Barbarie espectacularizada. Con el propósito de conmover a Occidente e inducirlo a la violencia, un cuadro del Islam se apresta a decapitar a Foley en vivo y en directo. Foto: captura de la tv.
Por Rogelio Alaniz
Barbarie espectacularizada. Con el propósito de conmover a Occidente e inducirlo a la violencia, un cuadro del Islam se apresta a decapitar a Foley en vivo y en directo. Foto: captura de la tv.
Rogelio Alaniz
A James Foley lo decapitaron, lo cual es un crimen, pero a la ceremonia de la muerte la hicieron pública para que cada uno de nosotros -infieles y herejes- sepamos la suerte que nos espera si el Estado Islámico (EI) cumple con su objetivo de conquistar el mundo. Ya no se trata de matar de la manera más bárbara y salvaje, de sacrificar a un indefenso periodista que no les hizo ningún mal; se trata de exhibir el sacrificio, ufanarse de la bondadosa misión que cumplen en nombre de Alá y advertirnos a todos que para la justicia divina que ellos encarnan, nadie es inocente.
Foley corrió la misma suerte que en su momento corrieron sus colegas Ken Bigley, Nick Berg y Daniel Pearl, todos decapitados por encapuchados transformados en mensajeros de Alá. Los crímenes generaron protestas institucionales y políticas, pero hasta ahora no he visto a las almas bellas y a sus amigos de izquierda salir a la calle para protestar contra estos actos de barbarie. Es más: ni bien superan el primer impacto emocional retornan a su habitual cantilena de responsabilizar a EE.UU. por todo lo ocurrido. A Estados Unidos y a Israel. Según este relato, los yanquis y los judíos tienen la culpa si intervienen y tienen la culpa si no intervienen. En todos los casos las bandas terroristas son liberadas de culpa y cargo, cuando no justificadas porque -como se sabe- puede que sus métodos sean algo equivocados, pero sus objetivos son siempre justos.
La decapitación no es nueva en la tradición musulmana. Los entendidos aseguran que en el Corán se habla de ella como una solución santa contra los herejes. Que ejecuciones de este tipo se hayan justificado hace diez siglos no habilita que en la actualidad se apliquen estas recetas al pie de la letra. No debería ser así, pero ya se sabe que uno de los rasgos decisivos del fundamentalismo es tomar al pie de la letra los mandatos del Libro Sagrado. Lo dicho vale para todos los fundamentalismos -católicos, judíos, protestantes-, pero convengamos que en estos tiempos el único fundamentalismo que se ocupa de ser noticia en el mundo es el de origen musulmán. Y sus fanáticos seguidores son los que se ocupan en practicar la degollina de inocentes, como le gustaba decir a Sarmiento para referirse a los degolladores de sus pagos.
En Qatar, Arabia Saudita, Kuwait, por ejemplo, la decapitación está reconocida por la ley. Sin ir más lejos, en Arabia Saudita se decapitaron más de mil setecientas personas en los últimos treinta años. El Grupo Islámico de Argelia la practica sin cargos de conciencia en su tierra.
Digamos que la degollina no es nueva en este universo, pero el EI parece ser la organización decidida a aplicarla hasta las últimas consecuencias con un dato novedoso: no sólo degüellan, además se jactan de hacerlo. Filman, toman fotos y los asesinos lucen allí su coraje, enmascarados y armados hasta los dientes. Esa despiadada pulsión por la muerte es justificada en nombre de la religión o en nombre del rechazo a las sociedades modernas calificadas de diabólicas y malignas.
El Califato Islámico adquirió notoriedad pública en los últimos meses. Sus métodos y objetivos de lucha han transformado a Al Qaeda en una ONG pacífica y solidaria. A su capacidad de muerte le suman un inusual talento para acumular riquezas y conquistar territorios. Sin exageraciones, se lo considera el grupo terrorista más rico del mundo. La fortuna proviene de los secuestros, los asaltos a los bancos de las ciudades y pueblos que conquistan, la venta de obras de arte y el producto de las cuatro refinerías de petróleo que controlan en Irak y Siria.
El alfanje o la cimitarra es el arma preferida para ejecutar a sus prisioneros. Las alternativas para cristianos, kurdos y musulmanes chiítas puede ser la crucifixión, la horca o la lapidación. Matan con alegría y sin culpas, pero no son niños. En las pocas declaraciones que se conocen, no manifestaron nada que se parezca a la culpa o el remordimiento. Los muertos están bien muertos y que pase el que sigue. El Califato Islámico se levantará triunfante ante la humanidad sobre la base de una montaña infinita de cadáveres. Alá así lo dispuso
Su base territorial por ahora se extiende en una franja que recorre Irak y Siria, con un tamaño que multiplica por cinco al de Israel. Muchos son nativos, pero uno de sus rasgos distintivos es su amplia capacidad de convocatoria a fundamentalistas de Medio Oriente, Europa, los Estados Unidos y Rusia. Sin exageraciones puede decirse que construyeron una verdadera internacional del crimen. Parodiando a un filósofo alemán, bien podrían lanzar la consigna “Musulmanes fundamentalistas del mundo uníos”.
El asesino que ejecutó a Foley es un árabe educado en Londres. Se estima que más de cien milicianos de origen inglés militan hoy en las filas del EI. También llegan para ponerse al servicio de tan noble causa españoles, franceses, italianos, alemanes. En la inmensa mayoría de los casos se trata de árabes nacidos en Europa. Se dice con tono justificatorio que las postergaciones, la pobreza, las exclusiones los vuelcan hacia el islamismo en sus versiones más extremas. No comparto esos lugares comunes de las almas bellas. Por ese camino bien se podría justificar a Hitler.
En la actualidad, los cálculos más moderados hablan de un ejército de alrededor de cincuenta mil hombres muy bien armados y decididos a matar, libres de culpa porque Alá los justifica. Los prisioneros mueren salvo que opten por convertirse al Islam. La suerte que les espera a las mujeres no es menos alentadora: la mutilación genital o el degüello.
En sus orígenes, el EI pudo haber sido financiado por Qatar, Kuwait o Arabia Saudita. Se trataba de crear un contrapoder para poner límites a la expansión chiíta. Hoy todos admiten que el monstruo que pusieron en movimiento se les escapó de las manos. No sé con cuánta sinceridad viven estas culpas. En el caso de Arabia Saudita declararon oficialmente que no tienen nada que ver con el EI, aunque conociendo el paño, me animo a decir que mienten o por lo menos no dicen toda la verdad. Ya no es un secreto para nadie que Arabia Saudita luego de hacer millonarios negocios con Occidente y de prometer en idioma inglés que se iban a portar bien, algunos de sus príncipes donan bajo cuerda cifras millonarias para alentar el terrorismo.
¿Qué hacer? El Papa habla de frenarlos. Lo entiendo al Papa y está bien que desde su liderazgo espiritual se pronuncie en estos términos, que ya no son del pacifismo absoluto. Pero quienes por sus responsabilidades terrenales no están comprometidos a circunscribirse a esa ética, saben muy bien que al terrorismo musulmán del EI no alcanza con frenarlo, que la tarea es aniquilarlo, sin dar ni pedir cuartel, porque ellos no lo dan ni lo piden. Se trata de enfrentar a una horda de fanáticos asesinos que amenazan con esclavizar a la humanidad, y todo lo que se haga para ponerle punto final a esta pesadilla, será justo.
No entenderlo así es alentar su expansión y permitir que derramen más sangre inocente. Lo conveniente es que la decisión de luchar contra ellos la tomen los organismos internacionales, pero si las intrigas de las almas bellas y su reiterado comportamiento de idiotas útiles bloquean esta posibilidad, no está mal que los Estados Unidos se hagan cargo de la tarea con la misma decisión que en su momento empleó para liquidar al nazifascismo.
Hoy no hay lugar para reeditar un nuevo Munich. Tampoco hay lugar para los Daladier y los Chamberlain. Si Winston Churchill fue el político que entendió con mayor lucidez y realismo que a Hitler no se lo derrotaba con concesiones o palabras lindas, sino enfrentándolo con las armas en la mano hasta derrotarlo, algo parecido debe hacerse contra el Califato Islámico, sabiendo de antemano que cierta izquierda, fiel a su destino de desempeñar el rol de preservativos del fanatismo musulmán, se va a oponer en nombre del antiimperialismo o a favor de los supuestos pueblos oprimidos liderados por el EI.
La degollina no es nueva, pero el EI parece ser la organización decidida a aplicarla hasta las últimas consecuencias con un dato novedoso: no sólo degüellan, además se jactan de hacerlo.