Misiles disparados desde Israel impactan en la localidad de Jabaliya, ubicada al norte de la franja de Gaza. foto: Mohamed Saber/efe
Por Rogelio Alaniz
Misiles disparados desde Israel impactan en la localidad de Jabaliya, ubicada al norte de la franja de Gaza. foto: Mohamed Saber/efe
por Rogelio Alaniz
La tercera guerra de Israel contra Hamas comenzó a gestarse el 12 de junio, cuando tres adolescentes judíos fueron secuestrados. El clima se enrareció definitivamente cuando los cadáveres de los tres jovencitos aparecieron tirados en una zanja. Los acontecimientos se precipitaron días después cuando extremistas judíos asesinaron a un joven palestino en Jerusalén. A partir de ese momento, los tambores de la guerra no dejaron de sonar. Todavía siguen sonando. Nada imprevisible en una región calificada como un polvorín. En la actualidad, los cohetes llueven en una dirección y otra. Los proyectiles de los judíos son más efectivos. También lo son sus sistemas de defensa. Ninguna novedad para un país que dispone de una de las economías más pujantes del mundo. Y de un sistema militar que dispone de las armas más sofisticadas. Entre tanto, está previsto un ataque de Israel por tierra para desactivar los sitios estratégicos de Hamas. Al respecto, no es ninguna novedad que las principales víctimas del operativo serán los civiles. Israel tiene su inevitable cuota de responsabilidad, pero la principal responsabilidad la tienen los dirigentes de Hamas que usan a la población civil como escudo para protegerse internamente. Por lo pronto, la proporción de muertos entre los contendientes es favorable a Israel. Esto ha dado lugar a que los observadores internacionales hablen de “la desproporción de la respuesta israelí”. Los dirigentes judíos sobre este tema han sido claros: que estemos ganando la guerra no nos transforma en culpables. En la lógica despiadada que anima a toda guerra no les falta razón. Israel protege a sus habitantes con toda la tecnología disponible y ataca con dureza. Hamas hace lo mismo. Que sus cohetes no maten a judíos no quiere decir que ellos no tiren a matar. Que no causen estragos entre la población judía no depende de Hamas sino de la eficacia de la defensa israelí, de la capacidad del sistema “Cúpula de hierro” para desactivar los misiles dirigidos contra Tel Aviv. Como dijera en su momento Netanyahu: “Nosotros desarrollamos misiles para proteger a nuestros civiles, mientras que Hamas usa a sus civiles para proteger a sus misiles”. Hamas hoy tiene problemas militares, pero sus problemas políticos son más serios. Desde hace casi tres meses que no paga los sueldos a sus empleados. La caída de los Hermanos Musulmanes en El Cairo cortó los subsidios. Assad tiene demasiados problemas en Siria para ocuparse de ellos y sus “compañeros” de Cisjordania no están dispuestos a financiarlos. La emergencia de la crisis alienta en Hamas renovados planes belicistas, oficio para el cual siempre están predispuestos. Dos semanas antes del secuestro de los adolescentes judíos habían arribado a un acuerdo con la Autoridad Palestina. Por su mirada militarista de la política, para Hamas todo acuerdo es un punto de inflexión para conquistar nuevas ventajas. Las ventajas, en este caso, apuntan contra la Autoridad Palestina. Transformase en los líderes de todos los palestinos es su objetivo. Si en el camino hay que sacrificar a los seguidores de Abbas, mala suerte. Los dirigentes de Hamas saben muy bien que la consigna que gana más seguidores en la sociedad palestina es la que agita el odio contra los judíos. No es novedad que las propuestas de acuerdo con Israel son impopulares. Dicho con otras palabras: es más fácil, más cómodo y más popular hablar de guerra que hablar de paz. El problema -o la tragedia- de los palestinos es que por un lado odian a los judíos -y su objetivo nunca desmentido internamente es arrojarlos a todos al mar-, pero por el otro han aprendido en carne propia que carecen de recursos militares para cumplir con sus objetivos. Las diferencias entre judíos y palestinos son políticas, religiosas, territoriales, pero por sobre todas las cosas son civilizatorias. Este dato explica por qué la paz es tan difícil en esa región. Es que como dijera Guidon Samey: “¿Qué podemos hacer si nuestros vecinos no nacieron en Varsovia, París o Berlín, si no estudiaron en las grandes universidades o no experimentaron la revolución industrial? ¿Qué podemos hacer si sus hombres de bigotes pueden tener cuatro esposas y son exculpados por el Corán si las matan a todas junto con sus hijas y sus vírgenes? ¿Qué podemos hacer cuando las costumbres en varias culturas islámicas es manifestarse como salvajes, disparar al aire, golpearse con palos hasta desangrarse, curar con las manos incluso en los palacios, cortarles la mano a los ladrones en la plaza pública y declarar su propia disposición a lanzar una jihad?”. Los macabros acontecimientos que se sucedieron desde el pasado 12 de junio confirman estas prevenciones. Apenas secuestrados los tres adolescentes judíos, Israel lanzó operaciones policiales destinadas a dar con los culpables. Abbas, el líder de la Autoridad Palestina condenó el crimen pero Hamas guardó un sugestivo silencio. No ocurrió lo mismo en las calles de las poblaciones palestinas, donde manifestantes festejaron los secuestros. Pero el episodio más sintomático, que confirma la hipótesis de Samey, lo produjo la madre de uno de los palestinos detenidos. Esta buena señora y excelente madre que responde al nombre de Abús Aysha declaró lo siguiente: “Si mi hijo fue el autor del secuestro yo estoy orgullosa de él”. ¿Qué podemos hacer? pregunta un vez más Samey. O, como dijera hace años Golda Meier: “Los palestinos comenzarán a ser libres el día que amen más a sus hijos que lo que nos odian a nosotros”. No concluyen allí las novedades. La muerte de los tres israelíes dio lugar a que extremistas judíos secuestraran y asesinaran a un adolescente palestino. La respuesta israelí merece destacarse. La madre de uno de los jovencitos judíos muertos se comunicó con la familia de la víctima palestina para expresarle su solidaridad. El muy conservador rabino de Samaria pidió la pena de muerte para los seis detenidos. Algo parecido dijo el ministro de Defensa y el propio primer ministro Netanyahu. Mientras tanto, un operativo policial israelí detenía a los responsables que inmediatamente fueron imputados. Por último, un tío de los chicos muertos reclamó que la ley actuara con toda dureza contra los asesinos del palestino. ¿Se entiende ahora desde qué lugar nacen las diferencias? Habría que preguntarse cuándo los palestinos decidirán reclamar por sus derechos a través de recursos pacíficos. No hace falta ser un adivino para saber que las posibilidades de concretar sus objetivos serían mayores y los costos a pagar mucho más bajos. Como dijera un intelectual judío: a los palestinos les hace falta un Mandela. La pregunta a hacerse en este caso es si los palestinos y quienes los alientan y financian están dispuestos a no sólo dejar las armas sino a vivir en paz. Años, décadas de cultura militarista, de consignas guerreras, de cánticos antisemitas, dan frutos muy difíciles de desconocer. Hamas, por su parte, al tema lo tiene claro. Según el Artículo 6 de su Estatuto fundacional el objetivo de su lucha es “levantar las banderas de Alá sobre cada pulgada Palestina”. ¿Qué podemos hacer? Sin embargo, en Cisjordania no son pocos los palestinos que han comprobado en carne propia que la coexistencia pacífica con Israel favorece a sus familias, sus negocios y sus vidas. Desde la literatura, el poeta Barghouti Mourid lo expresa con bellas y conmovedoras palabras: “También está bien morir en nuestra cama sobre una almohada limpia y entre amigos. Está bien morir una vez con las manos cruzadas sobre el pecho, vacías y pálidas. Sin arañazos, sin cadenas, sin banderas y sin pedir nada. Está bien tener una muerte sin polvo, sin agujeros en la camisa, sin marcas en las costillas. Está bien morir, morir con una almohada blanca, no con la vereda bajo las mejillas, las manos descansando en las de los que amamos, rodeados de médicos y enfermeras desesperadas, sin nada pendiente, salvo una elegante despedida, sin prestar atención a la historia, dejando al mundo tal como es, esperando que algún día otro lo cambie”.
La tragedia de los palestinos es que por un lado odian a los judíos -y su objetivo es arrojarlos a todos al mar-, pero por el otro han aprendido que carecen de recursos militares para cumplir con ese propósito.