tribuna literaria

De cursos manifiestos del agua

Santiago Espel (*)

En su libro “Marca de agua”, Joseph Brodsky realiza un recorrido metafísico por los múltiples pasajes y meandros del agua en Venecia, ciudad de la que es asiduo visitante. El libro, pleno de destellos y alumbramientos, se toca de modo incidental, hasta ser casi su anverso, con “Ahogada en otro Tíber”, de Gabriela Schuhmacher (**). Lo que propone aquí la autora es un recorrido por la incierta topografía del agua, del agua del Litoral, según ciertas concordancias y citas, aunque se trate en realidad de un lugar no-lugar, como se encarga ella de apuntar en sus palabras liminares. En esas palabras que abren el libro, también se describe el armado, el soporte que sostiene los poemas, encadenados unos a otros, como afluentes líricos y resonantes. Ese armado tan preciso en su concepción, pasa desapercibido a medida que leemos los poemas, signo evidente de que el lenguaje se sobrepone a la rigidez de las formas o al tramado secreto que la autora prescribió para llevar adelante su proyecto.

Quevedo y Caravaggio son la excusa elegida para empaparnos las manos en este telar amniótico, que nos va narrando una variedad portátil de sucesos, muchos de ellos apenas insinuados, otros sugeridos con vehemencia.

El humor, la tragedia, el amor, la traición, el coloquialismo bien entendido, y hasta el arriesgado retintín de la nostalgia, aparecen en este mosaico de reflejos y rebotes opacos. La libertad responsable y medida en el uso del lenguaje, flexible hasta límites insospechados, le da a los textos un valor intrínseco en sí, más allá de lo que se esté contando.

Puestos a indagar, el libro es una constelación, un territorio que encuentra sus puntos de unión y ensamble merced a una sintonía fina, a una motricidad casi imperceptible que recuerda al articulado portentoso del Teatro Negro de Praga. Creo que el apetito de todo poeta pasa por ahí: por contar y raptar a su lector, soltarlo de la mano pero sin dejar sus guías, sus boyas en el camino. La información que se nos brinda es completa y enriquece los posibles niveles de lectura. Podemos trazar las líneas y descubrir las figuras, saludar, abrazar a sus actores, muchos de ellos poetas del litoral. Pero no se trata, en mi opinión, sólo de esto, se trata más bien, y antes, de leer un texto que trasciende sus propias referencias para transformarse en otra cosa proveniente de otro no-lugar. O de todos los lugares, fenómeno que, por su reflejo contrario, termina diluyéndose como el gato de Cheshire en la nada.

Poco importan estas digresiones en definitiva; lo concreto, lo real, lo que subyace bajo el agua de esta breve sinfonía, es la innegable sensación de encontrarnos frente a un libro que nos conmueve, que nos sacude en lo más íntimo, donde sólo hace pie la palabra que nace de la emoción, la palabra que se da entera, y abierta, como se da sin mezquindades el repicar del agua, o el brillo del sol.

(*) Poeta, traductor y editor del sello La Carta de Oliver.

(**) Gabriela Schuhmacher. Santa Fe, 1970. Poeta y gestora cultural. Becaria del Fondo Nacional de las Artes 2017 (Proyecto “Poesía en sitio específico: Ahogada en otro Tíber”).