Entrevista con Diana Aisenberg

“El arte es el único fabricante de sentido de todas las cosas”

La formadora de artistas plásticos cuenta su modo de trabajar en “MDA (Método Diana Aisemberg). Apuntes para un aprendizaje del arte”

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“A veces pienso que la faceta docente es mi mejor obra”, considera Aisenberg. Foto: Télam

 

Redacción El Litoral

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Télam

Como una suerte de cuaderno de bitácora que combina reflexiones, saberes y rituales, el libro “MDA. Apuntes para un aprendizaje del arte” de Diana Aisenberg, propone un acercamiento a la tarea docente de esta artista, figura destacada de la escena argentina y una de las más reconocidas formadora de artistas plásticos desde hace más de 30 años a través de talleres y clínicas, cuyo gran motor es aprender a mirar la producción propia.

Publicado por Adriana Hidalgo, el libro “MDA” (Método Diana Aisenberg) desmenuza el modo de trabajo que se realiza puertas adentro del taller de la avenida Corrientes, un espacio donde se debate e interroga sobre la producción creativa propia y ajena desde una mirada desacralizada, a través de ejercicios como rondas de preguntas, búsqueda de referencias y confección de listas, herramientas que ayudan a ordenar y a pensar, así como a la permanente exploración.

“A veces pienso que la faceta docente es mi mejor obra. Después sé que no podría hacer ninguna obra si no pintara, que los problemas que trato son los de la historia del arte y los míos propios, que se hacen universales cuando se van compartiendo con tantas personas”, dice a Télam Aisenberg, la inventora de este método de educación no formal al que suscribieron miles de adeptos.

Preguntas, música y regalos

Nacida en Buenos Aires en 1958, Aisenberg estudió en Bezalel Art and Design Academy de Jerusalén y es una figura esencial en la articulación del arte de los 80 con los 90 en nuestro país. Obtuvo más de veinte premios de plástica con sus pinturas en las que explora la naturaleza y es reconocida por sus Madonnas con las que revisó la pintura religiosa en clave feminista.

Además, es autora de los libros “Historias del arte. Diccionario de certezas e intuiciones” (2004) y “Aisenberg” (2015) dedicado a su obra pictórica.

“Descubrir el artista que hay en cada individuo es una tarea ineludible de la educación”, dispara Aisenberg desde las primeras páginas de su texto, donde sobrevuela las pautas de trabajo que ha confeccionado en todos estos años y que han influido y modificado formatos empresariales dirigidos por artistas, así como procedimientos individuales, pero que también ha alcanzado a jardines, escuelas, universidades que han adaptado o reversionado sus ejercicios, metamorfosis mediante.

Usar materiales básicos, de batalla, confeccionar una playlist de música para trabajar, elegir una pregunta que guíe las investigaciones, propiciar la escritura, obsequiarse entre los alumnos pequeños regalos (bautizados “brillitos”) y delinear muchísimas listas (de deseos, de preguntas, de cosas), son tan sólo algunos de los ejercicios que la artista va desglosando en estas páginas que apuntan a saber qué clase de artista se quiere ser, o mejor, a una concepción personal sobre el arte.

¿Dibujás en el suelo? ¿Hay algún cielo que no puedas olvidar? ¿Navegarías bajo una tormenta de Turner o de Quinquela Martín? ¿Caminás mucho por la ciudad? ¿Te subís a un colectivo y te bajás en cualquier lugar? ¿Hay algún espacio donde hayas sido feliz? o ¿En qué lugar, qué lago, qué paisaje, qué color, qué poesía, qué pena, qué interés, qué insistencia, qué pretensión, qué ignorancia, qué materia, qué esencia, qué nada, qué duda, qué maestro, qué información estoy yo? son algunos de los interrogantes lanzados por la autora en el apartado dedicado a pensar en un sistema de referencias, apelando a una revisión continua de los orígenes.

“El arte en sí es el único fabricante de sentido y contenido de todas las cosas” son las palabras elegidas por Aisenberg, a modo de epílogo, para coronar este compendio de experiencias y saberes que se despliegan a lo largo de poco más de 200 páginas, en las que decide compartir y hacer público su praxis educativa con la que se formaron cientos de artistas contemporáneos.

“Talento e inspiración son circunstancias”

—¿Como docente, ayudás a tus alumnos a cavar en lo más profundo que cada uno pueda llegar?

—A mí no me gusta la idea de la profundidad. No creo que más profundo sea mejor siempre. Hay una historia de la superficie que puede ser maravillosa, el reflejo de la superficie es mágico. Yo no hurgo en las personas. Hay una conversación que es como un baile. Claro, hay que encontrar el paso. Y es por donde es más fácil. La cosa de la profundidad tiene una carga generacional que mamamos bastante y que de alguna forma resulta nostálgica y densa. No digo que no seas sufrido pero tampoco quiero hacer un altar de eso. Sufrimiento hay y no creo que el arte sea el lugar de alimentarlo. Yo no lo cultivo, sí lo acompaño. No todos los alumnos necesitan lo mismo pero está muy bueno encontrar lo que es común, y en personas que parecen muy diferentes. Y lo que sale de ahí es pura magia, es realmente alegría. Es fortalecedor. Un modo de ver el método es encontrar los lugares comunes que accionan a todas las personas, no importa de dónde vengan.

—En un pasaje del libro decís que que el talento no sirve como guía y que la inspiración no es más que romperse el lomo...

—Talento e inspiración son circunstancias. Es como los premios o los concursos, son circunstancias. Si pensás que eso es garantía de que sos bueno estás al horno. Por eso también hay tanta gente quemada que se cree lo que hace. Es muy lindo ver a los artistas a través de las décadas. Hay algo de la supervivencia ligada al arte que yo valoro muchísimo. Bueno, algunos sobreviven haciendo siempre lo mismo. Hay otros que le pierden el sentido a la producción cuando sienten que están respondiendo a demandas como cualquier producto, entonces empiezan a hacer un camino. Es un vuelco interesante en el momento que te hartás de responder a ciertos lugares de corrección, ahí hay una gran posibilidad. El arte está en desafíos, en búsquedas, no en responder a lo que te piden.

—Mencionás que, a veces, los alumnos temen perder el misterio al explicar su obra entonces recurren a un discurso impostado que no siempre es fiel. ¿Es difícil para el artista no caer en modas? ¿Ser genuino?

—Hay muchas personas que enseñan a impostar discursos, es popular en talleres y universidades. Pienso que es difícil que te banquen siendo genuino en cualquier lado en este mundo. Las modas te atraviesan, algunas son tuyas. Yo no niego la moda ni los momentos históricos, al contrario, muchísimos son parte, los nombras y agradecés. Hay ciertas cosas que son lugares comunes, vicios académicos, guiños del discurso que muchas veces se alejan de la persona y de la obra para ser parte de un código de pertenencia estipulado, y así se va acartonando la mayoría.

—¿Por ejemplo?

—Hace unos años, en un auditorio repleto, dije que no me gusta hablar de la resistencia del artista y me cuestionaron todos los presentes. Para mí, el arte no es resistencia. No lo es. Resistiendo como si fueras un sometido... ¿Contra quién? Por qué no darle el lugar de “insometible”. Del que va, no porque algo o porque alguien. Hay una cosa de sumisión en el concepto de resistir que no tolero. Son conceptos que se empiezan a hacer comunes, hay consensos de que eso es lo que hay que pensar. Yo no adhiero.