Trabajan en la Casa de la Cultura, hoy en obra

Dos artesanos, un desafío: armar un rompecabezas de mil piezas de yeso

Están restaurando las ornamentaciones, molduras y demás elementos de yeso en el histórico inmueble. Calculan que tienen cientos de metros de guardas y cerca de mil piezas ornamentales a restaurar o reconstruir. Rescate de un oficio que busca la perfección y defiende lo patrimonial.

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Los artesanos porteños mostrando su trabajo. Trabajan unas 10 horas, a veces de corrido. Han hecho trabajos de restauro en lugares muy emblemáticos, como el Teatro Colón.

 

Luciano Andreychuk

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—Disculpe, ¿sabe adónde están los artesanos de yeso?

—Sí, sí, los “porteños”. Venga, póngase este casco de seguridad por favor, lo llevo.

El obrero conduce diplomáticamente hacia los “porteños” y ahí están, adentro de la Casa de la Cultura, hoy en obra. Uno tiene el tatuaje de un tigre en su antebrazo izquierdo, musculosa, actitud indómita; el otro, barba algo rojiza y más emprolijado a los reglamentos de la empresa que los contrató, con su ropa de fajina anaranjada. Parecen distintos pero tienen algo en común: están llenos de manchas blancas de yeso.

Es la minucia de un detalle, pues todo va mucho más allá: son amigos íntimos, compañeros de trabajo y socios independientes. Parecen un anverso y un reverso, un yo-un ello freudiano, el uno para el otro y viceversa, o el uno que no existe sin el otro. Comparten esa suerte de infatuación obsesiva, pasional por el oficio. El uno es Carlos Freico, el otro, Hernán Arduca: son artesanos yeseros.

Claro: lo de “porteños” es porque fueron traídos desde Buenos Aires para restaurar las molduras, las ornamentaciones, todo lo que hay de yeso en la Casa que está en bulevar y Güemes. Y no los contrataron por casualidad: han hecho restauros en el Teatro Colón —nada menos—, en el Palacio del Congreso nacional, en el edificio de la Cámara de Diputados de la Nación, en las embajadas de Estados Unidos, Francia y Brasil.

Arduca, que además es artista plástico, restauró una pintura de la imponente Basílica de Flores. Es que ambos hacen otros trabajos de restauro, en carpintería, marmolado, pintura decorativa. Y ahora se enfrentan a todo un desafío: recuperar decenas de metros de molduras y cerca de mil piezas de yeso de la Casa de la Cultura.

Los artesanos van en un 10% ó 15 % de todo lo que deben hacer, y hay un plazo de ejecución de obra de 10 meses. Pero también restaurarán los pisos de teselas, que son piedritas que forman figuran en los pisos de un sector de la casa.

Armaron su tallercito en un rincón del interior del soberbio inmueble. Trabajan 10 horas por día, paran para comer algo y a veces ni eso, sólo siguen. Comparten un mate, canciones de Facundo Cabral en el celular, un cigarrillo rubio.

—Esto de trabajar con yeso debe tener mucho de ritual...

—No sé, creo que sí. Pero algo de ceremonial hay, seguro.

Rompecabezas

Hace 10 años que se dedican a la restauración. En la Casa de la Cultura están trabajando sobre la ornamentación (flores, caras, elementos decorativos), las molduras (guardas geométricas entre paredes y cielorrasos) y otras piezas de yeso. Todo se hace in situ.

“Hay sólo un 20 % de los elementos originales que se pueden recuperar”, admite Freico, pero no lo ve con preocupación. Respecto del resto de piezas faltantes, se acude a un registro fotográfico, por protocolo. “Pero cuando no lo hay, se trata de reproducir la pieza que falta. ¿Cómo? Estudiamos el estilo estético de las formas. En esta casa, el estilo es de herencia neoclásica. Entonces se dibujan, se bocetean las formas y se llevan a molde, para crear la pieza ausente”, explica Arduca.

“Esto es como un rompecabezas sin todas las piezas. Hubo que maquetear y reconstituir. De todos modos, tratamos de lograr un consenso con la gente de patrimonio histórico y por supuesto de la dirección de la obra. Las piezas faltantes se harán respetando las formas, el sentido histórico”, agrega.

Pero como fieles guardianes del patrimonio histórico, los artesanos coinciden en algo que es central. “El desafío más grande es conservar lo que había. Esta casa estaba muy deteriorada. Ocurre que la idea de la restauración es más que nada la conservación antes que la reposición. Y ahí está nuestra mayor meta”. Es decir: respeto sacro a cada pieza original y reproducción lo más perfecta posible de cada faltante.

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Varias decenas de piezas de yeso ya hechas, fraguando. Secan en dos o tres días, máximo. Fotos: Mauricio Garín

El proceso

El yeso es un material que se prepara con agua, queda líquido y luego seca dentro del molde. “Es muy noble en el sentido de reproducir una forma. Y las terminaciones que nos da el yeso son distintas a otros materiales, más refinadas”, cuentan, como rindiéndole pleitesía.

Pero antes del yeso para reproducir una pieza, vienen los moldes. “Dependiendo de las formas, se usa caucho, silicona, fibra de vidrio”, enseñan. Una de las técnicas es así: se toma una pieza original a restaurar o se desarrolla la forma de una que hay que hacer. Se amasa arcilla y se recubre esa pieza, y en esa cobertura hay pequeños orificios por donde se echa el yeso. Se hace un contramolde con el que se tapa el “enrollado” y, una vez que fraguó, se lo saca.

Se retira el arcilla, se vuelve a poner el contramolde y se vuelca un caucho de silicona en estado líquido por los orificios. Se espera y una vez que el yeso fraguó —con agentes desmoldantes— se desprende el molde. ¡Voilá! Hay molde. El secado de una pieza de yeso puede durar varios días. Mientras, se avanzan con otros trabajos.

—Se nota que esto es un proceso muy minucioso, deben de tener mucho cuidado para no romper las piezas...

—Tenemos una tendencia paternal, cariñosa con lo original y con todas las piezas, con esto de no lastimar nada.

“Este oficio para nosotros es una pasión que va más allá de las cuestiones convencionales”, termina Arduca, mientras se acomoda a bocetear sobre papel una forma. Freico pincela concentrado una ornamentación bellísima sacada de otro tiempo. Sobrevuela la sensación de que en realidad es el yeso el que les da forma a los artesanos, y no al revés.

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Freico: “La idea de la restauración es más que nada la conservación antes que la reposición. Este oficio es una pasión”

“Agradecer”

Los artesanos mientras hablan trabajan. Siguen manchándose de esa blanco mate, pero no les importa. “Mirá, es simple: amamos mucho esto que hacemos. Nos vinimos a trabajar aquí a la Casa de la Cultura porque la vimos como un desafío muy importante, por la complejidad de la obra y por su valor patrimonial. Dejamos la familia, los amigos por días (Freico es de La Matanza, Arduca de Morón), y para hacer lo que nos gusta, más allá de lo económico”, resalta Freico.

Y al unísono agradecen al equipo de la obra: “Este trabajo no puede prevalecer si no está el otro. Aquí en esta obra se armó un grupo muy lindo, desde el ingeniero encargado hasta los otros muchachos. Están pendientes todo el tiempo de si necesitamos algo, tratando de proveer todo lo que necesitemos para que nuestro trabajo sea bueno”.

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Arduca. “Tenemos una tendencia paternal, cariñosa con lo original y con todas las piezas, con esto de no lastimar nada”.