Hicieron el servicio militar en la ciudad entre 1975 y 1976

Fuimos colimbas: una amistad de 43 años que le ganó a la dramática década del 70

Son ex conscriptos de la Clase 54. Algunos debieron estar en Casa de Gobierno durante la intervención en la provincia del militar José María González, con el inicio de la dictadura. La experiencia de la instrucción militar se volvió compañerismo y los hermanó. Hoy se siguen reuniendo.

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Encuentro anual. Fueron unos 40 los ex colimbas que se reunieron a celebrar la amistad de tantos años. Realizaron una emotiva recordación a quienes -de esa clase- fallecieron en los últimos años.

Foto: Gentileza Alejandro Gonella

 

Luciano Andreychuk

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Co-Lim-Ba: “Corre-Limpia-Barre”. Colimba. La palabra nació acaso del lunfardo o del refranero popular, acaso de un cínico juego de palabras dicho entre los militares de alto rango para aludir a los conscriptos “rasos” que debieron prestar el servicio militar obligatorio. A una parte de la historia argentina también la contaron esos “Corre-Limpia-Barre”. Y quizás fue la menos contada.

Un bandoneón rumiaba los acordes de un chamamé. Pintó una picada suculenta, dos hormas de un queso que hasta de lejos olía demasiado bien, una ristra de salamines. Los hombres se abrazaban, se saludaban, se reían. Bromeaban de sus panzas y de sus canas. Corría por las mesas el vino generoso en damajuana o en botellas caras, eso no importaba. “Sodealo si querés”, sugiere uno. Ya llegaba el asado compartido.

Era una reunión anual de los ex conscriptos de la Clase 54, que hicieron el servicio militar obligatorio en el Comando de Artillería 121 —que funcionó en un sector donde hoy está el Liceo Militar— entre el 3 de abril de 1975 y el 11 junio de 1976. Fueron 14 meses y ocho días. Pasaron 43 años desde que se conocieron en ese capítulo oscuro de la historia argentina, y hasta el día de hoy se juntan.

En el encuentro llegaron a reunirse unos 40 ex colimbas de esa clase: los que llegaban se abrazaban fuerte, se reían, se volvían a abrazar. “Mirá, ¡Demaría! ¡No lo puedo creer!”, dijo alguien y fue a los brazos del reencuentro. Algunos se sumaban por primera vez al grupo, otros ya se reúnen desde hace 15, 20 años o más. Hace 5 ó 6 años empezaron a hacer una red más organizada para reencontrarse. Ahora es todo más fácil: tienen su grupo de WhatsApp.

Todos iguales

El grupo humano es muy unido aunque entre ellos haya diferencias culturales, socioeconómicas, hasta de pensamiento político o ideológico. “Eso no nos importa: tenemos todos más de 60, acá hay arquitectos, ingenieros, verduleros, changarines, cartoneros. Nos damos un abrazo y somos todos iguales, como fuimos en la colimba, cuando comíamos juntos el mismo pan duro y tomábamos el mismo mate cocido”, cuenta a El Litoral José “Pepe” Costa, ex colimba de esa clase.

Fueron 160 los conscriptos de la 54. En esta reunión había 40. Unos se llegaron desde el norte de Chaco, otros de Santiago del Estero, de toda la provincia. Antes del almuerzo hicieron un acto, hubo unas palabras de “El Santiagüeño”, un aplauso sentido para quienes ya fallecieron (son unos 10) y un “¡Presente!” a viva voz tras mencionar sus apellidos. Dos de los muchachos, muy queridos ellos, murieron hace poco. Se los llevó la gran “C”, el cáncer. Eso conmovió por meses a muchos de los integrantes.

“Pendejos sin idea”

El Servicio Militar se implementó desde 1901 (Ley Riccheri) y se suspendió en 1994, luego del caso del conscripto Omar Carrasco, que fue torturado y asesinado. Como dato, Rubén Caro fue uno de los magistrados que investigó y falló en el marco de ese recordado caso, y perteneció a la clase 54. Casualidades del destino. No pudo estar presente en este encuentro anual, pero sí participó de otras reuniones.

Mientras estuvo activo el servicio, quien tenía entre 18 y 21 años iba a un sorteo “por bolilla”, tomando sus tres últimos números del DNI. Y el que salía sorteado para la colimba no tenía más chances que hacerla. De lo contrario, era considerado un desertor.

La vieja ley, en su artículo 42, era taxativa: “El que gestionare dolosamente para sí o para otra persona la excepción al servicio militar, será penado con prisión de dos a cuatro años”. Recuerda Costa, ex colimba de la Clase 54: “Nosotros cumplíamos órdenes. Éramos pendejos que no teníamos idea de nada y debíamos respetar las órdenes que nos daban. Si no la hacías (a la colimba), te guardaban en cana”.

43 años después

¿Qué los unió y los sigue uniendo, 43 años después? “A nosotros la colimba nos unió”, resume conciso Rubén Nicuesa. Pero es mucho más complejo: los unieron las experiencias que debieron vivir, portar un arma, dispararla bajo órdenes dadas, ver muertos, protegerse entre ellos. Ser, aún sin quererlo (pues la colimba era obligatoria) la “parte” de un lado de la historia de una etapa muy dura del país.

“Nos sigue uniendo la experiencia de haber vivido situaciones muy jodidas. Haber estado juntos en tiroteos, en situaciones dolorosas. Por primera vez nos enfrentábamos en armas, éramos todos chicos, teníamos 20 ó 21 años. Nunca habíamos tomado un fusil, y de un día para el otro vimos muertos. Ocurrió un allanamiento grande en la ciudad. Yo estuve ahí. Eso te marca para siempre: soñé muchas veces con ese tiroteo...”, relata Costa.

También, el destrato de sus superiores por ser “soldados rasos”. “Nos trataban como sirvientes. Lustrábamos los borcegos de los coroneles. Correr, limpiar, barrer. Ellos elegían: el colimba que sabía hablar más o menos bien terminaba siendo chófer de un coronel. ‘El otro será asistente mío’. ‘Este otro hará los mandados porque no se da maña’, así. Creo que también eso nos vinculó”, da su opinión Jorge Salas, otro clase 54.

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Un chamamé. Para amenizar el encuentro, hubo música con bandoneón y guitarras, risas y aplausos.

Foto: Gentileza Alejandro Gonella

Camaradería

Pero más allá de todo, de las circunstancias históricas en que hicieron el Servicio Militar, los ex conscriptos coinciden en que lo que más los unió fue entender la idea de camaradería, algo así como un sentimiento de hermandad hacia el otro. Lo cuentan ellos: hablan de camaradería y aluden a los otros como sus “hermanos”. Y en el interín de esa reunión algunos se paran y se vuelven a abrazar, con la copa de vino en sus manos. El bandoneón rezonga ahora un tango viejo y nostalgioso.

“Yo ayudaba a un colega colimba analfabeto. Y me habían dado el encargo de leerle y escribirle las cartas para su familia. Sin darnos cuenta, aprendimos qué es la camaradería”, insiste en el concepto Edgardo Cámara.

“Para la sociedad es simple, somos ciudadanos normales y corrientes que hicimos la colimba, clase 54. Y de entonces hasta ahora, somos lo que ves: un grupo de personas que nos respetamos, nos juntamos”, agrega Erico Huber. Y dice otra vez esa palabra: camaradería.

La dictadura

Santa Fe tuvo cinco interventores en la dictadura. El coronel José María González fue el primero, comandó el golpe del 24 de marzo de 1976 y siguió hasta el 16 de abril. Fue condenado a cadena perpetua por delitos de lesa humanidad en 2011.

Aquella noche del 24 de marzo, durante la intervención (cuando fue destituido el gobernador constitucional Carlos Sylvestre Begnis), había varios de los colimbas de la clase 54 en Casa de Gobierno. Les tocó hacer la guardia. Ya de madrugada, muchos de ellos durmieron en las galerías del Convento de San Francisco. En las plazas, el pueblo salía a festejar la toma del poder de un gobierno de facto, con las banderas argentinas. Contradicciones de la historia argentina.

“Las dictaduras nunca son buenas, nadie, ninguno de nosotros va a defender una dictadura nunca, ni de izquierda o de derecha”, coinciden todos. “Yo quisiera que nunca nadie tenga un arma, ésa es la verdad”, apunta Rubén Andreychuk, también clase 54.

Costa da su opinión: “Ocurre que a veces nos ven como ‘los malos de la película’. Mirá: hacíamos guardia de noche en el comando de artillería, pasaban en autos militantes de Montoneros o del ERP y nos cagaban a tiros. Ocurría todas las noches. Querían matar a alguien, a un soldado”.

“Si te dormías estando de guardia, se te metían y mataban a tus compañeros y a vos. Y ellos (los demás colimbas) eran mis hermanos y yo los debía proteger como sea. Era así de duro”, apunta Rubén Nicuesa. Empiezan a hablar de política. Discrepan, se ponen de acuerdo de a ratos. “Todo depende de quién te cuenta la ‘novela’ de la historia”, dice Andreychuk. El asado se demora pero no importa: ese encuentro recién empieza.

La instrucción y Malvinas

“Fuimos una mañana al Polígono (de práctica de tiro)... Yo a veces ni sabía si había balas en mi fusil (risas). No era una instrucción militar como para ir a una guerra”, relata Andreychuk. “Los chicos que mandaron a Malvinas fueron sin instrucción militar”, remata Costa.

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El blanco y negro de la historia. Los clase 54, en aquellas épocas de los años 70.

Foto: Archivo

“Se perdieron los valores”

“Hoy vemos que se perdieron por completo los valores. La cultura del trabajo, el respeto hacia el otro”, coinciden los Clase 54. Ante esto, “yo creo que sería bueno repensar una suerte de servicio nacional, algo más global, un servicio donde a los jóvenes quizás se les enseñe algo de instrucción militar, pero principalmente oficios. Se puede aprender tanto. Hasta a amar al país. Que sea un servicio nacional, buscale la manera que quieras. Creo que se salvarían a muchos pibes hoy perdidos en la droga, por ejemplo, que no encuentran el rumbo”, coinciden Andreychuk y Costa.