Por Néstor Vittori
por Néstor Vittori
A pesar de que no me gusta, no puedo dejar de ser autorreferencial al abordar un tema respecto del cual habitualmente no escribo. Cuando se produjo el ataque a las Torres Gemelas, me dí cuenta del terrible desconocimiento que tenía respecto del universo cultural, social y político de los protagonistas de semejante barbaridad, admitiendo que mi cultura estaba conformada casi exclusivamente por el universo occidental. Por tal motivo comencé a plantearme el estudio del mundo islámico, comenzando por su historia religiosa, y en particular a partir de la predicación de Mahoma, iniciada en el año 614 d.C. Hay que decir que antes de Mahoma, el mundo árabe era prácticamente analfabeto y se sentía excluido de la consideración divina que habían tenido judíos y cristianos mediante la sucesión de profetas y profecías objetivadas en la Torah y la Biblia. Por ese motivo merecían una apreciación admirativa que se expresaba con la denominación de “gentes del libro” (Al quitah). Mahoma vino a darles con su prédica, objetivada en versos (suras), un cuerpo normativo, el Corán, que se constituyó en el homólogo de la Torah de los judíos, o la Biblia de los cristianos. El único código de convivencia entre los árabes en el período preislámico, era la ley del Talión, que en su organización tribal significaba la obligación de defensa hacia adentro de la tribu y la reparación de cualquier ofensa sufrida por algunos de sus miembros, en una simétrica reparación mediante la venganza. Mahoma, a través de su prédica, comienza a crear reglas de convivencia más complejas, que contemplan situaciones reales de conflicto y trata de resolverlas. Este sistema de reglas, cuya expresión objetiva es el Corán, con el correr de los años se completó con la registración de las distintas conductas del profeta, también objetivadas en la Sunna (de ahí el término sunnitas para los que cumplen con sus prescripciones) y los hadices, que son las tradiciones orales del Islam temprano. El cuerpo legal más rígido es posterior, y se lo conoce como “la Sharia” o ley islámica, que refleja conductas, prohibiciones y castigos, originados en la regulación de vida durante la construcción de la comunidad islámica en su migración al oasis de Medina (conocido como la “Hégira”), proceso que tuvo un carácter esencialmente político y organizativo. Curiosamente, este cuerpo legal adquirió importancia y plena vigencia en el período posterior al de los sucesores de Mahoma conocidos como los Rashidum -Abu Bakar, Umar, Uzman y Alí-, a los que sucede Muwabiya, quien llevó el Califato a Damasco y comenzó a transformarlo en una monarquía absoluta. Para combatir la desnaturalización de la “Umma” (comunidad de creyentes), los sucesivos imanes reclamaron y difundieron la “Sharia” (ley islámica), que así se transforma en el reclamo del retorno a las prédicas y costumbres de Mahoma. Luego de la derrota de Alí por Muwabiya (primera “fitna” o guerra civil), se consolida la vertiente de los seguidores de Alí (“Shia Ali”), que en Occidente se conoce como la Chía y nuclea a los “chiítas”. Posteriormente, el antagonismo se agrandó con la muerte de Hussain, hijo de Alí, en la batalla de Karbalá. Desde ese momento, entre sunnitas y chiítas se abrió un abismo irreconciliable. Todos los procesos posteriores en el seno del Islam estarán signados por esta confrontación, extendiéndose desde aquellos tiempos hasta nuestros días, como es dable observar en el conflicto de Irak, (post Saddam Hussein), en el que el gobierno de Maliki inclinó la balanza del poder a favor de los chiítas, y como consecuencia desintegró el necesario y delicado equilibrio con la mayoría sunnita. La irrupción del grupo rebelde y terrorista de origen sunnita se manifestó primero en la guerra civil siria, y ahora avanza sobre el norte iraquí con la toma de importantes poblaciones como Mosul y Ticrit. Se expande asimismo en un amplio territorio, tanto en Iraq como en el norte de Siria y con alguna penetración en El Líbano, marcha acompañada de una secuela de crueldad e intoleracia hacia las minorías cristianas y jasidies. Todos estos movimientos reflejan el aprovechamiento de oportunidades, recursos y armamentos obtenidos durante la guerra civil en Siria, para crear un Califato que reemplace a los poderes territoriales de los Estados y restablezca la comunidad islámica de los tiempos de Mahoma. En pocas palabras: la Umma por encima de los Estados. Por supuesto que este objetivo choca de frente con la modernidad y con los desarrollos secularistas representados por los gobiernos de Ataturk en Turquía, de Nasser en Egipto y del propio Hussein en Irak, que se propusieron separar el Estado de la religión como requisito necesario para la construcción de países modernos. Hoy, la irrupción en escena del Califato Islámico de Irak y el Levante coloca la discusión política del mundo árabe en la disyuntiva del retorno al más riguroso Islam de la Umma o, en su defecto, del encuadre del díscolo en la calificación de herejía. En este contexto, la resistencia de Obama a inmiscuirse de modo directo en el conflicto de Siria puede asociarse con la experiencia de los conflictos intercivilizatorios estudiados por Samuel Huntington en su libro “Choque de civilizaciones”. La historia cercana enseña que cuando se trata del Islam o de guerras entre países islámicos, cada vez que Occidente ingresó al teatro bélico, esos conflictos se transformaron en choques entre civilizaciones. La terrible exhibición de la salvaje ejecución del periodista Foley, es un desafío al mundo occidental para que se involucre en la guerra. De ese modo se configuraría la situación de una nueva cruzada que, por reacción, produciría la superación de las diferencias entre los musulmanes. Es que en tal supuesto se habría encontrado un enemigo común y externo que funcionaría como aglutinante. Y tal hallazgo permitiría la consolidación del más feroz de estos grupos, que arrastraía a todos hacia el rediseño del actual mapa político del Medio Oriente. Pese a todo, y dada la gravedad del problema, enemigos hasta hace poco irreconciliables, como los EE.UU., de un lado; e Irán y Siria, del otro, negocian la concertación de acciones para tratar de frenar el violento y amenazante fenómeno que no para de crecer.
La terrible exhibición de la salvaje ejecución del periodista Foley, es un desafío al mundo occidental para que se involucre en la guerra.