Juego de palabras. La presidente palmea a Sabella e intenta bromear con los jugadores de la selección nacional. Foto: EFE
Por Rogelio Alaniz
Juego de palabras. La presidente palmea a Sabella e intenta bromear con los jugadores de la selección nacional. Foto: EFE
“No reírse de nada es de tontos; reírse de todo es de estúpidos”. Groucho Marx
El pasado domingo a la noche, hordas de lúmpenes y desclasados saquearon el centro de Buenos Aires. La fiesta derivó en vandalismo; las lecciones morales brindadas por los jugadores de la selección nacional degradaron en ese espectáculo dantesco promovido por quienes invocaban sus simpatías por un equipo de fútbol para incendiar, destruir y robar. Lo sucedido era previsible. Se sabe que en las sociedades modernas la multitud incluye a delincuentes que se aprovechan de la situación. Seguramente son una minoría, pero esa minoría se transforma en una inquietante mayoría cuando las fuerzas de seguridad no previenen o miran para otro lado. Puede que a los desmanes los inicien un puñado de saqueadores, pero cuando el orden social se rompe y la calle se transforma en territorio de nadie, hasta los boys scouts se suman al jolgorio. Jefes policiales o jefes políticos que ignoren este “abc” de los fenómenos de masas no merecen ejercer esas responsabilidades. El costo que se pagó por los desmanes del centro de Buenos Aires fue muy alto y podría haber sido mayor. Los argumentos justificatorios de sociólogos y almas bien pensantes, las teorizaciones acerca de la justicia de toda rebelión social, son inaceptables. El siglo veinte ha dado elocuentes lecciones acerca de la diferencia entre rebelión social y vandalismo, entre la movilización de las masas para la defensa de sus derechos y el saqueo promovido por la escoria de la sociedad. Invocar causas que atenúen las culpas, son coartadas para defender lo inaceptable o ingenuidades teóricas promovidas por académicos irresponsables. Al respecto, a nadie escapa que toda acción social está precedida de causas diversas que merecen ser atendidas. Pero a la hora de la acción política se procede a la inversa: primero se atacan las consecuencias y después se indagan las causas; primero se previene y si es necesario se reprime, después se estudia. Así se actúa en las democracias que merecen ese nombre. El objetivo es proteger los espacios públicos tan laboriosamente conquistados; el objetivo es proteger los derechos de los ciudadanos, derechos que incluyen sus libertades, sus seguridades y sus propiedades; el objetivo -para ser más claro- es comprometerse con los vecinos, con las familias, con los jóvenes que salieron a la calle a celebrar la obtención del subcampeonato mundial de fútbol. Nada de esto ocurrió el domingo pasado. Por el contrario, se justificó la incompetencia y los responsables no hicieron otra cosa que pasarse culpas. Para completar la puesta en escena, durante la semana, la Justicia procedió a liberar a los detenidos en la calle. Conclusión: los saqueadores saben que disponen de luz verde para hacer lo que les dé la gana. Nadie les va a hacer nada, si los detienen, en pocas horas serán liberados y, como frutilla del postre, no van a faltar almas bien pensantes que los justifiquen y les brinden coartadas morales. El lunes pasado, la Señora decidió recibir a los jugadores de la selección de fútbol. Lo hizo con su estilo: vulgar, guarango, irrespetuoso. Abundaron los lugares comunes, las frases autorreferenciales, los chistes de mal gusto. Durante toda la reunión, la Señora se dedicó a subestimar y faltarle el respeto a los jugadores. El tono de su voz pretendía ser confianzudo, pero se parecía al desplante de una patrona tratando con sus sirvientes. Un presidente de la Nación no se dirige en estos términos y en estos tonos a las personas. No sobreactúa de “popular”, no se comporta como una suerte de Chirusa con plata. Un presidente que merezca ese nombre respeta a sus interlocutores, sean humildes, ricos, famosos o anónimos. La señora no debe hablar como una hincha de fútbol para dirigirse a los jugadores. Y no lo debe hacer por respeto a sí misma, respeto a la investidura y, sobre todo, respeto a esos jugadores que, dicho sea de paso, tuvieron un comportamiento más digno, más discreto que el de ella. ¿Qué reconoció la Señora de los jugadores de fútbol, además de decirles a boca de jarro que no los había visto jugar, un gesto tan atento y amable como recibir a Jorge Luis Borges y decirle que no leyó nada de él? ¿Qué aprendió la Señora de este seleccionado? ¿Las virtudes del comportamiento en equipo, por ejemplo? Justamente ella, una individualista feroz que en su vida no fue capaz de reunir a sus ministros. ¿El esfuerzo por representar a cuarenta millones de argentinos? Justamente ella, que hizo de la fractura social, el encono y el resentimiento un estilo exclusivo de gobierno. ¿El comportamiento discreto, el rechazo a las pedanterías y fanfarroneadas propias de nuestro ser nacional? Justamente ella, la creadora de los shows por cadena nacional, la inventora de la sobreactuación, las frases relamidas, los giros bochornosos, todo ello adobado por las genuflexiones de una platea servil y obsecuente. No concluyeron allí las novedades de la semana. La Señora viajó a Brasil. Todo bien, menos un detalle: el hecho de que durante esos días el presidente de la Nación fue Amado Boudou, un caballero que se da sus gustos. El pasado 9 de Julio ocupó el mismo lugar que en su momento ocupara Laprida; ahora el destino lo colocó en el lugar donde estuvieron Mitre, Sarmiento, Yrigoyen y Perón. Lujos que nos damos los argentinos. El hombre que en el más suave de los casos debería haber pedido licencia o estar sometido a un juicio político, ejerce los poderes de la República democrática con el aval reticente, pero aval al fin de todo el oficialismo, incluso de los que se preparan para cambiar de barco. Es verdad que Boudou no está allí por sus méritos sino por sus vicios y, sobre todo, por la voluntad, el capricho o la complicidad de la Señora, única responsable de haberlo designado vicepresidente. Al respecto, a las cosas hay que decirlas por su nombre: Boudou es un invento de la Señora; está allí porque ella lo quiso y se mantiene en el poder porque ella lo banca. ¿Por qué tanta lealtad con un subalterno? Para Boudou, con la hidalguía masculina que lo distingue, esa lealtad responde al afecto de la Señora por razones imprecisas; pero para quienes intentamos ver un poco más allá de la infatuación de un detestable trepador social, sabemos que esa lealtad responde a lo que el tango califica como “los favores recibidos”. Dicho con otras palabras, el compañero Boudou cumple a nivel institucional el mismo rol que a nivel económico cumple el compañero Lázaro Báez o el compadre Igor Ulloa. Haber sospechado sobre este tipo de relación le valió al fiscal José María Campagnoli un jury de enjuiciamiento. Se dice que la señora se puso furiosa porque el fiscal decidió investigar y la investigación incluyó a su querido hijo Máximo. Como ocurre en estos casos, la furia de la señora encontró la inmediata receptividad del, o de la, alcahuete de turno. Conclusión: Campagnoli al banquillo de los acusados mientras Lázaro Báez se pasea chocho de la vida exhibiendo su fortuna. Como dijera Dante Gullo, con el realismo populista que lo distingue: “Ojalá tuviéramos quince, veinte, Lázaro Báez”. Por lo pronto, la Señora y Él aportaron uno. Y hasta ahora mal no les fue. El arreglo con los fondos buitre queda como asignatura pendiente. Más allá de la retórica y los desbordes verbales, la decisión de pagar ya está tomada. Muchas alternativas no quedan. Si las cosas se hubieran hecho bien, si se hubieran tomado los recaudos que figuran en la agenda del contador más modesto, seguramente habríamos podido disponer de otras posibilidades. Nada de ello ocurrió. Se dilapidó, se corrompió y se habló de más. Ahora hay que pagar los destrozos. El ideal kirchnerista hubiera sido dejarle la bomba de tiempo al gobierno que viene. Pero el calendario les falló y ahora sospechan que la bomba les va a estallar a ellos. Así se explican los esfuerzos por hacer buena letra, pero en estos temas ya se sabe que los muchachos son incorregibles y el papelón, la tragedia o el grotesco están siempre a la vuelta de la esquina.
¿Qué reconoció la Señora de los jugadores de fútbol, además de decirles a boca de jarro que no los había visto jugar, un gesto tan atento y amable como recibir a Jorge Luis Borges y decirle que no leyó nada de él?