Tribuna de actualidad

El psicoanálisis en época del Mundial de Fútbol

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Carlos E. Giusti (*)

Una nueva edición del Campeonato Mundial de Fútbol, en esta ocasión en Rusia, y la reciente edición del libro “Fútbol y psicoanálisis” en nuestro Litoral (1), constituyen una azarosa coincidencia en esta época, al modo de la tyche aristotélica o el “encuentro con lo real” lacaniano, posibilitando abrir la vía interrogativa del decir del psicoanálisis.

¿Cómo permanecer inmunes ante la multiplicidad de pantallas que se encienden vistiéndose de celeste y blanco, con imágenes que se suceden y voces que claman demandando nuestra mirada y nuestro “ser”, para completar una escena en la que confluye la pasión, la locura y el sentimiento? Quizás, cabría agregar, y los intereses... y los intereses... y los intereses... Pero que también, si no quedamos subsumidos en esa dimensión imaginaria de la creencia, y real del poder, y hacemos lugar a la dimensión simbólica del “no-ser”, podemos ser partícipes de “otros goces” por los que el juego del fútbol continúa abriendo cauces creativos, transmitiéndose de generación en generación, manteniendo a través de los tiempos su caudal convocante y entusiasta, mientras el mundo, aunque “le falta un tornillo” (como lo cantó el inmortal Carlitos), sigue girando.

Por lo cual, sin pretender mezclar artificiosamente ambos campos -el del fútbol y el del psicoanálisis- pero sí reconociendo la irreconciliable relación que los interseca, es posible proponer una lectura de algunos posicionamientos subjetivos comandados por la diferente dimensión del “ser” en algunos casos, o del “no-ser” en otros. Los que se hacen oír en los cánticos y voces de las hinchadas, dándose a ver en las banderas y pancartas desplegadas en las tribunas, y detectándose en los fenómenos que en lo social el fútbol gesta. En su conjunción de deporte, espectáculo, arte y negocio, cada manifestación considerada como “hecho de discurso”, ofrece un texto a ser leído por el discurso del psicoanálisis. Lo cual no desestima lo que, esencialmente, el juego del fútbol produce como regocijo y esparcimiento gozoso en los alegres, y a la vez sufrientes, hinchas.

Es un lugar común decir que el fútbol es una “pasión popular”, la que en tanto pasión singular constituyente de cada sujeto en ocasiones irrumpe en la escena de la experiencia analítica, exponiendo el sufrimiento por “el dolor de ya no-ser” ante alguna derrota de “su” equipo que le agujerea el ideal; e inversamente, manifestándose en el Yo exaltado que copa el discurso, embebido del éxito ilusorio que le significa un triunfo deportivo. Y en ambos casos, con la sobrevaloración absolutista si se trata del “tradicional adversario” (Colón-Unión, en el ámbito local; Argentina-Brasil, en el continental; Argentina-Alemania (?), en el mundial).

De la pasión a la locura puede haber solo un paso, como lo vemos en las manifestaciones festivas y carnavalescas y/o en las marchas tristes y fúnebres de las hinchadas. Con la amenaza siempre latente de los desbordes de agresividad y violencia cuando el aglutinamiento colectivo hace masa, identificándose los sujetos en un ideal totalitario, y desbordando la locura destructiva contra el otro-rival-enemigo.

También, con la pretensión de decirlo todo, suele repetirse que “el fútbol es un sentimiento... se lleva en el corazón”. Lo que está en serie con el proclamado “amor por la camiseta”, dándole consistencia al sentimiento como vínculo fraterno, filial, familiar, que unifica la creencia de pertenencia e identidad otorgada por el Otro: pertenecer-ser de... En lo que se manifiesta una afirmación en lo simbólico de la eficacia de la transmisión paterna, en tanto función esencial en la estructuración subjetiva y en el entramado cultural

Cuando el amor y el odio en su vertiente imaginaria, copan la escena futbolera, es la prevalencia de las “pasiones del ser”, como las denominó Lacan, lo que sostiene y tensa el lazo entre semejantes, reafirmando subjetivamente la existencia mediante la unión con unos (la hinchada propia) y la exclusión de otros (los contrarios).

Unificación que supuestamente borra todas las diferencias, aboliendo las grietas, cuando “la fiesta es de todos” y el supuesto “ser nacional” está representado por la Selección, la del país, la nuestra, la mía, la de todos y de cada uno. Lo que en Argentina produjo las más horrorosas consecuencias durante la última Dictadura Militar, haciendo desaparecer lo disidente-extraño-amenazante en todas sus formas. Quedando expuesta esa época del Mundial ‘78 en nuestro país, cuando se proclamaba “Somos derechos y humanos”, renegando perversamente con palabras, la verdad de los hechos inhumanos y ocultos que producían.

En cambio, cuando es el juego-“bonito” lo que prevalece, desplegando sus múltiples variantes creativas, sorprendentes, y quizás hasta conmovedoras, el fútbol puede equipararse a otros campos tradicionales, como la ciencia, el arte, la religión, en tanto algunas “jugadas sublimes” (dixit Galeano) elevan el saber-hacer con la pelota a la dignidad de la obra de arte, produciendo una satisfacción pulsional en la denominación freudiana, o de otro-goce como lo llamó Lacan; el de un gay savoir, un saber alegre, gozoso, festivo, que como “pasión del a(lma)” se diferencia de las “pasiones del ser”, ya que está más allá del sentido, de las identificaciones, de las tácticas y planificaciones técnicas, y hasta de los resultados y rivalidades. Es esa dimensión de lo imposible, que afecta lo real, a lo que se enfrenta el jugador-“artista” (no todos) que, en la invención de una jugada, en la maniobra impensada, en el movimiento acrobático, en la repentinización del tiempo, hacen posible trascender la posición del ser-hincha. Es esa potencialidad creativa del fútbol, suponemos, el núcleo esencial de su arraigo y popularidad, atravesando tiempos, geografías y campeonatos mundiales. Y quizás también es lo que ha sostenido, hasta nuestra época posmoderna, tecnológica, financiera y global, el carácter indomesticable, “barrero” y “orillero”, subversivo y rebelde al sometimiento de cualquier poder económico-mafioso-político-ideológico y monopólico, que no cesan de pretender instrumentarlo para sus propios intereses.

Dice el personaje/jugador de la película “Metegol” (adaptación del cuento de R. Fontanarrosa “Memorias de un wing derecho”): “¡Qué me vienen con eso, (maquinitas electrónicas, video juegos... virtualidades varias...) que se ponen de moda y después pasan! Son modas... El fútbol es el fútbol, viejo. El fútbol es la única verdad. ¡Por favor!”. Cómo no parafrasearlo y decir: “¡Qué me vienen con esas terapias (neoconductistas, neurocognitivas, gestálticas... new ages) que se ponen de moda y después pasan! Son modas... El psicoanálisis es el psicoanálisis, viejo. El psicoanálisis es el único que acerca el saber a la verdad. ¡Por favor!”.

(*) Psicoanalista. Miembro de Litoral, Agrupación Psicoanalítica de Santa Fe.

Es esa dimensión de lo imposible, que afecta lo real, a lo que se enfrenta el jugador-“artista” (no todos) que, en la invención de una jugada, en la maniobra impensada, en el movimiento acrobático, en la repentinización del tiempo, hace posible trascender la posición del ser-hincha.