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¿Incluir deformando el lenguaje?

ORLANDO AGUSTÍN GAUNA

DNI. 6.255.319 / [email protected]

El Instituto Cervantes calcula que hoy hablan español alrededor de 559 millones de personas. Lengua sólo superada por el chino mandarín (950 millones).

Desde la época de la conquista española, los criollos usamos este idioma, al que se le han incorporado algunos “argentinismos”, muchos de los cuales han sido aceptados por la Real Academia Española. En algunas regiones se utilizan palabras que son una mezcla del español con el guaraní o con el portugués, por citar sólo dos ejemplos.

En las cárceles tuvo su origen el lunfardo, que se popularizó en los arrabales porteños y se difundió a través del tango.

Y los niños jugaban hablando en jeringozo con el “hopolapa, ¿copomopo tepe vapa?

Pero en la comunicación formal, oral o escrita, los argentinos usamos el rico idioma nacional.

Hoy, comunicadores, legisladores y hasta educadores están empleando otro lenguaje en jeringozo, que dan en llamar lenguaje inclusivo, como si el empleo de determinadas palabras pudiera modificar la conducta de las personas.

El Concejo Municipal de Santa Fe se sumó a esta deformación de nuestro idioma nacional, redactando ordenanzas en jeringozo. Para no discriminar a la Academia Porteña del Lunfardo, podrían también redactar ordenanzas que regulen el servicio de “bondis”, y con un “agarrate Catalina que vamos a galopar”, anunciarán el aumento del pasaje del “bondi”.

Como diría Pepitito Marrone: “¡¡Pero Cheeeeeee...!!!”.

Más bien parece una forma subliminal de naturalizar la enseñanza sexual inclusiva (ESI), para mermar el derecho de los padres en el ejercicio de la patria potestad.

Es un derecho y una obligación de los padres educar a nuestros hijos según nuestros valores morales, culturales y religiosos; valores que nuestros hijos podrán ir modificando en su desarrollo.

El Estado tiene la obligación de instruir a los niños y jóvenes en distintas disciplinas (matemáticas, historia, geografía, etc.) y reforzar los valores impartidos por cada familia, sin tergiversarlos.

Por eso reafirmamos: ¡Con mis hijos no te metas!