Crónicas de la historia

La marcha de la Constitución y la Libertad

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Marcha de la Constitución y la Libertad. El consenso histórico admite que por lo menos hubo alrededor de 250.000 personas. Y allí había de todo: jóvenes y viejos, varones y mujeres, ricos y trabajadores.

Foto: Archivo

 

Rogelio Alaniz

El 19 de septiembre de 1945 fue miércoles. Un día de sol apacible en un país que estaba muy lejos de ser apacible. Una dictadura militar ejercía el poder desde hacía dos años. Su presidente era el general Edelmiro Farrell, milico acomodaticio y decidido a recostarse siempre a favor del viento.

El vicepresidente era el coronel Juan Domingo Perón, de hecho el poder real del régimen militar existente. Perón para esa fecha además de vicepresidente era Ministro de Guerra y el titular de la Secretaria de Trabajo. O sea que concentraba en su persona el poder militar, el poder político y el poder social. Además de los fondos públicos. A Juan Manuel de Rosas, como para empezar, no le hubiera disgustado disponer de todos esos atributos

Precisamente, para ese 19 de septiembre la oposición democrática convocaba a una movilización exigiendo el fin de la dictadura y la entrega del poder a la Corte Suprema de Justicia. El Ministro del Interior era el radical tránsfuga Hortensio Quijano, un correntino que los amigos calificaban de pintoresco y los adversarios de payaso. El Ministro dudó en autorizar la marcha. Consultó con Perón y evaluaron que no quedaba otra alternativa que permitirla.

Como para curarse en salud, el 15 de septiembre Perón envió una “orden general” al ejército en la que consideraba a los manifestantes como entregadores de la soberanía nacional, aliados al capital extranjero, oligarcas en definitiva. En la lista de enemigos del pueblo figuran con letras destacadas los periodistas y los jueces. El peronismo como tal aún no existe, pero los rasgos de la criatura son reconocibles.

La dictadura no estaba atravesando por su mejor momento. En abril habían caído los nazis y en agosto se rinde Japón. La ola de democratización parecía incontenible. El propio régimen se vio obligado, para desolación de los coléricos muchachos de la Alianza Libertadora Nacionalista, a declarar la guerra a las potencias sobrevivientes del Eje. Lo hicieron una semana antes de que Hitler se suicidara en el bunker. Pero lo hicieron. El corazón de Perón destilaba amor por el fascismo, pero el coronel sabía mejor que nadie que el poder no se conjuga con la letanía del amor. “Fue una formalidad”, les dijo a modo de explicación a sus amigos.

Cuatro meses, un símbolo

En la última semana de abril, Perón declara por escrito que renuncia a ser candidato a presidente. Nadie le creyó y él además sabía que no le creían. El 18 de mayo la dictadura levanta el estado de sitio con el que había gobernado desde que llegó al poder el 4 de junio de 1943. No lo hacen porque creen en las libertades, sino porque no pueden hacer otra cosa en una Argentina movilizada por la derrota del nazifascismo en el mundo.

Para esos días llega a Buenos Aires el embajador de EE.UU., Spruille Braden. Se va a quedar en ese cargo hasta el 23 de septiembre. Cuatro meses durará la estadía de míster Braden en la Argentina. Cuatro meses en los que será de hecho el jefe de la oposición al régimen militar y, en particular, el enemigo jurado de Perón. La oposición en el futuro se lamentará por haber permitido, mientras se dedicaban a entonar las estrofas de La Marsellesa, que Braden ejerza funciones de virrey. Por su parte, Perón nunca dejará de agradecerle a los dioses la presencia de este energúmeno destinado a ser el enemigo ideal para hacer realidad sus ambiciones políticas.

“El fascismo del coronel Perón es un pretexto para las actuales políticas del señor Braden cuyo objetivo es humillar al único país latinoamericano que ha osado enfrentar sus truenos”. Estas palabras no las escribe Jauretche, Abelardo Ramos o John William Cooke; las escribe míster J. V. Perowne, distinguido e influyente funcionario de la embajada inglesa. Con términos parecidos se expresan Richard Allen y David Kelly, funcionarios de la Foreign Office y la Cancillería.

El 15 de junio alrededor de 300 entidades en nombre del comercio y la industria publican un manifiesto en contra de Perón. Allí están los grupos económicos tradicionales, pero también los que hoy calificaríamos como las pequeñas y medianas empresas. En esos días algo parecido publica la Sociedad Rural.

El 12 de julio Perón convoca a los trabajadores a manifestarse a su favor en la secretaria de Trabajo. Es una movilización importante. Oficialmente los dirigentes sindicales no hablan de Perón, pero algunos en voz baja ya empiezan a decirse peronistas. No todas son flores para el coronel. Los gremios de la Fraternidad, Textiles y Empleados de Comercio se abren de la CGT. El carisma, la lucidez, los abundantes recursos monetarios le permiten a Perón destacarse de la mediocridad militar y política reinante. Pero los obstáculos que se le presentan son formidables. Perón es un eficaz manipulador pero no ignora que todos los que se le acercan también quieren manipularlo. Intrigas del poder que se dice.

A fines de agosto el Partido Comunista, recientemente legalizado, realiza un acto público en el Luna Park. Rodolfo Ghioldi convoca a los conservadores a sumarse a la tarea de abatir el nazi peronismo. No lo logrará. Los radicales vetarán la participación de los conservadores, muchos de los cuales con Visca, Fresco y Cámpora se sumarán al flamante peronismo.

El fin de una época

Radicales, socialistas y demoprogresistas realizan sus propios actos públicos. Todos fustigan a la dictadura y al nazifascismo. Insisto. Estamos en 1945, a pocas semanas de la derrota de los nazis. Este contexto no se puede desconocer o minimizar. Como tampoco minimizar las abundantes pintadas en las paredes de la ciudad al estilo “Haga patria, mate un judío” o “Haga patria, mate un estudiante”.

O sea que para mediados de septiembre la oposición está lanzada a la conquista del poder y confiada en que todas las variables juegan a su favor. Incluso en las Fuerzas Armadas existen oficiales, retirados y en actividad, que reclaman el retorno a los cuarteles de sus camaradas de armas, aunque a la mayoría les fastidia el agresivo tono antimilitarista de la oposición y la consigna de entregar el poder a la Corte Suprema de Justicia.

A la marcha por la Constitución y la Libertad asisten los grandes bonetes de la economía, pero también los partidos que habían luchado contra el régimen conservador de los años treinta y en particular contra la dictadura militar que asaltó el poder desde junio de 1943. En las calles de Buenos Aires se entreverarán políticos socialistas y comunistas, los principales dirigentes del radicalismo, políticos cristianos, estudiantes que desde hace dos años tienen las universidades intervenidas, los centros ilegalizados y las casas de estudios controladas por milicos ignorantes y nacionalistas oscurantistas y ultramontanos.

Se dirá luego que ese día desfilaron los ricos de Buenos Aires. Verdad a medias. Verdad que se impone históricamente porque en general los ganadores suelen ser los autores del guión oficial. Los ricos estaban, pero sería una grosera simplificación sostener que solamente había ricos y clase media alta. Si así fuera no se entendería por qué la dictadura maniobró para que los tranvías no circulasen. O no se explicaría la decisión de la UIA de permitir a los trabajadores abandonar la jornada laboral con el compromiso de que el día sería abonado.

Según el informe de la policía -siempre leal a Perón- en la marcha hubo alrededor de 60.000 personas. En el otro extremo, se habló de una convocatoria que arañó el medio millón de manifestantes. El consenso histórico admite que por lo menos hubo alrededor de 250.000 personas. Y allí había de todo: jóvenes y viejos, varones y mujeres, ricos y trabajadores. En todas las circunstancias se trató de la convocatoria popular más masiva hasta la fecha, superior incluso a la del velorio de Yrigoyen y, despejada las nubes del mito y las maniobras de Apold, superior en asistencia a la que un mes después protagonizarán los flamantes peronistas en Plaza de Mayo. (Continuará)