Jugando de local

Sig Ragga lo hizo de nuevo

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Si la música se compone de armonía, ritmo y melodía, Sig Ragga tiene la virtud de sustentar su arte en la constante modificación de cada una de estas estructuras.

Foto: Gentileza Santiago Rico

 

Lisandro Plank

En la escena final de un show impecable, los Sig Ragga saludan emocionados a la gente que colmó Tribus incluso hasta el punto de forzar la organización de una segunda fecha por entradas agotadas. Y al bajarse del escenario, el público de pie y luego de bailar durante todas las canciones, insiste con palmas y silbidos para que los santafesinos les regalen alguna canción más. Es una costumbre conocida por los seguidores de la banda que cuando los cuatro músicos se reúnen para saludar es porque ya culminó el ritual, sin embargo la ovación y el reclamo de los presentes fue una fotografía perfecta y un resumen contundente de este nuevo encuentro musical que tuvo lugar el sábado 9 de junio en el centro de la ciudad natal de esta banda de amplia trayectoria internacional.

Modificando las estructuras

Si la música se compone de armonía, ritmo y melodía, Sig Ragga tiene la virtud de sustentar su arte en la constante modificación de cada una de estas estructuras. Su música es cambiante, imprevisible, las melodías de las canciones llevan el hilo que termina de hilvanarse en ritmos que con el pasar de los años fueron transformándose desde el reggae hasta terrenos que hoy son una marca característica de una banda que parece no tener límites a la hora de crear.

La noche del sábado fue un claro ejemplo del momento que están atravesando los santafesinos. El aditivo especial fue el hecho de que, a diferencia de sus últimos shows en la ciudad que fueron en distintos teatros, los presentes pudieron disfrutar la entrega musical en un ambiente íntimo y con la posibilidad de estar de pie, situación que desembocó inevitablemente en el movimiento y el baile.

Y seguramente los músicos contemplaron este aspecto en la planificación del recital; unos minutos antes que el reloj marcara las 23, salieron a la carga con “Rebelión de los esclavos digitales”, canción que cierra el segundo disco de la banda y que es sin dudas una de sus composiciones más complejas y poderosas. Luego vinieron “Orquesta en descomposición”, del primer disco, y “Un grito impotente”, de la última placa “La promesa de Thamar”; estas primeras canciones marcaron el ritmo y la potencia para que los presentes se enardezcan y que lleguen al éxtasis con una de las canciones más lindas de la banda: “Continuidad de lo indecible”, que generó que varios puños se levanten al grito del estribillo “Perforamos el mundo aferrados a tu dulce ingenuidad”.

Luego de este primer momento, llegó el momento del vaivén de piernas y cuerpos con la seguidilla de “Quise ser”, “En el infinito” y “Chaplin”, canción que se desvanece mientras Tavo Cortés -tecladista y vocalista- ejecuta un sencillísimo y sutil solo de piano mientras el público se queda en silencio y expectante, quedando en el ambiente solamente los ruidos de la barra del lugar respondiendo a las demandas de los jóvenes presentes.

Para salir de ese trance, aparecieron “Girasoles” y “Antonia”, ambas incluidas en el último trabajo discográfico de la banda, la última, nominada y ejecutada en vivo en la última edición de los Grammys Latinos en Las Vegas, Estados Unidos.

Además de su particular impronta musical, es digno de destacar la fuerte carga de análisis y reclamo social que está presente en las canciones de Sig Ragga. Con una doble entrega, los músicos movieron ese nervio de los presentes: “Resistencia indígena” y “Ángeles y Serafines”, canciones que, vale la pena la reiteración, también fueron nominadas en la categoría Mejor Canción Alternativa de diferentes ediciones de los Grammys, al igual que la siguiente: “Pensando”.

Continuidad de lo indecible

Si en un principio destacamos la impronta musical de la banda, quizás dejamos de lado dos factores que son fundamentales en la propuesta artística de Sig Ragga: en primer lugar, los trajes que usan los músicos inevitablemente son un aditivo a lo estrictamente musical, ya que generan una especie de comunión en un solo ser, que es quien habla y dice en los rituales. Por otro lado, no menos importante, es necesario destacar que algunas canciones están sostenidas en un lenguaje (¿o un idioma?) inventado por los músicos; tal es el caso de las canciones “Puntilla if kaffa” y “Tamate”, que aparecieron en la noche generando algo que es difícil de explicar, y es que numerosas personas corearon ese idioma quizás inentendible pero no por eso inteligible.

A partir de ahí, comenzó la entrega final con una canción que ya se volvió un himno: “Feliz”, en donde el público se hizo cargo del estribo bailando mientras coreaban “alguna vez yo seré feliz sin olvidarme de los demás”. Inmediatamente, llegó “Arlequín” que está incluida en su último disco y que es una clara muestra de la perfecta relación que la banda supo establecer con los elementos digitales y las pistas pregrabadas.

Coronando una noche cargada de esa cosa que tiene esta banda, llegó “Matata” que es la canción más poguera de los santafesinos, un grito de liberación y desahogo, que generalmente suele ser la última entrega de los encuentros; sin embargo, como broche final apareció “Severino di Giovani” que a modo de homenaje al recordado anarquista italiano, dejó a todos los presentes tarareando “¿Quiénes somos? Es lo que hay que resolver”.

Ya es el final, y a pesar de la natural resistencia a que el ritual culmine, todas las caras tenían una sonrisa como marca homogénea.