llegan cartas

Un país sin Plan B

MIGUEL ÁNGEL REGUERA

DNI 16.831.396 / miguelreguera @yahoo.com.ar

Todos sabemos de la capacidad de las máquinas para cumplir órdenes o establecer algún tipo de respuesta en base a una serie de algoritmos programados por los seres humanos. Las máquinas no pueden pensar, no saben, ni quieren hacerlo. Pero me pregunto: ¿en qué momento el hombre perdió esa misma capacidad? Esa que según los griegos lo definían como tal: “animal racional”. La racionalidad sustancial fue reemplazada en el mundo industrial por una racionalidad funcional, enseñó en su momento Max Weber (el Marx burgués según muchos). Pero el siglo XXI nos encuentra desnudos de toda racionalidad. Si uno va a pagar una cuenta se encontrará tal vez con un “No hay sistema”. Perfecto. ¿Cuál es el Plan B para el cobro? ¡No hay! Si los cajeros automáticos de un Banco no funcionan no podrán hacerse depósitos; así como en las ventanillas los cajeros humanos cantarán la canción del “no pago”, porque “se cayó” el sistema. Lo mismo en una terminal de ómnibus, de trenes o aviones, los pasajes inmóviles dormirán la siesta hasta que la energía o “el sistema” vuelvan. Colas de 50 minutos o una hora pueden sorprendernos en un pretendido plan alternativo de cobro manual, al salir de un estacionamiento de un hipermercado, un estadio o cabinas de peaje. Un Plan B, con B de bobo, de burocrático, o agregue usted el próximo adjetivo. Tampoco hay nada que hacer si una oficina pública está de paro, si es el “Día del empleado cuyo número de documento termina con 8”; si no importaron en tiempo las vacunas o los semáforos sólo dan luces rojas. Nos hemos acostumbrado a no tener Plan B por vagancia mental, ni siquiera por fatiga. Lápices, cuadernos, atención personalizada, pagarés, recibos, extensiones de horarios, sellos y firmas manuales nos quedan tan lejos en la mente que son parte de la historia. Como si el hombre se hubiera olvidado de caminar al inventar la bicicleta o el automóvil. Solía decirme mi padre: “Vivir es fácil, no te dejan” y recién hoy que soy adulto comprendo acabadamente la sabiduría de su adagio.

De un callejón sin salida sólo se puede salir por donde se entró. Si volvemos a usar nuestra capacidad de pensar y empatizar con el otro, habrá Plan B, Plan C y Plan Z.

¡De nosotros depende!