Ningún vecino quiso hablar sobre la realidad del barrio a micrófono abierto por temor. Árboles con impactos de bala y negocios que parecen cárceles fueron algunas de las impactantes postales de este barrio.
A las 10.30 de la mañana, la vereda de la vecinal del barrio estaba colmada de gente. Abuelos, chicos y mujeres embarazadas esperaban afuera con una ollita o un tupper que se hicieran las 11 para recibir la comida que llevarían a sus casas ese mediodía, la única del día en muchos hogares. Estaban sorprendidos. No entendían por qué El Litoral estaba en el barrio. O mejor dicho, no comprendían por qué aún no habían escuchado las sirenas de la policía y ambulancias, ya que si había un medio era porque algo había pasado.
En el interior de la vecinal, unas cinco mujeres se encontraban cocinando desde las 7 de la mañana el menú del día: hamburguesas caseras con ensalada de tomate. Trabajaban en silencio, y no porque se lleven mal sino porque emitir palabras las conduciría a tener que hablar de algo que todos en Loyola Sur querían evitar: la realidad del barrio.
En medio del silencio, tres jóvenes aparecieron en el sector de la cocina. “¿Qué pasó?, ¿por qué vinieron?”, preguntaron. Tras varios minutos de charla, los jóvenes confesaron ser adictos a las drogas y que en la zona son muchos los chicos de su edad que consumen “de todo”.
“¿No me ves destruido?”, preguntó el joven que más hablaba de los tres. “Eso es porque me drogo desde los ocho años. Yo era uno de los de la banda del poxiran, de la plaza España, ¿te acordás?”, manifestó. Luego, reconocieron que la droga que consumen la consiguen en el mismo barrio y que varios amigos murieron en hechos de violencia al enfrentarse con bandas antagónicas. De golpe, los jóvenes sintieron que estaban hablando mucho sin nada a cambio. Y pidieron plata, o cualquier cosa de valor para seguir la charla. Ante la respuesta negativa, la conversación llegó a su fin.
En la recorrida, ningún vecino quiso hablar sobre la realidad del barrio por miedo a que alguien tome represalias. Hubo algunos que hasta recomendaron a El Litoral marcharse, ya que en cualquier momento podía “armarse un tiroteo”. “Acá todos andan armados. No sabés cuándo se arma la podrida. Sin ir más lejos, si observan este árbol donde estamos parados ahora van a ver los impactos de bala que tiene”, dijo un hombre mayor.
La postal más impactante en Loyola Sur fue la de un negocio que, a raíz de los robos sufridos, está enrejado por fuera y enrejado por dentro. Las personas que atienden allí parecen presidiarios, y la comparación no es exagerada. Al irse, Crónicas de Barrio comprendió el silencio de la gente. Todos viven con miedo.
Barrios vecinos. El barrio limita con San Agustín al norte y con Los Troncos al sur.
El dato Nada del legado ignaciano El nombre correcto del barrio es San Ignacio de Loyola Sur. Se llama así ya que en este sector de la ciudad, a fines del siglo XIX, estaba la quinta de los jesuitas. En un terreno de 600 hectáreas, se criaban más de 300 animales, se desarrollaban el cultivo y la producción de leche. Todo era para abastecer al Colegio de la Inmaculada. También asistían los curas como un lugar de descanso y los alumnos para realizar jornadas espirituales. En 1970 los terrenos se lotearon y la compañía se quedó con 28 hectáreas que en abril de este año fueron donadas al municipio para ser incluidas en el Banco de Tierras de la Ciudad.
POSTALES
La soledad de las calles de Loyola Sur dan cuenta de la realidad del barrio. Esta foto, en particular, también evidencia que faltan espacios de contención para los chicos. En cuanto a los servicios, el barrio sólo tiene agua potable y algunas conexiones regulares de energía eléctrica. No hay cloaca ni gas natural. La única línea de colectivo que circula por allí, y en horario diurno, es la 1.
Por la inseguridad, muchas casas del barrio tienen rejas. Los vecinos dicen que los patrullajes policiales no son suficientes y por ello están tan desprotegidos. Cuando ocurre algo en Loyola Sur, los vecinos deben llamar a una subcomisaría en barrio Los Troncos.
En Loyola Sur hay varias inscripciones de este tipo. Tres jóvenes que conversaron con Crónicas de Barrio reconocieron que muchos adolescentes tienen serios problemas de adicción a las drogas. Cabe señalar que allí no hay escuelas, solamente un jardín de infantes de gestión del Movimiento Los Sin Techo.
Varios impactos de bala tenía el árbol donde dos personas mayores charlaban sin problemas, como algo cotidiano. Ese árbol está justo enfrente de una canchita de fútbol para los más chicos.