Tribuna de opinión

Se es lo que se cree

Por Alejandro Francisco Musacchio

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Los cristales con los que percibimos el acontecer cotidiano desde nuestro arribo a tan complejo enigma que implica el nacer a esta realidad, nos son obsequiados por el entorno que nos acoge a lo largo de este peregrinar simultáneamente individual y conjunto. Cada aspecto, fenómeno o cosa que se dispone a deslizarse por el espontáneo canal de alguno de nuestros cinco sentidos, necesariamente encuentra la interposición del filtro cognitivo con el cual las incorporamos, de algún modo, al bagaje de experiencias incesantemente acumuladas.

Aquello que finalmente interpretamos y aceptamos como válido será lo que finalmente constituya las creencias, esa estructura y armazón que sostiene nuestra personalidad y nos faculta para elaborar juicios de valor acerca de los innumerables acontecimientos vivenciados. Como una ventana cuyo vidrio nos dibuja las siluetas del objeto divisado, que en el instante penetrará por las retinas oculares hasta llegar a la asimilación del cerebro. Algunas veces este cristal podrá presentarse como más nítido, otras más opaco, con diversas formas y relieves, dando lugar a la distinción de figuras que serán apreciadas de tal o cual modo de acuerdo al caso.

De otro lado están los pensamientos. Aquellas representaciones que vienen a la mente en la mayoría de los casos de manera involuntaria, simulando un torrente de agua que fluye sin cesar y que vislumbra un sinfín de variedades, al no existir prácticamente límite alguno en la creatividad imaginaria. A diferencia de las mencionadas creencias, es muy difícil o prácticamente imposible controlar aquello que es pensado, padeciendo en más de una ocasión la paradoja de que mientras más aspire uno a retirar las ideas indeseadas de la cabeza, se produce una reafirmación de las mismas que parecieran librar una batalla para permanecer en terreno prohibido, reservado sólo para lo que sí se desea imaginar.

Por ello, así como la creencia implica un conjunto de verdades aceptadas voluntariamente y de manera consciente como parámetro para juzgar la realidad y actuar en consecuencia, los pensamientos constituyen nubes que atraviesan el cielo de nuestra mente, muchas veces sin golpear la puerta de nuestra voluntad y solicitarle permiso, y con los que se puede estar de acuerdo o disentir; y como su naturaleza es infinitamente diversa y frondosa, cabe la posibilidad prácticamente de que abarquen cualquier tema que pueda generar la imaginación. Algunos han calificado a esta última como “la loca de la casa”, por la capacidad de crear ideas desopilantes y hasta en cierto modo vergonzantes para quien las padece.

Pese a la evidente diferencia mencionada, cabe la posibilidad de que los pensamientos se transformen en creencias, al ser asumidos por el sujeto como entidades certeras que no son sometidas a algún tipo de cuestionamiento. Por tal motivo, resultaría razonable manifestar que el hombre no es lo que piensa, sino lo que cree. Cuánto de lo que se acepta de todo el cúmulo de ideas que transitan la mente humana es lo que acaba por tornarlas verdades, y en torno a ellas la persona se autodefine con respecto a sí misma y al contexto en el cual se inserta.

No deja de ser cierto que varias de esas nubes producidas por la imaginación pueden tener un origen consciente o inconsciente en arquetipos y creencias que han ido moldeando al individuo desde su mismo nacimiento, y que influencian su manera de pensar y sentir. Pero aquí lo relevante, nuevamente, es el cristal de verdades y afirmaciones con el que se aprende a valorar la realidad cognoscible, ya que las posteriores ideas no serán otra cosa que una proyección de los principios que estructuran y afirman la personalidad del sujeto. Por ello, la credibilidad o no que le son conferidas a determinadas premisas consideradas válidas, será el aspecto clave para la definición del ser y la percepción de lo que se es y lo que nos rodea, y no tanto aquellos pensamientos que cruzan la mente de manera aleatoria, los cuales en la mayoría de los casos escapan a nuestro control y pueden ser fruto de algo inculcado durante alguna etapa de la existencia.

Resulta interesante el ejercicio de determinar cuáles son aquellos postulados que avalamos incondicionalmente, pero que interfieren en nuestra calidad de vida y en una sana interpretación de nosotros y del mundo en el que tiene lugar nuestra existencia cotidiana.