Tribuna de opinión

Martín Lutero: ¿sólo una reforma?

Prof. María Teresa Rearte (*)

La conmemoración de los 500 años de la Reforma emprendida por Martín Lutero viene, en mayor o menor medida, rodeada de confusión. Los datos de su inicio son conocidos: el 31 de octubre de 1517 Martín Lutero, monje agustino, clavó su propuesta en la puerta de la iglesia de Wittenberg, Alemania, para debatir sobre la penitencia y el uso de las indulgencias. La misma conllevaba 95 principios doctrinales, a través de los cuales se llegaba a algo distinto de la fe católica. Así se inició la Reforma Protestante.

Es verdad que Cristo rogó “para que todos sean uno. Como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado” (Jn. 17, 21). Pasaron 500 años del inicio reformador de Lutero. Por lo que es obvio que ya no es tiempo para polemizar. Sino más bien para una reconciliación. Pero no por la vía de la confusión. Tampoco al precio de lo que una persona considera la verdad que profesa.

No veo analogía entre la Reforma luterana y los hechos referidos a la Inquisición practicada por la Iglesia Católica, como he leído en algún lugar, porque se trata de acontecimientos de diferente naturaleza. Tampoco hay que confundir los pecados personales de los católicos, con errores en la doctrina y los sacramentos de la Iglesia, en los que nos diferenciamos con relación a la Reforma emprendida por Lutero.

En la carta Apostólica “Tertio Millenio Adveniente” el Papa Juan Pablo II veía, con relación al Jubileo del 2000, “la ocasión para una purificación de la memoria de la Iglesia de ‘todas las formas de contratestimonio y escándalo’ (33), que se han sucedido en el curso del milenio pasado” (Comisión Teológica Internacional “Memoria y Reconciliación: la Iglesia y las Culpas del Pasado, 3). E incluso el mismo Pontífice pidió perdón “en nombre de todos los católicos, por los comportamientos ofensivos para con los no católicos en el curso de la historia.” (ídem 3). Lo expresado sirva para citar sólo un antecedente en el tema de la reconciliación entre las Iglesias. Aunque se podría mencionar también al Concilio Vaticano II.

Cambios en la fe

A mi criterio, la acción emprendida por Lutero no fue propiamente una “reforma” de la fe católica. Sino un cambio radical de los fundamentos doctrinarios. Su propósito no fue sólo luchar contra los avisos por las indulgencias y los pecados de la Iglesia de su tiempo. Pecados que siempre los hubo y los hay en la Iglesia Católica. Todos sus hijos somos pecadores, necesitamos del perdón y la penitencia. Pero la Iglesia es Santa por su Fundador, por la Gracia de Dios que fluye hacia sus miembros por medio de los sacramentos, y también por los frutos de santidad que han dado y dan algunos de sus hijos.

Pero Lutero sustituyó la fe en los sacramentos como signos eficaces de la gracia que comunican; es decir, su eficacia objetiva, por la sola fe subjetiva, representada por sus proposiciones. Sabemos bien lo que sostiene Lutero, sobre la “sola fides” (sólo la fe) para salvarse, la “sola Scriptura” (sólo la Escritura), “solus Christus” (la única Cabeza es Cristo). Pero hay que decirlo claramente para evitar las confusiones a las que antes he aludido: Lutero abolió cinco sacramentos. Y a la Eucaristía le negó su carácter sacrificial. También la real conversión de la sustancia del pan y del vino en la sustancia del Cuerpo y la Sangre de Cristo. Más aún, vio en el sacramento del orden episcopal, un invento del Papa (a quien consideraba el Anticristo), con lo cual la Iglesia quedaría reducida a una organización puramente humana.

La Reforma luterana no ha sido una reforma en el sentido que, teológicamente, la Iglesia lo interpreta: como una renovación de la fe, la moral, la vida espiritual, etc. Sino que Lutero llegó a realizar una nueva fundación: la de otra Iglesia. Lo cual no puede ser entendido como un acontecimiento nacido del Espíritu Santo, porque éste no se contradice. Y conserva la continuidad a través del Magisterio, en particular por el ministerio petrino (Cfr. Mt. 16, 18).

Acerca de la penitencia

Bien se le puede reconocer a Lutero su propósito de luchar contra el comercio de las indulgencias. Pero su objetivo parece ser otro: el sacramento de la penitencia. Y de parte de quien, como ser humano, no estaba exento él mismo de pecado. En ese sentido, remito a quien esté interesado, a informarse aparte sobre quién fue Martín Lutero. Sólo diré aquí que el hoy Papa emérito Benedicto XVI, en presencia de los representantes de la Iglesia Evangélica Alemana (23/09/2011), decía que le emocionaba estar en el convento de Erfurt, donde Lutero estudió Teología, etc. Y dijo también que “lo que le quitaba la paz era la cuestión de Dios, que fue la pasión profunda y el centro de su vida y de su camino”. Y que la Teología era para Lutero “una lucha interior consigo mismo, y luego esto se convertía en una lucha sobre Dios y con Dios”. Pero esta cita no resume ni mucho menos lo que fue la persona y la vida de Martín Lutero. Sólo es una brevísima cita de lo que experimentó y dijo Benedicto XVI al visitar ese convento. Pero otros que se refirieron a Lutero no le son para nada favorables.

Quien lo desee puede también conocer el texto de la Declaración conjunta entre la Federación Luterana Mundial y la Iglesia Católica, que data de 1999, sobre la doctrina de la justificación en ambas confesiones cristianas. Y advertirá que ninguna quiere condenar a la otra. Pero, no obstante el diálogo y las buenas intenciones, se mantienen las respectivas concepciones.

Me parece loable que luteranos y católicos, ambos cristianos, podamos confesar nuestra fe, reconocer nuestras coincidencias; pero también nuestras diferencias. Esto es, vivir la unidad en y desde la diversidad. Sin perder ninguno la propia identidad. Y quienes somos católicos debemos tener muy claro que, al igual que los luteranos, también reconocemos en Cristo al único Redentor del género humano. Y creemos en su Gracia salvadora. Pero también en la necesidad de la libre y responsable colaboración del hombre con esa Gracia, para alcanzar cada uno la última y definitiva salvación al final de los tiempos. Y para que no quede duda alguna, por lo que se dice y se escucha, la Ssma. Virgen María y los Santos son para nosotros nuestros intercesores ante Dios. Sólo a Dios adoramos.

Con libertad de conciencia y sin contradecir la fe católica, ni ser hostil con los luteranos, que también profesan la fe en Cristo, pienso que la acción emprendida por Martín Lutero no fue una reforma de la Iglesia Católica. Sino que conmovió y alteró profundamente los fundamentos de la fe en Cristo, llevando detrás suyo a muchos cristianos. Esto es, dando nacimiento a otra Iglesia. Y después a distintas ramas que de ahí se desprendieron. A mi criterio, con serenidad y sin animosidad, esa es la realidad.

(*) La autora ha sido profesora de Ética Filosófica, de Teología Dogmática y de Teología Moral y Ética Profesional en la Universidad Católica de Santa Fe. Y de Ética Filosófica en el Instituto Superior San Juan de Ávila de Santa Fe.

A mi criterio, la acción emprendida por Lutero no fue propiamente una “reforma” de la fe católica. Sino un cambio radical de los fundamentos doctrinarios.