Tribuna de opinión

Derechos versus decretos

Por Ana María Zancada

Sumisión, obediencia y atención constante al hombre han sido las pautas de conducta de las mujeres todas con deberes organizados a través de rígidas leyes. Notable vigor en los criterios sociales han regido su conducta. La función de la mujer fue siempre dentro del hogar: esposas, madres, hijas, parir y criar hijos. Claro que la condición social también fue muy importante desde los orígenes de la historia. Hubo reglas que diferían si se trataba del vulgo o la realeza. Y aún otra división importante que por supuesto fue variando a través del tiempo y de las diferentes costumbres: vírgenes, viudas y casadas. Durante muchísimos años fueron los hombres los que dictaban las leyes que regían y ordenaban las formas de vida y costumbres de las mujeres, sus comportamientos sociales. Con ilustres excepciones. Por ejemplo Christine de Pizan que se atrevió a través de la literatura a marcar pautas con su “Ciudad de las Damas” (S. XV). Pero estas escasas excepciones no fueron suficientes para librar a las mujeres de sus ancestrales yugos.

La mujer siguió siendo una frustración de la naturaleza, destinada a proporcionar un bruto placer momentáneo, responsable del pecado, inconstante, molesta y torpe. Considerada inferior en inteligencia y fuerza con respecto al hombre, obligada a parir la descendencia cuyo género seguía implacablemente las normas imperantes correspondientes, según hembra o varón.

Los sabios y pensadores que les indicaron estudio y textos van y vienen a través de la historia otorgándole y quitándoles

virtudes con la misma intensidad. Pero ellas seguían allí, sujetas al yugo histórico de una humillación y postergación que tardó siglos en revertirse. Sometidas y obedientes, pero atentas para aprovechar las pocas oportunidades que la historia les daba.

La supuesta inferioridad se dio en proporción directa a la falsa superioridad del hombre macho. Durante siglos el hombre

encerró a la mujer para que no pudiese hablar, pensar, ejercer funciones, tomar decisiones. Recién al quedar viudas

recuperaban algo de su libertad. Su lugar en el mundo se reducía al ámbito doméstico. Fue el hombre el que sembró la idea de la debilidad intelectual de la mujer. Así fue durante siglos. La mujer era el símbolo de la lujuria concebida en el cerebro del hombre de lo que luego de satisfecho sus apetitos repudiaba como objeto de su “debilidad”.

Contra todo esto tuvo que luchar la mujer durante siglos. Caminos sórdidos, crueles y silenciosos. De allí los extremos a los que se llegó cuando las cadenas de los prejuicios y las negaciones se fueron rompiendo. El devenir de la historia fue lento, casi siempre lo es, pero sin vuelta atrás. Hubo excesos y malas interpretaciones. Siempre los hay sobre todo cuando el peso de los siglos incide para que en lugar de derechos se reclamen venganzas.

La historia negó a la mujer durante demasiado tiempo protagonismos que merecía. Pero también la historia le fue

dando el lugar que por derecho, capacidad y destreza, conocimientos y sentimientos les corresponde. Y no es con

decretos como se puede llegar a ocupar el lugar que justamente reclama. La educación, capacitación y estudio es el escalón que les permitirá el acceso al protagonismo que con tanto derecho reclaman. La humanidad necesitó siglos para evolucionar. Si bien todo ahora es más vertiginoso, las conquistas se fueron dando en forma paulatina. La fruta no puede madurar antes de tiempo porque pierde su sabor. Las mujeres demostraron que pueden ocupar el lugar que se merecen en el concierto social sin renunciar a los privilegios que por ser tales naturalmente tienen. Somos brujas y santas, pero mujeres al fin y necesitamos del hombre para seguir existiendo aunque más no sea por un instante que a pesar de todo vale la pena.

Durante muchísimos años fueron los hombres los que dictaban las leyes que regían y ordenaban las formas de vida y costumbres de las mujeres, sus comportamientos sociales. Con ilustres excepciones.

El devenir de la historia fue lento, pero sin vuelta atrás. Hubo excesos y malas interpretaciones. Siempre los hay sobre todo cuando el peso de los siglos incide para que en lugar de derechos se reclamen venganzas.