Espacio para el psicoanálisis

La fantasía del “príncipe azul”

Luciano Lutereau (*)

La fantasía del “príncipe azul” consiste en la expectativa de que un hombre podría amar espontáneamente. Muchas mujeres esperan a un hombre que las ame, pero los hombres no aman. A veces, aprenden a amar a la mujer que los ama, pero para eso necesitan tiempo. Es como dice la canción de Serrat: “Si algún día, después de amar amé, fue por tu amor”.

El varón siempre ama con un amor prestado. Amor y masculinidad son incompatibles, aunque no nos guste esta idea. Y esta incompatibilidad es la que sintomatiza la histeria masculina (que no es la histeria de una mujer, pero en un varón, sino algo muy distinto). Es lo que nos enseñó Fito Páez con su “amor después del amor”. No es común que después de una relación una mujer tenga miedo de no volver a amar nunca más. Los varones sí.

La fantasía del “príncipe azul” consiste en la expectativa de (muchas mujeres de) que un hombre las “saque” del ámbito familiar. Como tal, es una variante del rapto como fantasía de seducción. Se verifica en mujeres a las que les cuesta no estar en pareja o que no pueden salir con un varón sin pensar una relación posible. Esperan demasiado de hombres que apenas conocen, incluso a veces los sostienen. Porque bajo ese lazo está la culpa por haber dejado la familia de origen. Si no están de novias, van los fines de semana a la casa familiar (o hablan por teléfono seguido). A esto se refería Freud cuando decía que la mujer no sale fácilmente del complejo de Edipo. Estas mujeres hacen de un pelo una soga: conocen a un hombre y esperan de él... lo que esperan del padre. Esperar del padre un hijo quiere decir que sólo conciben salir de una familia... con otra familia. Si una mujer no disfruta primero de estar sola un poquito, como para gustarse a sí misma y tener una vida social exogámica, sólo se va a encontrar con esos tontos ocasionales que son los príncipes azules.

“Porque una casa sin ti es una oficina”, dice Joaquín Sabina en una canción. Algo parecido dice Fito Páez en otra: “Y cuando tardas en venir, mi cama es una cama de hospital”. Es la misma idea que transmiten Benjamin Biolay y su esposa Chiara Mastroianni en A house is not a home. Como si el hombre sin una compañía estuviera arrojado exclusivamente al trabajo y la enfermedad, dos maneras impersonales de vida. Quizá por eso nos enfermamos en momentos de duelo, o hacemos del trabajo una manera de escapar. Los enamorados no se resfrían, ya lo decía Freud. Me recuerda a un muchacho que cuando tuvo que vivir solo después de una separación, compró cada objeto según el gusto de alguna ex. Una forma de seguir viviendo entre ellas. Y a veces ocurre que la mujer se va, y el tipo queda viviendo en la casa sin mover siquiera una lámpara. Así por años. Por eso se entiende que en una versión en vivo de la canción, Sabina reemplace “oficina” por “embajada”. Un lugar en el que la vida es diplomática, una ficción, puro semblante sin cuerpo. Para tener un cuerpo hay que estar con otro. El psicoanálisis es análisis de la fantasía. Una mujer relata que se peleó con su novio antes de ir a visitar a su padre. Su novio le había contado que iría a una despedida de soltero. Ella le reprochó la práctica de los hombres de divertirse vulgarmente con mujeres en dichos eventos. “Pero nosotros vamos a ir a comer pizza, no vamos a alquilar minas”, dijo él. La interpretación, entonces, es que el reproche era para el padre. Ella recuerda que siempre (y todo lo que se narra con “siempre” lleva a la fantasía) le molestó la vida amorosa de su padre. En una época, éste salía con muchas mujeres. A ella la indignaban (y la indignación siempre lleva a la fantasía) las infidelidades. ¿Por qué dice que el padre era “infiel” si no tenía una pareja estable? ¿A quién le era infiel? Por un lado, ella se identificaba con las mujeres que no sabían de otras mujeres, y con el silencio con que cubría al padre. Dividida entre las mujeres seducidas (y abandonadas) y la complicidad paterna. Hasta que un día eligió no callar, y el padre le dijo “Estás loca”. “Loca”, el mismo término que el padre había usado para referirse a su madre antes de que la pareja se separara. La fantasía queda formulada: el reproche de infidelidad reprime el deseo con que el padre la sedujo y la convirtió en mujer. A partir de ese episodio, ella dejó la casa paterna. El incesto era posible.

(*) Psicoanalista, Doctor en Filosofía y Doctor en Psicología (UBA). Coordina la Licenciatura en Filosofía de Uces. Autor de los libros: “Celos y envidia. Dos pasiones del ser hablante” y “Ya no hay hombres. Ensayos sobre la destitución masculina”.