Tribuna de opinión

Serán beatificados los mártires de Argelia

Por María Teresa Rearte (*)

Recientemente el Papa Francisco aprobó el decreto que reconoce el martirio de diecinueve cristianos víctimas de la violencia que asoló el país nordafricano en tiempos del conflicto entre el Frente Islámico de Salvación y los militares de Argelia. La historia más difundida es la de los siete monjes trapenses de Notre Dame del Atlas, que fueron secuestrados en marzo de 1996, cuyos cuerpos fueron hallados después de dos meses, en circunstancias poco claras. Se habla de la responsabilidad de Francia, del gobierno argelino y los grupos fundamentalistas...

Si bien los monjes de Tibhirine son las figuras más conocidas, hay que mencionar que la causa de beatificación, iniciada por la Iglesia de Argelia en 2006, está encabezada por el obispo de Orán, Mons. Pierre Claverie, asesinado con una bomba que estalló en la entrada de su casa en agosto de 1996. La decisión no sólo se relaciona con la dignidad episcopal de Claverie, que había nacido en Orán en tiempos del dominio colonial francés y adonde retornó en 1967, cuando la suya pasó a ser una Iglesia “extranjera” en un país rígidamente islámico. Sino que su muerte se asoció a la de Muhamed, su chofer musulmán fallecido en la misma circunstancia, mezclándose en el atentado la sangre de un cristiano con la de un musulmán, víctimas los dos de la misma violencia terrorista. A la muerte martirial del obispo Claverie se suman las de dieciocho víctimas más, entre religiosos y religiosas. Entre esas víctimas, los trapenses de Tibhirine.

Para la doctrina católica el martirio es el acto por excelencia de la virtud de la fortaleza cristiana, por el que se sufre voluntariamente la muerte en testimonio de la fe, o de cualquier otra virtud cristiana relacionada con ésta. Para evitar equívocos quiero aclarar que la virtud de la fortaleza no equivale a sufrir por sufrir, lo cual para el cristiano sería un sin sentido como para cualquier otra persona, tenga o no fe. De modo que el mártir no desprecia la vida. Sino que la tiene en menor consideración que el bien mayor por el cual la entrega, que es la fe u otra virtud cristiana relacionada con la virtud teologal de la fe.

Para la pequeña Iglesia de Argelia la muerte violenta del obispo Claverie se convirtió en la expresión del propio calvario, vivido en comunión con los miles de musulmanes que pagaron con su vida su “no” a la lógica de la violencia que dominaba en ese tiempo. A tal punto que en declaración aMondo e Missione, Thomas Georgeon, trapense francés y postulador de la causa, decía que fue “un martirio en medio de un océano de violencia que arrolló Argelia en los años noventa. (...) Es imposible pensar sólo en “nuestros” mártires, ignorando las decenas de víctimas de la década negra, porque también ellos dieron la vida por su país y por su fe”.

Mártires en el siglo XX

Es importante saber de la existencia de mártires cristianos en lo que fue el siglo XX, incluso en etapas tan cercanas al tiempo actual. No eran personajes casi imaginarios devorados por leones en el circo romano. Sino seres humanos de carne y hueso, que sufrieron muerte violenta por su fidelidad a Cristo, al Evangelio, a su compromiso monástico y a la comunidad islámica con la que convivían y trabajaban en armónica paz. La historia de la comunidad trapense ha sido reflejada en libros, que recogen los testimonios existentes. Y que fue llevada al cine, con el título “Sobre dioses y hombres”. La película muestra la vida sencilla de los trapenses, dedicados a la meditación, el silencio, el trabajo y la oración. Esto es, el discurrir de la vida en clave de comunidad monástica. De notable éxito en Francia, llegó en 2010 a ser premiada en el Festival de Cannes. Lo que da cuenta de que el mundo que habitamos, secularizado y escéptico sobre todo en Occidente, muestra la necesidad de testimonios con relación a la trascendentalidad de la vida del hombre. Por lo que se comprende que el testamento de Christian de Chergél, prior del monasterio, conmoviera a tantas personas, considerando que sólo tres años antes de su muerte, en un breve escrito preveía su martirio mostrando su disposición para “dar” la vida. Y aún “perdonar” a su potencial y futuro asesino.

Muchos no comprendieron el porqué de la decisión de los monjes para permanecer en el monasterio, no obstante el permiso y aún la sugerencia de la Orden para salir de Argelia ante las amenazas contra los extranjeros de parte de los integristas islámicos que decían: “Los que se queden, morirán”. Pero se trataba de “dar la vida” por los amigos, que no eran sólo los miembros de la comunidad monástica; sino también las familias musulmanas de los alrededores, a las que ellos no querían abandonar. Entre las cuales realizaban incluso una labor social a través de un dispensario médico, en el que atendía uno de los hermanos que era médico. También cultivaban una fuerte sensibilidad ecuménica ejercitando el diálogo y la pacífica convivencia entre cristianos y musulmanes.

En el comienzo de uno de los libros con la crónica de lo sucedido se puede ver la cruz sobre un monte, con una frase de Juliana de Norwich, destacada mística inglesa, que dice: “Tour finira bien. Aleluia”. “Todo terminará bien. Aleluya”. Pero ¿es terminar bien si los siete monjes fueron todos degollados? La respuesta la puede dar la frase evangélica que San Juan Pablo II cita en la carta de condolencias a los trapenses: “Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda solo; pero si muere da mucho fruto” (Jn 12, 24). El martirio de estos cristianos es como una gota de agua fresca, que salta hasta nuestros días en este sufrido mundo castigado por el terrorismo, al que le cuesta tanto pronunciar el nombre de Dios. Y vivir en paz.

(*) Ex profesora universitaria y del nivel superior. Escritora, tiene publicado entre otros títulos “Búsquedas y travesías” (Poesía). Edic. UNL. Sta. Fe, octubre 2009.

La virtud de la fortaleza no equivale a sufrir por sufrir, lo cual para el cristiano sería un sin sentido como para cualquier otra persona, tenga o no fe. De modo que el mártir no desprecia la vida.

Para la doctrina católica, el martirio es el acto por excelencia de la virtud de la fortaleza cristiana, por el que se sufre voluntariamente la muerte en testimonio de la fe, o de cualquier otra virtud cristiana relacionada con ésta.