Relatos animados que estimulan la recepción auditiva

El Radiodrama

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Imagen de una vieja radio Galena Siemmens de 1940. Foto: ARCHIVO

Por Marcela Brizuela (*).

Twitter: @MarceBri_OK

La radiodifusión sigue siendo el medio de comunicación social donde el sonido y la palabra se reivindican o enajenan, individual o colectivamente, en función de los fines para los que sean utilizados. Hoy, las programaciones radiales se simplifican o se automatizan, requiriendo un mínimo de personas para su ejecución. Son propuestas que transmiten noticias; crónicas deportivas; comentarios editoriales sobre el quehacer político, económico o social; y música. Pero lo que no se está ofreciendo, es una programación específica con relatos animados del género dramático, como otrora supo brindarse a la audiencia a través del radiodrama.

ENDÚLZAME LOS OÍDOS.

Escuchar el relato de una historia nos estimula la imaginación y nos atrapa el interés, generándonos la ansiedad de obtener más detalles. Recuérdese a la princesa Sherezada, que salvó su vida manteniendo en vilo la curiosidad de su verdugo, durante mil y una noches. En las producciones radiales del género dramático, se obtiene el mismo resultado, siempre que el uso de la palabra potencie la sonoridad del texto. Porque, al decir de Ricardo Haye, “promueve un modo de expresión más rico, que apela a la poesía, a la metáfora, a la estética y a la capacidad de sinestesia de la radio” (1). Ahora bien, a qué nos referimos cuando expresamos el concepto de sinestesia. Queremos decir que se puede lograr la recepción auditiva con imágenes sonoras, donde la estimulación de un sentido como el oído provoca una percepción que se obtiene activando otros sentidos como el tacto, la visión, el gusto y el olfato. Como cuando un ruido atronador se percibe como una luz cegadora. Los oyentes pueden oír y al mismo tiempo ver. Con la sinestesia, además de cumplirse con el principio de visibilidad, donde se muestran sujetos y objetos, también se cumple con el principio de sensibilidad, donde se procura trasladar a la piel, al gusto y al olfato del oyente, facultades evocadoras de las sensaciones que viven los personajes de los relatos animados; y el radiodrama se ajusta a ese modelo de estímulo sonoro, tanto para el creador como para el receptor, donde la música aparece íntimamente conectada con lo verbal y con la identidad del personaje; la voz se ofrece al receptor como vía de acceso para la construcción del cuerpo del emisor; y los ruidos y el silencio, como construcción de las coordenadas espacio-tiempo; otorgando a la pieza sonora, riqueza visual y verosimilitud.

EL DRAMA EN LA RADIO

En los primeros momentos de la radiodifusión Argentina, por la década del treinta en el siglo XX, existió un estilo de programación radial a partir de la emisión de relatos animados, siendo su máxima expresión el radioteatro, que tomó del género teatral la estructura del melodrama. Cabe señalar que en el formato del radiodrama, se inscriben los siguientes subgéneros dramáticos: el radioteatro propiamente dicho, que toma como fuente principal obras escritas para teatro, cuya duración está determinada por la extensión de la obra, por lo que su estructura es unitaria; la radionovela, basada en la novela literaria con todos sus elementos, y se apoya para su adaptación radiofónica en el melodrama. Una característica fundamental de la radionovela es la correspondiente a su desarrollo en capítulos o episodios seriados. En la totalidad de los capítulos, a excepción del primero, se plantea un resumen del programa anterior; y la radio toma como fuente un cuento y lo adapta a su formato con todos sus elementos expresivos como: voces, música, efectos sonoros y silencios. Su duración tiene una estructura unitaria ya que cuenta una anécdota, a diferencia de la radionovela que cuenta con varias. No obstante, el subgénero dramático más producido en la radiofonía Argentina, fue el radioteatro, que se caracterizó por dos aspectos: en primer lugar, por su carácter de consumo popular, que al decir de Patricia Terrero, “se alimentaba de expresiones locales del imaginario colectivo popular como el folletín y el teatro gauchesco; y de géneros de la cultura masiva internacional como la novela popular, la historieta y el cine norteamericano. Se trataba de adaptaciones de novelas del repertorio universal; de obras de la literatura Argentina; y de textos escritos especialmente para el género” (2). Terrero reconoce en todos los casos, una diversificación según la edad, el sexo y la clase social de los oyentes. Las mismas podían clasificarse en: infantil, policiales, sainete, familiar y costumbrista. Esto revelaba la heterogeneidad de oyentes, tanto en sectores urbanos como rurales. De hecho, el radioteatro, “muchas de las veces con propuestas separadas por tabiques ideológicos y estéticos” (3) significó un aporte a la cultura de masas que por ese entonces se gestaba desde la radio.

Un segundo punto para destacar es la práctica del cruce de géneros y de artes. A las adaptaciones literarias que permitían su difusión en la radio, se le sumaba una adaptación para la escena, porque las obras que antes habían sido emitidas radiofónicamente, luego eran representadas teatralmente en salas y teatros de los barrios. Este cruce de géneros se condice con lo que Haye expresa sobre lo que es el “radioarte”: como la armoniosa y estética combinación de los sonidos, que persigue las sensaciones más que el entendimiento. El radioteatro en particular, y el formato del radiodrama en general, se inscriben en esta apreciación, porque los recursos expresivos utilizados en la producción de las historias (música, efectos sonoros y silencio) junto con la palabra, convocan ideas e imágenes; operan en lo racional y en lo emocional; en lo consciente y en lo inconsciente; en la evocación y en la fantasía.

RELATOS CON IDENTIDAD.

Hay autores que entienden que el radiodrama ofrece un ámbito en el que la narración permanece viva, como resistencia al “profundo desgaste de los géneros y un creciente debilitamiento del relato” (4). Sería auspicioso que un formato como el radiodrama, pueda volver a tener presencia en las radios de este nuevo milenio; constituyéndose en un modo de resistencia ante el debilitamiento de lo tradicional, el corrimiento de lo propio y, la devaluación del concepto regional en aras de la universalización. Puede tener presencia mediante preproducciones de pequeñas escenas dramatizadas y que sirvan como disparadores del tema a tratarse en la programación del día; porque el radiodrama es un formato válido que puede ayudar a revitalizar la programación de las radios, recuperando su capacidad expresiva y su poder de sugestión; además de incentivar la capacidad innata de contar historias y el placer de escucharlas. De la misma manera, se podrían lograr espacios contención emocional no sólo para los adultos mayores, quienes por haber sido un público generacionalmente afín, se pliegan a su consumo, también para habilitar espacios de asimilación de conocimientos para las nuevas generaciones, que habituados al consumo de imágenes, desconocen la potencialidad enriquecedora que tiene el relato animado por medio de la recepción auditiva. Porque en definitiva, la radio es un lenguaje, pero también es una estética, una herramienta de mediación social y una caja de resonancia cultural, donde la identidad es una construcción que se relata. Porque no existe identidad cultural, si ésta, no es contada.

(*) Comunicadora Social (Uner).

Referencias:

(1) Haye, Ricardo. “La radio del siglo XXI: nuevas estéticas”. Buenos aires. Ciccus-La Crujía. 2000.

(2) Terrero, Patricia. “El radioteatro”. Ceal. Buenos Aires. 1981.

(3) Ulanovsky, Carlos. “Días de radio”. Espasa Calpe. Buenos Aires. 1996.

(4) Marinas, J. M. “La identidad contada” en Destinos del relato al fin del milenio. España. 1995.