EN SAN AGUSTÍN

La casa del titiritero que se convirtió en centro cultural

  • Era el domicilio de Jorge Delconte, quien integró el Elenco Municipal de Títeres hasta su muerte, en 2016. Sus familiares y vecinos decidieron transformarlo en un espacio para que la gente del barrio acceda a actividades artísticas. “Es una construcción colectiva independiente”, dice Sofía, hija de Jorge y una de las promotoras de la iniciativa.
La casa del titiritero que se  convirtió en centro cultural

Durante el último encuentro realizado en el espacio cultural se montó la muestra fotográfica titulada “Huellas comunicantes”, basada en la producción desarrollada en los talleres. Foto: Luis Cetraro

 

Juan Ignacio Novak

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Hasta el último día de su vida, que fue el 5 de marzo del año pasado, cuando un accidente automovilístico se lo llevó “de gira” en forma prematura, el titiritero Jorge Delconte vivió en el barrio San Agustín, en el noroeste de la ciudad. Hoy, en esa casa que él construyó desde los cimientos, su espíritu sigue vivo. Allí funciona un centro cultural que lleva su nombre, en el cual se dictan distintos talleres (radio, fotografía y murga, entre otros) y donde al menos una vez al mes los pibes del barrio con sus familiares tienen la posibilidad de asistir a una función de títeres, escuchar a un grupo de rock, escuchar cuentos o acceder a un espectáculo de folclore.

Ubicado en Chubut al 7200 e inaugurado formalmente el 12 de mayo pasado, en coincidencia con la fecha en que Delconte hubiera cumplido 59 años, ostenta el privilegio de ser el centro cultural independiente ubicado más al norte de la ciudad, muy cerca del Mercado de Productores y Abastecedores de Frutas, Verduras y Hortalizas.

Sofía Delconte, hija del titiritero, contó que este espacio comenzó a gestarse casi en simultáneo con el fallecimiento de su papá. “Nosotros vivimos en la casita donde hoy funciona el centro hasta hace unos catorce años. Después se quedó viviendo mi viejo y cuando falleció, con los vecinos y la familia, decidimos abrir este lugar. La idea principal fue crear un espacio en la zona noroeste de Santa Fe ya que el último centro cultural del norte era La Abadía, que queda sobre Estanislao Zeballos”.

Los objetivos estuvieron bien claros desde el principio: compartir, disfrutar y crear, asociando estos tres verbos con distintas expresiones culturales. Pero sin prescindir de una impronta particular, en la cual Sofía pone el acento: “Mi viejo era titiritero y por eso tratamos de que los títeres estén presentes en todos los encuentros”. Así, distintos elencos locales relacionados a las marionetas ya pasaron por el lugar para mostrar sus trabajos.

Construir juntos

¿Cómo se hace para que la gente del barrio asista, en un territorio dónde los códigos son tan diferentes a los del resto de los espacios similares que funcionan en la ciudad? Principalmente, a través del boca a boca. Sofía Delconte, Héctor Bonetti, Oscar, César y el resto de los promotores de este espacio salen a caminar por las callecitas del barrio para propagar la propuesta. “El día en que se realiza cada encuentro salimos al encuentro con los vecinos y a buscar a los chicos para que se sumen a las actividades. La difusión pasa por el boca a boca y sobre todo por recorrer el barrio, caminarlo”, cuenta Sofía. La “construcción colectiva” no es una consigna estridente pero vaciada de contenido, utilizada por algún oportunista de turno, sino que se produce en la práctica cotidiana: no sólo el centro cultural Jorge Delconte funciona sin ningún tipo de subsidio o aporte proveniente de las arcas públicas, sino que son los propios vecinos de San Agustín II quienes lo cuidan y lo mantienen vivo desde el momento mismo en que abrió sus puertas. “Ellos son los que sostienen este lugar abierto día a día. Esto es de ellos”, asegura Sofía.

Paradoja

Preguntar en el barrio “por la calle Chubut” no conduce a ninguna parte. Las respuestas en general son vagas: “dos o tres cuadras más al norte” ó “de la parada del 5 hacia el oeste”, o directamente “ni idea”. Pero cuando se nombra a Jorge Delconte la cosa cambia. Algún vecino asiente y tira la posta: “Es acá nomás, la segunda cortada hacia el sur”. Es que el “señor de los títeres” dejó huella en el barrio en el cual se radicó a fines de los años ‘80, porque edificó su casa ahí, formó parte de la vecinal, colaboró siempre con las necesidades de sus vecinos y luchó para mejorar el entorno. Pero sobre todo porque a lo largo de los años realizó muchas funciones con sus títeres en los cumpleaños de los pibes del lugar.

Pese a todo, hoy se da un hecho paradójico: los impulsores del flamante centro cultural, que ya lograron montar diversas actividades cotidianas, todavía no pudieron concretar la realización de un taller de títeres. Algo que fue, tal vez por la propia influencia del quehacer de Jorge, uno de los pedidos que surgieron durante las recorridas realizadas por las calles de la barriada para testear los intereses de los vecinos. “En la recorrida previa a uno de los encuentros nos expresaron que quieren un taller de títeres. Y todavía no conseguimos armarlo, por lo cual ése sería un objetivo. Es muy llamativo que pidan eso, no pasa en todos los barrios”, comentó Sofía.

La casa del titiritero ...

La idea de los impulsores del nuevo centro cultural es generar funciones de títeres al menos una vez al mes, como un modo de mantener vigente el legado de Jorge Delconte. Foto: Luis Cetraro

Jorge Delconte

  • Nació el 12 de mayo de 1958 en Posadas, Misiones.
  • A principios de los 1970 se radicó en Santa Fe.
  • Comenzó su actividad con los títeres en 1978.
  • Se vinculó a distintos elencos locales.
  • En 1982, creó su propia compañía, Bicho Colorao.
  • Desde 1983 pasó a formar parte del elenco estable del Teatro de Títeres Municipal
  • Fue docente de la Escuela Provincial de Teatro.
  • Actuó, dirigió y fue autor de obras de títeres.
  • Colaboró con numerosos grupos de Teatro.
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El titiritero Jorge Delconte (derecha) junto a Belkys Sorbellini y Raúl Venturini, durante una visita a El Litoral, en abril de 1988. Foto: Archivo El Litoral

Terco titiritero

Manuel Venturini (*)

Jorge Delconte era terco titiritero. Su tozudez amiga del oficio. Los más extraños caminos que pueda tomar el pensamiento creaban una idea en su cabeza, podía pasar semanas enteras intentando descifrar cómo construir, cómo realizar lo que imaginaba: nada era imposible. Tanto así que un día decidió que un dragón debía tirar fuego en carnaval. Esas manos que parecían torpes y temblorosas tallaron la cabeza de un dragón latinoamericano maravilloso, una garrafa de gas como mochila y un mechero hicieron el resto en los carnavales del oeste.

Esa misma tozudez lo hizo mudarse a San Agustín, su trinchera, su lugar en el mundo. Jorge creó a su bicho colorao a imagen y semejanza: despeinado, de ojos saltones y sonrisa gigante. Fiel a la tradición, el títere y su titiritero andariegos. Pero estos dos no se fueron hacia el mundo: cada rincón de nuestra ciudad, cada plaza, peña, cumpleaños, patio, vecinal, militancia, teatro, asado que necesitó títeres, supo que podía contar con ellos.

Jorge tenía vinos, puchos y títeres para quien los necesitara. Quien se cruzó con Jorge tiene una anécdota inolvidable, alguien alguna vez las compilará, si no seguirán resonando como mito en cada plaza, en cada taller, o en cada noche.

(*) titiritero