Un libro original

El final de la banca y revolución digital: claves para evitar otra crisis

Romina López La Rosa (DPA)

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Los expertos económicos y autores suizos Jürg Müller y su compañero que prefiere permanecer en el anonimato, en una fotografía promocional del líbro “El fin de la banca”.

Foto: Agencia DPA

Jonathan McMillan no existe, pero propone una de las soluciones más radicales -y a la vez fundamentadas- que se hayan hecho a la cuestión de la disfuncionalidad del sistema financiero, que quedó claramente en evidencia en la última gran crisis que comenzó en 2007-2008. Su propuesta es “El fin de la banca”, un libro que plantea precisamente esta idea, al término de una profunda reflexión sobre sus problemas.

Detrás de Jonathan McMillan se oculta una pareja de autores suizos, conocidos desde la infancia, compañeros en la universidad y que luego siguieron caminos separados, uno en la banca internacional -que quiere permanecer en el anonimato- y el otro, Jürg Müller, que siguió una trayectoria académica y también es colaborador de economía del diario “Neue Zürcher Zeitung”.

Los volvió a unir sin embargo años más tarde el mismo malestar ante la forma en que se había manejado la crisis financiera mundial y decidieron escribir a cuatro manos un libro que sirviera nada menos que para cambiar el mundo.

“El sistema ya no funciona y todos lo saben. ¿Cómo convencer a la gente de que puede cambiar las cosas? Quizás es algo muy suizo, lo de la democracia directa, pero nosotros creemos que si la gente realmente quiere, puede cambiar las cosas. Pero antes por supuesto hay que convencer a muchas personas”, dice Müller, que a lo largo de la entrevista se va turnando todo el tiempo con su coautor de una forma totalmente complementaria, mostrando así hasta qué punto los dos conforman a “Jonathan McMillan” tras los más de cuatro años de intercambio entre Nueva York y Zúrich que necesitaron para escribir el libro.

“El fin de la banca. El dinero, el crédito y la revolución digital” (Taurus) está escrito de forma accesible, para llegar al público general, si bien la propia complejidad de sectores como la banca en la sombra hacen algunas de su páginas de más difícil acceso.

“No estábamos contentos con cómo se había manejado esta crisis. Era 2011. En las ciencias económicas no había cambiado nada (...) En el mundo financiero se siguió haciendo lo mismo. (...) En 2008 y 2009 notamos que habían hecho algunas reflexiones, pero enseguida se dieron cuenta de que serían rescatados y de que la sociedad los dejaría en paz y siguieron haciendo todo como siempre”, denuncian.

El caso español

El sistema financiero es increíblemente ineficiente en la actualidad, añaden, y ponen a España como ejemplo, donde antes de la crisis financiera se construyeron tres millones de viviendas, muchas más de las necesarias. “Es inconcebible que esa fuerza de trabajo, de energía, se desperdiciara de esa manera. Imagínese lo que se podría haber hecho en lugar de construir tres millones de viviendas. Y ahora, después de la crisis, ya no se necesita la mano de obra, está desempleada, no se fomentan sus capacidades, no se desarrollan sus carreras. Es una catástrofe”. “Estoy convencido de que el mayor problema que tenemos hoy en la sociedad es que el sistema financiero ya no funciona”, apostilla uno de los autores, y pasa a sus consecuencias políticas: “Trump, el nacionalismo y el ‘Brexit’ (la salida de Reino Unido de la Unión Europea) son un resultado de esta crisis. Cuando la gente ve que la cosa no funciona pero nadie es castigado y los banqueros se enriquecen, se acumula una enorme frustración. Hay investigaciones que prueban que siempre después de las crisis financieras hay una tendencia a la política nacionalista. Y es peligroso”, señala.

Aunque el libro se llama “El fin de la banca, es enormemente relevante para la economía real. Poniendo una mano sobre la otra, explican: “Tenemos abajo este sistema real, con trabajo, capital vivienda, y arriba tenemos el sistema financiero, que lo coordina todo. Y si tenemos aquí arriba un error, abajo tampoco funciona”.

El problema es que muchos piensan que sólo se trata de finanzas o que es un tema demasiado complejo para ellos, añaden. “Y lo que ahora vemos es que en este mundo real aparece el populismo, el nacionalismo. Y esto no es más que la búsqueda de chivos expiatorios”.

Los autores defienden que el suyo puede ser un modelo para un sistema mejor, pero que para ponerlo en práctica al final se necesita voluntad política. Los que se benefician de él no van a cambiarlo, y los demás a menudo se frustran porque les resulta incomprensible.

Por eso movimientos que generó la crisis, como los “indignados” estadounidenses reunidos en “Occupy Wall Street” “expresaban una insatisfacción, pero que no fue canalizada hacia alguna parte” pese a haber hecho propuestas de cambio.

Una de las claves es que pese a que “el sistema fracasó estrepitosamente, no hubo cambio en las élites, siguen ahí los mismos. El statu quo es tan poderoso, tiene tal poder atracción, que todo vuelve a lo mismo”, denuncian.

“Creemos que el dinero debe ser un asunto público, organizado por la sociedad”, añaden. “El sistema bancario actual no tiene nada que ver con el libre mercado”.

El libro no plantea terminar con los servicios que hoy ofrecen los bancos, como el crédito o las comodidades de pago electrónico, sino con la creación de dinero a base del crédito y con unas instituciones que en la era industrial eran necesarias pero que en la digital se han vuelto inútiles. La tesis de los autores es que lo mismo se puede hacer de manera directa en el mercado, mediante las tecnologías de la información disponibles y con una renta incondicional que se distribuyera por igual entre todos los ciudadanos y sirviera para hacer circular el dinero y mantener la estabilidad de precios.

Y aplicando una regla básica a todas las empresas en vez de la actual maraña de regulación bancaria, que en su opinión empeoró la crisis reduciendo los requerimientos de capital de los bancos, favoreciendo su concentración y al final otorgándoles una garantías por parte del Estado tan enormes que no pueden quebrar y que son, de hecho, “un subsidio a los grandes bancos”.