MIGUEL ÁNGEL ESTRELLA

“Soy memorioso por naturaleza y educación”

El reconocido pianista estará en Santa Fe el jueves 31 para brindar una conferencia en UPCN. Al día siguiente, ofrecerá un concierto con músicos invitados en el Teatro Municipal. En una larga charla con El Litoral, habló sobre la memoria, el piano y la música como herramienta de transformación.

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“Yo le cuento cosas al público, que tienen que ver con lo que voy a tocar o con lo que pasa en el mundo”, asegura el renombrado pianista.

Foto: Archivo El Litoral

 

Juan Ignacio Novak

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El pianista Miguel Ángel Estrella estará en Santa Fe el jueves 31 de agosto para brindar la conferencia “Derechos humanos, música y memoria” en la sede de UPCN (Rivadavia 2513), con entrada libre y gratuita. Al día siguiente, brindará un concierto en el Teatro Municipal. El renombrado músico, que además acredita una activa militancia por la paz, mantuvo una extensa charla telefónica con El Litoral, donde habló de los temas que profundizará en la charla que lo convoca en Santa Fe, pero también sobre la poesía, Chopin, los niños y el Papa. Todo está grabado en la memoria

“Yo soy un memorioso, por naturaleza y por educación. Siempre se cultivó eso en mi familia. Recordar, grabar cosas”, dice Estrella. “La música está en mi sangre. Me acompañó desde muy chico, en un Macondo perdido de Santiago del Estero, aunque yo nací en Tucumán. Mi madre recitaba de memoria centenares de poesías de Rubén Darío, García Lorca y mi viejo era poeta, entonces querían que sus hijos nacieran en un lugar donde hubiera universidad. Recuerdo mucho esa infancia con una abuela que parió quince hijos y que nos metió en la fe. Nos hacía rezar un rosario por día. Yo adquirí en ese caserío la necesidad de cultivar la memoria”, cuenta.

“Mi abuela quería que yo fuera sacerdote. Me acuerdo de una escena donde me veo a mí mismo, con cinco años, bajando de un eucaliptus donde cantaba a voz de cuello y a mi abuela que me acariciaba y me decía: ‘Mi hijo tiene algo de pastor'. Para mí, pastor era cuidar cabras y ovejas; y le dije: Sí, me gusta un poco, pero no es lo que más me gusta. Y me contestó: ‘No te digo cuidar las cabras, hijito, te digo sacerdote. Tenés algo de eso'. Y yo le pregunté: ¿Qué son los sacerdotes? ‘Son los enviados del Señor en la Tierra'. Y le digo: ¿Ellos cantan y bailan? ‘No', me contestó. Y ésas eran mis pasiones: cantar y bailar. Todavía hoy me acuerdo de esa escena y en los momentos en que repaso la vida, aparece esta abuela que era una madraza que nos llenó de amor el alma. Cuando yo le contesté que no iba a ser sacerdote, me dijo: ‘Ya veo que vas a ser músico. Cuando te trepás a los árboles a cantar, eso llega a Dios mucho más rápido que el rezo'”.

Chopin

“La música mueve cosas que la palabra no sabe hacerlo. Crea una comunicación con el público que, en el caso de un concierto, es muy fuerte. Hace poco, en la Universidad Católica de Lyon, Francia, inauguraban una sala que había sido una cárcel en la que yo había tocado. Entonces, a manera de símbolo, querían inaugurar ese teatro con un concierto mío. Me pidieron que tocara la Sonata Fúnebre de Chopin y fue enorme lo que pasó ahí, porque cuando me dijeron que querían esa obra, hacía más de diez años que yo no la tocaba. Y me puse a leer la correspondencia de George Sand, que era la compañera de Chopin. Y leí cosas terribles sobre la estadía de ellos dos en Mallorca. Chopin tenía 29 años y vivía obsesionado por la muerte. George Sand cuenta que Chopin aullaba de dormido, tenía pesadillas y se despertaba transpirado, gritando: ‘En mi vida no hay esperanza'. Cosas muy fuertes, dolorosas. Le conté todo eso al público y fui entrando en un clima, como si estuviera en el otro mundo".

Los niños y el Papa

“Yo soy cristiano y tengo una monja amiga en Lourdes que a veces me llama para realizar encuentros con jóvenes de la comunidad europea. Son reuniones muy fuertes. Últimamente, ahí en Lourdes, me organizó encuentros con niños para hablar de los migrantes. Pero no poner el tema de antemano, sino que surgiera de los chicos. Empiezo con una broma y toco un preludio de Chopin. Me doy la vuelta y veo que los ojos de las criaturas esas, de entre 6 y 11 años, tenían respuestas. Señalo a una chica de 11 años y le digo: Vos tenés ojos de haber encontrado un nombre para esta música. ¿Cómo le pusiste? ‘Grave', me dijo. Es rarísimo que una criatura de 11 años le ponga ‘grave' a una música. Después, todos los chicos estuvieron con eso. Y uno de seis me pregunta: ‘El Papa es argentino ¿lo conocés?'. Sí, lo conozco, somos del mismo barrio en Buenos Aires y era el confesor de mi hermana. ‘¿Lo querés?'. Sí, si me reconcilió con el Vaticano, le contesté. Entonces, le pregunté: Y a vos, ¿qué te parece el Papa? ‘Me encanta'. ¿Y qué te encanta de él? ‘Me encanta cuando habla del individualismo'. Mirá lo que puede despertar la música. Entonces le digo: La frase célebre sobre lo que vos me decís, es ‘no globalicemos la indiferencia'. Entonces hablamos de la indiferencia. Y les conté que a veces en el subte, una mujer de aspecto árabe les pregunta a los que pasan qué línea lleva a tal puerta de París. Y la gente sigue caminando, ni la escucha. Y cada uno contó sus experiencias sobre la indiferencia. Eso nos fue llevando a los migrantes. Y una chica dijo: ‘Los migrantes necesitan amor'. Impresionante. Le escribí unas líneas al Papa sobre esto. A las dos horas llegó la respuesta y entre otras cosas me escribió: ‘Lo que me contás me confirma que la lucidez no está en los adultos, que repudian a los migrantes, sino en los niños. Seguí sembrando ahí'”.