Tribuna de actualidad

¿Dónde se fue la ternura?

J. M. Taverna Irigoyen

Los sentimientos comenzaron a temblar en el mundo después de la Segunda Guerra. Apareció un para qué que más que aclarar comportamientos los embarulló. Y entre el creciente estrés, fruto de una sociedad acelerada, los disvalores sentaron sus reales en el mundo entero.

En el orden familiar fue donde más se acentuaron las diferencias. La célula más perfecta se pronunció en aristas filosas de desacuerdos y rupturas. Cayeron las tradiciones y se impusieron los convencionalismos. Resultó así, más que una sociedad en cambio, una sociedad quebrantada. Hubo que adaptarse (o no) y la escena cotidiana -desde lo laboral hasta lo religioso- proyectó sus nuevos acuerdos.

Sociólogos y filósofos entraron a desentrañar actitudes y comportamientos de toda laya, fundamentando criterios de interpretación. Aparecieron otras corrientes de pensamiento y la posmodernidad alimentó las linternas de nuevos Diógenes que avanzaron sobre un hombre seco.

Claro está que nadie aportó la posibilidad (ajena a toda lógica) de levantar un censo de sentimientos. ¿Cómo calificar al hombre nuevo, que actúa según sistemas y cambios totalmente desconectados? ¿Cómo alcanzar cierta media para ubicar fuera de certezas -obviamente- el sentido de la vida? ¿En qué orden rectificar vacíos existenciales, cuando la sociedad del espectáculo impulsa, desafiante y frenéticamente, a no pensar?

La inversión de los sentimientos generó así caminos inviables. El cambio de la convivencia por la violencia, por ejemplo. El trueque de solidaridad por indiferencia. El amor-odio, como una máscara bifronte con la cual amoldar períodos o acciones puntuales.

Por ahí se asoma la ternura, tan olvidada. La ternura, como una luz de lo más interno del ser. La ternura, como voz que se quiebra dulcemente y no atina sino a agradecer ese trémulo sacudimiento de ojos y piel frente a un latido ajeno que se enfrenta. Una vida nueva. Un niño que da sus primeros pasos. Una madre que amamanta. La ternura está, indudablemente, pero escondida. No se la muestra así nomás. (Es como las lágrimas: ¿quién hubiera dicho que no es de buen gusto llorar ruidosamente en una necrópolis o en un velatorio? Está fuera de moda, se dice.)

Sentimientos que no se muestran. Ya no figuran dentro del común de la gente, pareciera. Es decir: las expresiones humanas, dentro del canal de lo cotidiano, adquieren, desdibujadamente, un tono de reserva. Mis acuerdos sentimentales me pertenecen. Y esto opaca en gran medida. Como si se mirara el vivir a través de un vidrio esmerilado...

La ternura, cuando se expresa, es un sentimiento que lo comparte a veces un extraño que pasa, que contempla casualmente una escena. Es bello porque vibra internamente. Y a veces humedece los ojos. La ternura de un reencuentro. La que cabe (a veces secretamente) en una memoria familiar que se creía olvidada... La ternura del perdón.

La ternura, cuando se expresa, es un sentimiento que lo comparte a veces un extraño que pasa, que contempla casualmente una escena. Es bello porque vibra internamente. Y a veces humedece los ojos.