Espacio para el psicoanálisis

Los que aman, odian

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Luciano Lutereau (*)

La idea más trivial de la psicoterapia de pareja es creer que dos personas pueden tener “problemas” de comunicación y que buscando un modo “sano” de hablar va a resolver sus conflictos.

Hace un tiempo, empecé a atender parejas. No soy especialista en el tema, porque no pienso en términos de especialización. Prefiero la experiencia. Me importa haber notado la renegación que implica decirle algo a otro con el atenuante “pero estaba enojado”, es decir, advertir que a veces la intención de herir puede ser más fuerte que la de decir. Ésta es una escena frecuente, el primer obstáculo que es preciso transitar con una pareja.

Hace poco tuve una entrevista larguísima con una pareja que no paraba de pelear, tanto que me levanté y fui a preparar mate. Cuando volví pensaba en la bronca que me tirarían mis vecinos después, pero satisfecho de esta venganza involuntaria por las cosas que ellos suelen tirar en mi patio. Armé una ronda de mate mientras se insultaban. En un momento, él dijo: “Qué mates más feos”, porque había visto que usé la yerba de Boca que mi hijo compró en el supermercado chino. Ella sonrió y yo me di cuenta de cuánto se quieren.

Otra cosa que noté en este tiempo de atender parejas es que hay una defensa contra la alianza inconsciente con el analista: que los dos se unan contra el mismo enemigo. Si dos personas pueden reírse juntos, que no es igual a reírse de lo mismo, todavía hay algo sano y reparable. Lo primero que una pareja pierde cuando ya no se quiere es el sentido del humor. Lo segundo es la complicidad lingüística.

Hay parejas que vienen con “fecha de vencimiento”, son modos de lazo que, desde un principio, anticipan su final, a menos que puedan reformularse. Un ejemplo: él se enamora de ella de una forma tierna y asume una actitud protectora, la estimula e impulsa para que se desenvuelva de manera autónoma, pero el día en que ella alcanza esa independencia es el primero en boicotearla, porque se siente atacado, en peligro, padece el miedo del abandono que proyecta como una traición y ella no puede ya amar a un paranoico. Caso típico de varones con mujeres (mucho) más jóvenes.

Otro ejemplo: ella lo apuntala para que él progrese en su carrera y cuando accede a un lugar destacado, él se olvida de ella y comienza a tener una amante; para sentirse realizado él necesita reprimir la dependencia con su mujer, entonces la deja por la otra, pero al poco tiempo se da cuenta de que su decisión fue estúpida y no hay retorno. En ciertas parejas hay guiones típicos. Como en el cine y la literatura. Porque en todos los casos se trata de fantasías. Ésta es la materia de que está hecha la práctica del psicoanalista: analizar fantasías.

Muchas veces a los analistas nos toca escuchar a alguien que se queja de su pareja. Lo más inmediato sería creer que eso significa que no lo (o la) ama y, por lo tanto, sugerir una separación. Sin embargo, hay personas que sólo pueden amar quejándose de su pareja con otros. De este modo disocian una agresión que si no iría a parar a la relación. Así quejarse puede ser una forma de cuidar al otro y si la queja es victimizada encubre el castigo de la culpa por la agresión. Nunca importa lo que alguien dice, lo dicho, sino el valor psíquico, la carga, la intensidad. Esa enunciación se interpreta y, a veces, puede ser contraria a lo enunciado. De esta forma el analista puede ser el depósito de la hostilidad hacia una pareja, reservorio que permite que esa pareja conviva sin mayores sobresaltos. Lo importante es no olvidarse de pensar el destino del odio en una relación. Nadie ama sin odiar al otro.

Si dos personas pueden reírse juntas, que no es igual a reírse de lo mismo, todavía hay algo sano y reparable. Lo primero que una pareja pierde cuando ya no se quiere es el sentido del humor. Lo segundo es la complicidad lingüística.

En ciertas parejas hay guiones típicos. Como en el cine y la literatura. Porque en todos los casos se trata de fantasías. Ésta es la materia de que está hecha la práctica del psicoanalista: analizar fantasías.