Reflexiones

Indagatoria

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Detrás de sus dobles y sus prótesis, sus clones biológicos y sus imágenes virtuales, el ser humano aprovecha para desaparecer.

Foto: Archivo El Litoral

 

Por Carlos Catania

La confusión e inseguridad de la vida contemporánea amerita que encendamos todas las luces posibles; las escasas luces de que disponemos. Y si las sombras persisten o finalmente son barridas por la total oscuridad, ¿qué hacer a continuación? Vaya a saber. Quizás dar valor de realidad a la imaginación (bovarismo), lo cual, tal vez engañosamente, sería una huida que reemplaza al enfrentamiento. En todo caso, ¿una huida hacia dónde? Hacia ninguna parte: esta huida es un encierro, una celda con todas las comodidades. ¿Qué más te puedo decir? ¿Acaso crear una “realidad” paralela? Se verá enseguida que estas representaciones dominan en terreno teórico. Cuidado, pues, con “técnicas” abrasivas sobre pensamientos acorazados.

Semejantes devaneos inquisitivos, como los que pretendo masticar, son tan viejos como el aliento de extinguidas civilizaciones. Pero ocurre que remotas campanas resuenan hoy con mayor energía, por no decir desesperación. Pese a todo sería conveniente dejar de lado convicciones terroristas, lamentaciones y la tentación de considerarse víctima. Desde luego, ya lo sabemos, bellos ejemplares de la especie humana son los menos; lo peor es lo que más abunda. Sería prudente interrogarnos acerca de a qué bando pertenecemos.

Sostenía Einstein que si las técnicas llegaban a superar al hombre, el mundo se convertiría en una caterva de idiotas. Y mientras nos encaminamos hacia ese estado mental, aletargados por maquinitas, imágenes, ajetreos virtuales y confundimos información (cotidiana e insaciable) con conocimiento, la ciencia nos otorga la posibilidad de vivir más tiempo y en mejores condiciones físicas, lo que sería, en el mejor de los casos y con todo respeto, una manera de perpetuar la idiotez.

Curiosas contradicciones de nuestra especie. Y si al escribir patino, una y otra vez, en tautologías, se debe a mi incapacidad de abarcamiento; a la condena de no poder ir “más allá”; a querer ser parte activa y responsable de todo cuanto ocurre alrededor. Advierto que mientras el lenguaje humanista suena en el desierto o es ridiculizado, los escupitajos de vulgaridades y cierta megalomanía de cuarta se entronizan en la vida cotidiana. Nada puedo hacer al respecto, aunque desearía tener fuerza suficiente para ser algo más que un espectador fatigado.

Tres aguafiestas

Me preguntás por quienes han indagado en este asunto. Echo, entonces, una mirada hacia aquellos que han dedicado su vida a investigar los síntomas de la decadencia, sus causas y resultados. Después de haberme zambullido en viejos inquisidores, Nietzsche entre ellos, escojo a tres contemporáneos que cumplen el rol de detectores de mentiras, denunciando los asesinatos cometidos en el transitar de la cultura y revelando las prisiones y superfluos encantamientos del ser humano.

Escojo, pues, a Jean Baudrillard (“El crimen perfecto”), a Alain Finkielkraut (“La humanidad perdida”) y a Gilles Lipovetsky (“La era del vacío”). Tres rotundos aguafiestas que, felizmente, nadan contracorriente. (Si el que te dije llega a leer esta nota, estimará que él no está con ánimo para tragar a tales pontífices que vienen a complicar la existencia).

Baudrillard nos habla del asesinato de la realidad, a la que se podría rotular, a modo de epígrafe, con el ya mencionado aforismo de Einstein. Arguye: “No sólo la Inteligencia Artificial, sino toda la elevada tecnología, ilustra el hecho de que, detrás de sus dobles y sus prótesis, sus clones biológicos y sus imágenes virtuales, el ser humano aprovecha para desaparecer”. Se pregunta: ¿cuál es el deseo metafísico más radical, el goce espiritual más profundo? Respuesta: no estar ahí pero ver.

El libro de Finkielkraut es un ensayo sobre el siglo XX en el período más sangriento que haya conocido la Humanidad. Indaga, en otro plano, las alienaciones, compulsiones y aberraciones de la especie en territorios políticos y morales. Cita con frecuencia a Sartre, a Foucault, a H. Arendt, etc. De cada uno extrae fundamentos y conclusiones. Su obra tiene, a mi parecer, un parentesco con “Ideología o filosofía”, libro de Fernando Tola y Carmen Dragonetti (Edit. Las Cuarenta, Bs. As.).

Gilles Lipovetsky dispara ensayos acerca del individualismo contemporáneo: “Todo él indiferencia, el desierto posmoderno está tan alejado del nihilismo pasivo y de sus triste delectación en la inanidad universal como del nihilismo activo y su autodestrucción. Dios ha muerto, las grandes finalidades se apagan, pero a nadie le importa un bledo, ésta es la alegre novedad”. Indiferencia por saturación, información y aislamiento.

Aquí me detengo. He mencionado sólo una vertiente del asunto, dejando caer apenas una gotita de cada autor escogido. Cuestión de espacio. Poco importa. Lo importante, quizás, sea establecer señales en ese camino tan misterioso y contradictorio donde se conjugan los interrogantes sobre lo que somos y hacemos, con el ardiente deseo (¿utópico?) de vivir con dignidad. ¿Te parece que es mucho pedir?

Nos encaminamos hacia ese estado mental, aletargados por maquinitas, imágenes, ajetreos virtuales y confundimos información (cotidiana e insaciable) con conocimiento.

Mientras, la ciencia nos otorga la posibilidad de vivir más tiempo y en mejores condiciones físicas, lo que sería, en el mejor de los casos y con todo respeto, una manera de perpetuar la idiotez.