Tribuna de opinión

Palabras de adiós

Gabriel Somaglia

Murió Marcelo Álvarez, ex intendente municipal de nuestra ciudad capital.

Lo conocí antes de que asumiera como tal, y fui fiscal del Gobierno de la ciudad durante su mandato. Me honró con la distinción del cargo que acepté, pero más con la confianza que depositó en mí.

A lo largo de aquellos años, no sólo afiancé un vínculo con el intendente, sino con una persona íntegra, humana, comprometida con los valores de la honestidad -típica de hombres justos- el gusto por la eficiencia política, y sin dudas su fe cristiana.

Había conformado una familia, que más allá del infinito respeto a sus progenitores, y el reconocimiento hacia su padre, construyó en base a la solidaridad. Pese a sus obligaciones como hombre público nunca desatendió sus roles de padre y esposo.

Pero las circunstancias del hombre político hizo que se encontrara frente a una contingencia única en la ciudad, que lo marcó desde allí y para siempre, la inundación del año 2003. Aquellas aguas arrasaron también con el hombre, la persona y el político.

Estamos próximos a que se cumplan 15 años desde aquel episodio, que no sólo sumergió a una gran parte de la ciudadanía local, sino, más allá de cualquier conjetura, sepultó en Marcelo Álvarez su figura pública, su carrera política honesta, su familia y más grave aún: su persona. Asumió una responsabilidad institucional que -posiblemente- no le correspondía aceptar. Pero no dudó en hacerlo tozudamente afirmado en sus convicciones políticas, religiosas y de hombre de bien, pero su decisión consumió a la persona.

Quienes rodeaban políticamente en aquel entonces al intendente, en su gran mayoría desaparecieron y cargaron en él una pesada herencia de dolor ciudadano colectivo como fue la inundación del Salado.

La Justicia que esperaba, no llegó a tiempo.

Quienes han denostado su nombre por haber resultado víctima de aquella tragedia, tuvieron, tienen y tendrán el derecho a continuar sintiéndose injuriados con la persona de aquel intendente, porque su investidura natural reclama confianza y ella resultó objetivamente quebrantada por un fenómeno propio de la naturaleza, frente al cual las diligencias afrontadas no fueron suficientes para prevenir o mitigar el hecho, sobre cuya información no resultaba competente conocer, y menos aún competente realizar obras que no le resultaban atribuibles.

Aquella inundación aleja de su análisis los episodios que a su gobierno le cupo transitar entre los años 1999 y 2003, en cuyo lapso el país sufrió la peor crisis económica y social de su historia.

Lejos quedará valorar que en su período de gestión surgió el movimiento piquetero que con más énfasis enfrentó al Municipio, tomando el 5to. piso del palacio o cortando el puente de acceso a la ciudad desde la Ruta 168.

En aquella etapa, se dio la concesión de la estación terminal de ómnibus (hoy concluida y tan destacada como necesaria), enfrentándose con los inquilinos de locales y con los trapitos de entonces acarreadores de equipaje, más las disputas entre taxis y remises circundantes.

Se renegociaron los contratos de concesión de servicios públicos, como la recolección de residuos, la disposición final de los mismos y el entonces servicio de estacionamiento medido, pugnando en reconocer la intangibilidad de la ecuación política del contrato por sobre la ecuación económica financiera de la remuneración del contratista.

En su período, los empleados cobraron todos los meses dentro de los primeros cuatro días de cada mes. Y se respetaron los aumentos salariales pactados.

Aquel intendente y los funcionarios que integraban el gabinete cobraban tardíamente, por mes atrasado y a partir de enero/2002 decidieron disminuir un 20% sus salarios.

Durante los 4 años de su administración no se aumentó la TGI, ni el Drei. Pese a que sus cuentas poseían numerosos embargos que sólo pudieron ser levantados mediante el compromiso fiel a un programa de pagos por deudas judiciales que se sostuvo más allá de su gestión haciendo previsible la atención de las contingencias judiciales.

La pelea por el servicio público de transporte de colectivos fue cruda, y siempre se negó al aumento indiscriminado del boleto sin el correlato de un mejor servicio.

Finalmente, a su gobierno le cupo lidiar con el ingreso de las potentes cadenas de hiper y maximercados, la cantidad de metraje afectado en desmedro de los almacenes o kioscos barriales, con algunos desarrolladores inmobiliarios cuyos edificios en construcción pretendían erigirse más allá de los límites reglamentarios e impulsó originariamente un plan de regularización dominial de los terrenos municipales confiriendo título de tenencia o posesión a sus ocupantes, acción que a la postre fue continuada por los siguientes intendentes.

Finalmente, estas líneas no tienen el cometido de reseñar su gestión, que sólo quedará teñida de negro por los sucesos de abril de 2003, sino reconocer en aquél sujeto, que le tocó, por decisión propia y elección de los habitantes de la ciudad, y por esas circunstancias que giran en la vida de cualquier mortal, ser la máxima autoridad municipal local. Pero por sobre todas las cosas reconocer que fue buen hijo, esposo, padre y amigo, en síntesis, una gran persona, con defectos, virtudes y con el derecho a errar que todos tenemos.

Quienes sufrieron los perjuicios del agua proveniente del río Salado en 2003, tienen todo el derecho a seguir reclamando, a sostener el enojo y la reprobación por aquel intendente, para quien como persona y en su naturaleza humana, aquella tragedia fue la peor coartada a su virtud, a su honestidad de político y a su júbilo, dando por tierra todos los demás actos ejecutados durante su gestión, pero que por sobre todas las cosas, selló su vida.

Mis respetos a él, y a su familia.