Apuntes de política económica

El doctor Sandleris y la filosofía del Fondo

Mauricio Yennerich

Desde antes del ayer

El mercado testea. El mercado sabe. El mercado va. El mercado viene. Hemos naturalizado ese vocablo: mercado. Si analizamos el significado que se desprende de los argumentos que ofrece el periodismo especializado en economía en general, podría identificarse al mercado como el sector financiero más voraz, el que responde a la cultura de la élite que reside en el vértice superior de la pirámide social, construida según la cuantía de las cuentas bancarias. El arquetipo que encarna la tipicidad de este grupo, es Gordon Gekko, el magnate interpretado por Michael Douglas, en Wall Street (Oliver Stone, 1987, Twenty Century Fox Corporation). Pero el mercado no es ni bueno ni malo en sí mismo. Hay mercado desde antes, mucho antes, del inicio del desenvolvimiento del capitalismo. El tema es que nuestra suerte como sujetos sociales, consumidores de alimentos, bienes y servicios, ha quedado atada a diferentes mercados: al global, al mercado nacional y a otros mercados, de escala local y regional.

Las sociedades capaces de darse a sí mismas, una política que pueda subordinarlo, estarán en condiciones de amortiguar sus efectos destructivos, sus dislocaduras y brindar mayor extensión y niveles de bienestar a la población. Y la institución más eficaz para subordinar al mercado, por medio de leyes y regulaciones, es el Estado y uno de sus instrumentos principales, es la política monetaria, que se diseña en las entrañas del Banco Central.

A partir de estas premisas básicas, quizás podamos reflexionar sobre las implicancias del cambio de timonel ocurrido en el Banco Central, que ha quedado en manos del doctor Guido Sandleris. La idea, siguiendo el ABC del periodismo, es comprender qué pasa, se ha de intentar observar, con vocación minimalista, la relación fundamental entre la coyuntura y la estructura, entre lo circunstancial y lo orgánico, en contextos hegemónicos, como el nuestro.

El que avisa no es traidor

Desde fines de 2014, los académicos serios avisan de una tendencia general al “enfriamiento” de las economías, sobre todo las tipificadas en torno a la denominación Brics. En nuestro caso, el fin del súper ciclo de las comoditties primarias, se anunció juntamente con la disminución del nivel de actividad, lo que se viene cumpliendo a rajatabla. Veamos el problema con más detenimiento, desde el punto de vista de la política monetaria.

La nueva gestión del Banco Central de la República Argentina (BCRA) anunció un esquema de flotación, que fija una zona de no intervención cambiaria, entre un piso de $34 y un techo de $44, por dólar estadounidense. Si se superan esos umbrales, la entidad fundada por el presidente Justo en 1935, contará con U$S 150 millones diarios para operar y modificar las tendencias. Este diseño, reemplaza el de metas de inflación, por un compromiso de no aumentar, hasta junio de 2019, los agregados monetarios. Las consecuencias que se esperan de un esquema de naturaleza restrictiva, son: a) sequía de la plaza de pesos, en función de la posibilidad de que vayan a dólares y b) una mayor disminución de la actividad económica.

Al dispositivo, se le cuestiona, además, el ancho de banda, esos 10 pesos de distancia entre andariveles, equivalen, prácticamente, a no tenerlos. Pero hay un asunto más agudo y atiende a lo que se denomina la “filosofía del Fondo”, en alusión a las premisas fundamentales que rigen la lógica de quienes diseñan las políticas económicas y pertenecen al Fondo Monetario Internacional (FMI). Esta filosofía promociona la flotación extrema, es decir, una libre fluctuación del tipo de cambio. Si, además, la hacemos coincidir con ciertos imaginarios, muy presentes, entre quienes piensan las políticas localmente, imaginarios en los que el arancelamiento de las importaciones, o el gravamen de las exportaciones y otras regulaciones proteccionistas, son negativamente interpretadas como “distorsivas”, claramente, surgen condiciones muy poco favorables para iniciar una política que nos ayude a pasar de la periferia al centro.

Asimismo, una vez más, se revela la naturaleza orgánicamente injusta de las relaciones hegemónicas, que son las que nos toca establecer, por supuesto, del lado contrario a la vereda del sol: los Organismos Internacionales, que recomiendan políticas monetarias, cuyas consecuencias son económicamente restrictivas y regresivas, serían incapaces de sugerirlas y menos aún implementarlas, en los escenarios en los que operan sus sedes centrales.

En definitiva, la tendencia al enfriamiento como remedio casero para evitar procesos inflacionarios, sigue resultando una amenaza mayor que la enfermedad que pretende combatir. Bueno es saber que, desde su filosofía de exportación, basada en la utopía del libre mercado, al FMI el BCRA le resulta poco más que una rémora. Esto debería ser una constatación capaz de superar la típica autocondescendencia. Es lo real, es decir, es un punto por donde empezar.