chavistas fue desde ese momento su enemigo público número uno, el opositor irreconciliable, en cierta manera el más confrontativo, tal vez el más provocador y seguramente el más decidido a disputarle al chavismo el control de la calle.

Fue precisamente la movilización del 14 de febrero de 2012 la que dio lugar a su detención, juicio y condena a más de trece años de prisión. En un clima de crecientes tensiones políticas y duros enfrentamientos callejeros, la movilización convocada por López derivó en un confuso proceso de violencia callejera que arrojó el saldo de más de cuarenta muertos. Para el gobierno la responsabilidad de esos muertos cayó sobre López. Él, según Maduro, fue el dirigente que más insistió en salir a la calle no obstante las prohibiciones.

¿Fue así? López y sus abogados defensores sostienen hasta el día de hoy que el objetivo de la movilización era pacífico y que fue la salvaje represión del gobierno lo que precipitó la desgracia. En todas las circunstancias, lo que está claro es que lo sucedido es la consecuencia del nivel de beligerancia desatado desde el poder.

Ningún argumento, incluso declaraciones de reconocidos dirigentes sociales, impidió que López fuera detenido. En realidad, él decidió entregarse, transformando su detención en otro hecho político, porque las imágenes de esa ceremonia se conocieron en el mundo entero. El juicio fue amañado. Se rechazaron las opiniones de testigos calificados y los jueces al servicio del chavismo asumieron la verdad oficial, es decir, que López había preparado una movilización con objetivos insurreccionales sin preocuparse por el costo de vidas. Los tres años reales de prisión fueron el desenlace si se quiere previsible de todo este proceso viciado de nulidad.

 

El régimen está cada vez más acorralado. Sus visibles y, en algunos casos, escandalosas disensiones internas, las crecientes rivalidades entre ministros y jefes políticos, las disputas miserables por trozos y restos del poder, dan cuenta de su aislamiento y su creciente impopularidad.