La vuelta al mundo

Liu Xiaobo y la dictadura china

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"La gente deposita flores en un parque de Hong Kong en honor a Liu Xiaobo".

por Rogelio Alaniz

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El pasado jueves 13 de julio murió el Premio Nobel de la Paz, Liu Xiaobo. El deceso se produjo en el hospital de Shenyang donde estaba internado desde el 26 de junio, luego de que los carceleros chinos confirmaron que su cáncer en el hígado era terminal. Xiaobo estaba enfermo desde hacía rato, pero el régimen chino prohibió expresamente el ingreso de médicos extranjeros para que lo atendieran. La prohibición incluía lógicamente la posibilidad de trasladarlo a algunos de los centros médicos de Occidente, prohibición que incluía e incluye a su esposa Liu Kia, quien desde 2010 continúa con detención domiciliaria por el solo delito de estar casada con el Premio Nobel.

Recién el 7 de julio, una semana antes de su muerte, los burócratas comunistas permitieron la visita de dos médicos extranjeros a un Xiaobo moribundo, quienes simplemente se limitaron a diagnosticar que su paciente tenía las horas contadas.

Si a Xiaobo sus verdugos en vida le negaron el pan y el agua, sin el menor gesto de compasión contra un hombre que agonizaba, la insensibilidad y la crueldad se extendió a sus exequias donde solamente permitieron ingresar a sus familiares directos. Incluso, como para impedir cualquier imprevisto, en el velorio estuvieron presentes agentes de seguridad del régimen, no fuera a ser cosa que al muerto se le ocurriese seguir haciendo daño. Por último, y para evitar posibles dolores de cabeza, los restos de Xiabo fueron incinerados y sus cenizas arrojadas al río, una decisión no compartida por sus familiares, pero que los verdugos insistieron en realizar por miedo a que una posible tumba del Premio Nobel se transforme en un centro de peregrinación de la disidencia china.

El ejército de China es uno de los más poderosos del mundo, sus sistemas de seguridad, control y disciplinamiento son célebres por su eficacia. Su economía es la que parece estar mejor adecuada a la globalización. Su burocracia política se presenta como infalible, sin embargo, esa imponente maquinaria de poder no podía permitirse el lujo no ya de admitir la disidencia de un opositor, sino de permitir que reciba la mínima atención médica, un elemental gesto humanitario que hasta los ejércitos más implacables conceden a sus enemigos más feroces.

Liu Xiaobo fue un profesor doctorado en Letras en la Universidad Normal de Beijing que entre 1996 y 1999 estuvo “internado” en un campo de reeducación, el equivalente a los campos de concentración de los nazis. Xiaobo comenzó a ser noticia para los servicios de inteligencia china cuando se solidarizó con los estudiantes que luego fueron masacrados en la plaza de Tiananmén.

La Carta 08

Cuando se iniciaron las movilizaciones, Xiaobo estaba en Nueva York dando clases, pero al enterarse de lo que sucedía en su país, inmediatamente dejó todo y viajó para estar al lado de los estudiantes. Podría haberse quedado en EE.UU. y desde allí emitir algún comunicado solidario o algo por el estilo, pero él no era de los que acompañan desde lejos, sin contaminarse, sin comprometerse y sin correr riesgos.

Volvió a China, y como consecuencia de su actividad fue detenido y estuvo casi dos años preso. Recuperó la libertad, pero desde ese momento nunca dejó de ser vigilado. Por supuesto no se quedó quieto. Escribió, habló y firmó manifiestos. El régimen nunca toleró su disidencia, pero de alguna manera la soportaba. Todo iba más o menos de acuerdo a lo previsible, cuando en 2008 con otros intelectuales redactó la famosa “Carta 08”, un texto que reclamaba la democratización, las libertades políticas e individuales y la liberación de los presos. Nada del otro mundo en un país medianamente normal, pero un verdadero escándalo para una dictadura política totalitaria como la de China.

Conviene tener presente que la “Carta 08” está escrita tomando como referencia la célebre “Carta 77”, el texto redactado en Checoslovaquia por Václav Havel y que fue la brújula de la disidencia contra el régimen comunista. Lo que no tuvo más remedio que permitirse en Praga no fue permitido en China.

Es que a la hora de reprimir, los burócratas chinos no son ni lerdos ni perezosos.

La Carta se publicó en diciembre de 2008 y para medidos de 2009 Xiaobo estaba detenido y condenado a diez años de cárcel. ¿Causa? Según la agencia oficial Xin Hua el delito es muy claro: “Incitar a la subversión del poder estatal”. Para Xiaobo no hubo apelación o rebaja de condena. Su destino desde ese año fue una celda inmunda con incomunicación casi absoluta.

En algún momento accedieron a permitir la visita de su esposa. En algún momento, porque también a ella le llegó la prisión domiciliaria. No obstante todas estas medidas de seguridad, algunas visitas se concretaron y en la ocasión Xiaobo pudo ingeniárselas para enviar algunos textos que su esposa hizo llegar a Occidente. Para referirse a las condiciones durísimas de su detención, en una de esas cartas decía: “Puesto que en este país la resistencia es una opción para descender a los infiernos, uno no debe quejarse de la oscuridad”.

La dictadura y el Nobel de la Paz

En 2010, le otorgaron el Premio Nobel de la Paz. Los hieráticos e impasibles burócratas chinos, estos personajes que se presentan como empresarios pragmáticos y amables, se pusieron furiosos y reaccionaron como suelen hacerlo todas las dictaduras totalitarias “que en el mundo han sido”. Es decir, perdieron la expresión amable y amenazaron e intimidaron. Fieles a ese linaje argumentaron con la retórica conocida: “Se inmiscuyen en nuestros asuntos internos”.

En Corea del Norte, Arabia Saudita, Cuba, Venezuela, Rusia y en cualquier país, rico o pobre, en todo lugar donde gobierne una dictadura, el poder se expresa con los tonos de siempre. Y los argumentos también son los de siempre: la democracia vale para Occidente pero no se aplica para nuestros países porque nuestra idiosincrasia no es la misma.

¿A qué idiosincrasia se refieren? ¿A la de los pueblos o a la de los que mandan? Rara idiosincrasia ésta en la que supuestamente los pueblos se resignan a admitir ser perseguidos, vigilados, violados y ejecutados en nombre de esta supuesta identidad nacional. Raro este reclamo “antioccidental” que suelen hacer los dictadores, los mismos que en los temas que les convienen a sus bolsillos o a su sensualidad y placer no tienen ningún reparo en disfrutar de Occidente.

Seamos claros al respecto. El problema de los dictadores contra la democracia no es la identidad ni la tradición, sino que la democracia plantea un control, un límite al poder. Eso es todo. Lo que preocupa es el control institucional y la libertad. La libertad de todos, claro está, porque libertad para ellos, la libertad de enriquecerse de disfrutar de la vida, de viajar por los lugares más caros del mundo, de contar con legiones de amantes, esa libertad por supuesto que la defienden en relación inversa a la libertad que le conculca a todos.

Xiaobo ha muerto y su nombre ya es historia. El primer Premio Nobel de la Paz chino es más recordado en Occidente que en su país. Human Rights Watch declaró en estos días: “Su muerte pone al descubierto la crueldad de China, un gobierno que actuó con arrogancia, crueldad e insensibilidad estremecedora”. Amnistía Internacional y la Secretaría de Derechos Humanos de Naciones Unidas se expresaron en términos parecidos, pero en homenaje al realismo no creo que los burócratas chinos hayan perdido el sueño por ello y, mucho menos, estén dispuestos a revisar la condición represiva y dictatorial del régimen. También en homenaje al realismo habría que decir que el mundo -y Occidente en particular- no se dará el lujo de sugerir sanciones a un régimen de poder, cuyo mercado interno es codiciado por todos y cuya economía compite en el mundo.

Esa imponente maquinaria de poder no podía permitirse el lujo no ya de admitir la disidencia de un opositor, sino de permitir que reciba la mínima atención médica, un elemental gesto humanitario que hasta los ejércitos más implacables conceden a sus enemigos más feroces.