Por Rogelio Alaniz
Rogelio Alaniz
Se conoció como el papelón de Suecia o el desastre de Suecia, para el caso da lo mismo. Se trata del campeonato mundial de fútbol realizado en ese país en 1958. Fue cuando el Seleccionado Argentino -que generaba grandes expectativas- no pudo clasificar para octavos de final, lo cual habría sido sólo una mala noticia si no se hubiera perdido el último partido con Checoslovaquia por la humillante cifra de 6 a 1.
La goleada derrumbó las ilusiones e hirió de muerte a nuestro narcisismo nacional, porque por motivos que sólo los argentinos entendemos, hasta ese momento nos considerábamos los titulares del mejor fútbol del mundo. ¿Como ahora? Más o menos así, con lo que se demuestra que de las calamidades no siempre se aprende o que el aprendizaje es lento, demasiado lento.
Como para justificar nuestras fantasías, en 1957 la Argentina había ganado de punta a punta y por goleada el campeonato sudamericano celebrado en Lima. Allí, se destacaron los famosos “carasucias”: Corbata, Angelillo, Sívori, Maschio y Cruz. La performance deportiva fue tan exitosa que tres clubes italianos compraron ese mismo año a Sívori, Maschio y Angelillo, motivo por el cual estos tres delanteros -considerados fuera de serie- no viajaron a Suecia.
El seleccionado nacional -el combinado, le decían entonces- se formó con las grandes estrellas locales. Allí estaban Carrizo y Musimessi, en el arco; Dellacha y Vairo, en la defensa; Néstor Ross, en el medio campo; Corbata, Cruz, Labruna y Menéndez, en la delantera y, por las dudas, un joven jugador de San Lorenzo con perfil de goleador que se llamaba Sanfilippo, que nunca salió a la cancha porque a ese puesto lo ocupó un Labruna que entonces andaba por los cuarenta años.
En verdad, la Argentina puso para ese mundial toda la carne en el asador. Viajamos a Suecia con los mejores y lo único que había que esperar eran la copa y los festejos. Un periodista escribió antes del desastre que a las selecciones de nuestra zona le ganábamos caminando. No conforme con un pronóstico tan sabio, otro colega aseguró que Checoslovaquia era pan comido. Como se dice en estos casos: genio y figura hasta la sepultura.
El entrenador de la selección -todavía lo de “director técnico” no estaba generalizado- era Guillermo Stábile, goleador del mundial de 1930, artífice de los campeonatos de Racing entre 1949 y 1951 y creador de tácticas como el famoso 4-2-4. Stábile hacía casi veinte años que dirigía la selección, pero ése era el primer mundial donde iba a expresar su sapiencia, porque en 1950 y en 1954 estuvimos ausentes por decisión expresa del entonces presidente de la Nación, Juan Domingo Perón.
El Seleccionado Argentino en todos esos años competirá con equipos sudamericanos, pero no lo hará con los europeos. Según las estadísticas disponibles, entre 1934 y 1951 se jugó un solo partido contra un país del Viejo Mundo. El dato merece mencionarse porque para 1958 existía una ignorancia casi absoluta sobre lo que pasaba con el fútbol europeo, ignorancia que iba acompañada de una subestimación irresponsable y fanfarrona.
Lo cierto es que marchamos a Suecia más que con la moral alta, con la soberbia desbordada. Curiosamente, la vanidad no se extendía a la inversión en ciertos gastos necesarios. Mientras Brasil mandaba a sus jugadores en un confortable avión privado, nosotros lo hicimos en un avión de línea, en una travesía que se extenderá por más de cuarenta horas. A esas irregularidades nadie le daba demasiada importancia porque a los mejores del mundo esos detalles no tenían por qué afligirlos.
Algo parecido ocurrió con los entrenamientos y la disciplina. Después -después del desastre, se entiende- se supo que los jugadores -algunos, no todos- trasnochaban, no se privaban de frecuentar locales nocturnos y compartir copetines con suecas sensuales y glamorosas. Insisto: todo eso y mucho más estaba permitido, total, éramos los mejores del mundo y a los mejores todo les está permitido.
El mundial de Suecia fue el primero que se televisó fronteras adentro. También fue el primero que ganó un equipo, Brasil, que provenía de otro continente. Y, por último, fue el mundial que descubrió al mundo esa maravilla que fue Pelé. Que a la Argentina la hayan goleado fue una noticia que sólo nos preocupó a nosotros, porque en el resto del mundo la noticia no llamó demasiado la atención.
La egolatría nacional sufrió el primer traspié con Alemania el 8 de junio. Perdimos 3 a 1 con un gol consuelo de Corbatta. El segundo partido alentó algunas expectativas. Jugamos contra Irlanda del Norte el 11 de junio y ganamos 3 a 1. ¡Para qué! Volvimos a agrandarnos. Se supuso que lo de Alemania había sido un mal entendido y se marchó al partido con Checoslovaquia con la moral alta, demasiado alta. Algunos periodistas argentinos fueron a ver otro partido porque daban por descontado que a Checoslovaquia le ganábamos de orejitas paradas.
Pero ese fatídico 15 de junio los checos bajaron de un hondazo todos nuestros humos. El primer tiempo terminó con 3 a 0 en contra. Iniciado el segundo tiempo hubo un gol de penal a cargo de Corbatta y enseguida llegaron tres goles más de los checos. Nos pintaron la cara. Fue un baile con aprontes, firuletes y taconeos. Allí descubrimos que los jugadores eran lentos, que les faltaba estado físico y no tenían la menor idea lo que era trabajar en equipo.
“Prehistóricos”, dirá el periodista Diego Lucero. Ricardo Lorenzo se extendió en más consideraciones: “El equipo fue superado por rapidez, estado atlético, organización, sobriedad y sentido práctico”. Pero el más contundente fue Dante Panzeri: “El mito de que somos los mejores del mundo afortunadamente ha caducado. Ésta es una caída más de nuestro fútbol. No es la primera, ni tampoco será la última”.
Checoslovaquia se transformó en una palabra que fue sinónimo de paliza, papelón y vergüenza. Quedó claro que estábamos muy lejos de ser un gran equipo. Al punto que quienes nos apabullaron en la cancha terminaron el mundial en un modesto noveno puesto, pero eso le alcanzó y sobró para darle la biaba al equipo que había llegado con pretensiones de ganar la copa y finalmente ocupó el décimo tercer lugar en una tabla con dieciséis equipos.
El 22 de junio un seleccionado derrotado y deprimido llegó a Ezeiza. Diez mil personas lo esperaban para insultarlo. Hubo escupitajos, monedazos y más insultos. Labruna exclamó molesto: “Ni que fuéramos criminales de guerra”. Algo de razón tenía, entre otras cosas porque ese seleccionado no cobró un mango por ir a Suecia. Años después, Carrizo admitirá que fue el peor momento de su carrera deportiva. “Me olvido de las pelotas que atajé, pero nunca me voy a olvidar de los goles que me hicieron”. No obstante su sinceridad y su calidad como arquero, debió soportar las burlas de la tribuna y esperar unos cuantos años para volver a ser el arquero de la selección. Vairo, por su parte, fue menos subjetivo pero más concluyente: “Así como jugamos no les vamos a ganar nunca”. El mismo Labruna admitirá después que “fuimos a Suecia con los ojos vendados”.
¿Se aprendió la lección? Más o menos. Stábile se fue de la selección, pero la improvisación siguió siendo la regla, como lo demostró el mundial de Chile de 1962. A la supuesta improvisación de Stábile le sucedió el estilo Juan Carlos Lorenzo y la obsesión por el juego defensivo. Los años posteriores a Suecia fueron los tiempos de Alberto J. Armando y la ilusión de que todos los problemas del fútbol se arreglarían comprando jugadores brasileños.
Para el mundial de 1966, mejoramos un poco pero ganamos en irreverencia y groserías, como lo demostró Rattín. En 1970, ni siquiera calificamos. Y en 1974, Holanda nos volvió a recordar -por si lo habíamos olvidado- que no había ningún motivo valedero para creernos los mejores del mundo. Habrá que esperar la llegada de Menotti, una planificación estratégica más ordenada y que el campeonato se jugara en la Argentina para que esa tendencia al facilismo y a soberbia diera algunas señales de revertirse. Pero ésa es otra historia.
La goleada derrumbó las ilusiones e hirió de muerte a nuestro narcisismo nacional, porque por motivos que sólo los argentinos entendemos, nos considerábamos los titulares del mejor fútbol del mundo.