Marine Le Pen y su Frente Nacional crecen en Francia. Foto: Archivo El Litoral
Por Rogelio Alaniz
Marine Le Pen y su Frente Nacional crecen en Francia. Foto: Archivo El Litoral
por Rogelio Alaniz
Es muy difícil que Marine Le Pen sea presidente de Francia. Es muy difícil pero no imposible. Por primera vez las encuestas la colocan por arriba de sus dos rivales; el socialista Francoise Hollande y el conservador Nicolás Sarkozy. Según los mismos estudios, si en una segunda vuelta Le Pen compitiera con Hollande, la victoria sería de ella; no ocurriría lo mismo en el caso de Sarkozy, con lo que se demuestra que la facción política que más está retrocediendo en Francia es la izquierda. Le Pen está creciendo y los franceses, además, ya le están perdiendo el miedo al Frente Nacional. La noticia seguramente es mala, pero es verdadera. La denominada ultraderecha cada vez conquista más espacios. Para angustia e impotencia de la izquierda, las adhesiones más fuertes las recibe en los barrios obreros, al punto que más de un observador llegó a afirmar que los votos clasistas del Partido Comunista ahora creen en Le Pen. Así presentados los hechos, queda claro que ya no alcanza con demonizar al Frente Nacional. Al tosco y frontal fundador de esta fuerza política le sucedió ahora su hija, que en el fondo no es muy diferente al padre, pero que a su expresión belicosa, ella la ha suplantado con el toque femenino. El maquillaje del Frente Nacional ahora es diferente. Impostura o no, Alexandre Gabriac, un joven militante de esta fuerza política, fue expulsado por hacer el saludo nazi, portador de “una ideología repugnante”, dijo públicamente Marine. También la relación con los judíos es diferente. Más allá de las sospechas que pueda tener la comunidad judía acerca de la sinceridad de las declaraciones. No son nazis, ni son antisemitas, ¿qué son? En principio habría que hablar de una derecha populista que se nutre de algunas tradiciones ideológicas del fascismo, aunque filtradas por los cambios de los tiempos y el oportunismo. Le Pen reivindica una Europa de naciones y una Francia de patriotas. Su discurso apela a un nacionalismo conservador, más antiliberal que anticomunista. Ataca a la Unión Europea y proclama a los cuatro vientos que Francia no debe subordinarse a Alemania, una observación arriesgada, ya que una de las claves de la paz del último medio siglo fue precisamente poner punto final a la eterna disputa entre estos dos países, disputas que dieron lugar a tres guerras en menos de un siglo. “Abandonemos el museo de los horrores en que se ha convertido la Unión Europea”, ha dicho Marine en uno de sus recientes discursos. No sólo la Unión Europea encarna el mal para los lepenistas. También lo hace la Otan, el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, “máquinas infernales al servicio de la ideología ultraliberal”. Maduro y la Señora aprobarían esta denuncia. Es que el populismo en cualquiera de sus variantes -de derecha o de izquierda- en algún punto se parecen. El componente populista del Frente está presente en la invocación del pueblo enfrentado a las elites. Le Pen insiste permanentemente en reivindicar “esa Francia silenciosa que sufre la precariedad y el desprecio de las elites”. De más está decir que esta prédica dirigida a las clases populares obtiene excelentes resultados. ¿Sólo la supuesta ignorancia del pueblo o la demagogia de los fascistas explican este logro? Lo explica en parte, pero en lo fundamental está claro que el discurso del lepenismo cala hondo en las necesidades actuales de los sectores populares. Se trata de un discurso simplificador, agitativo, demagógico, pero eficaz. Conservadores y socialistas -por diferentes motivos- se han distanciado de estos sectores sociales y ese vacío lo está llenando la derecha populista. La inseguridad no es un problema exclusivo de los argentinos. En Francia, también lo es. La respuesta de Marine es pena de muerte y cadena perpetua para los criminales. La propuesta es reduccionista, reaccionaria, pero sintoniza con el humor de la gente y, muy en particular, de las clases populares, quienes son las que padecen cotidianamente esta inseguridad. La inmigración también es un problema. Un político socialista y progresista como Michel Rocard dijo en su momento: “Francia no se puede hacer cargo de toda la miseria del mundo”. La inmigración es un problema real, pero muy en particular lo es la inmigración musulmana. Le Pen plantea mano dura contra los inmigrantes, expulsión del país y rechazo a los pedidos de nacionalización. Los progresistas se escandalizan, pero las clases populares no; o cada vez menos. Ni la retórica ni las abstracciones ideológicas de los progresistas dan cuenta de las dificultades que se le presentan a los obreros conviviendo con inmigrantes que los desplazan del trabajo. Hoy, el Frente Nacional es la única fuerza política que se opone con firmeza a las pretensiones expansionistas del fanatismo islámico. Lo hacen a su manera, con consignas racistas y discriminatorias, pero lo hacen, mientras que los progresistas miran para otro lado, cuando no avalan el fundamentalismo religioso de los musulmanes en nombre del relativismo cultural. En todos los casos, los progresistas no prestan atención debida a lo que está pasando. Quien quiera llamar la atención sobre este tema corre el riesgo de ser acusado de fascista o cómplice de la extrema derecha. Mientras tanto, el Frente Nacional crece. Hay algo de hipócrita en ese progresismo que se desentiende de los dramas periódicos de las clases populares, mientras sus hijos cursan en colegios caros y de alta excelencia donde a nadie se le ocurre imponer el Corán. Hay algo de hipócrita en todo esto, pero también de impotencia, ya que liberales e izquierdistas no saben qué hacer con estos conflictos y de hecho le dejan el campo despejado a la derecha populista que, liberada de controles, atiza el odio racial, el resentimiento y el chauvinismo en sus peores versiones. Cuando a los militantes lepenistas se les va la mano con alguna consigna, Marine se preocupa por moderar las expresiones que estuvieron fuera de lugar. En otros casos, convalida lo actuado con argumentos típicos de esta formación política: “Lo que nosotros afirmamos en voz alta es lo que todos piensan en su intimidad”. ¿Está tan segura de lo que dice? Cada vez lo está más, porque la izquierda y la derecha moderada han renunciado a dar la batalla política y a comprometerse en serio con al democracia. Hay muchas maneras de resolver los temas de la inmigración, la inseguridad y el desempleo, pero las clases populares hasta ahora la única que conocen es la del Frente Nacional, porque los que deberían dar una respuesta más humanista y más justa se quedan callados, repiten los archisabidos lugares comunes o suponen que agitando el espantajo del nazismo las masas van a volver a su redil. Hasta ahora, esta solución dio resultados. No hace muchos años, la derecha y la izquierda se unieron para derrotar a Le Pen en la segunda vuelta. Ahora, suponen que cuando las papas quemen podrán hacer lo mismo. El problema es que el Frente Nacional sigue creciendo y las imputaciones tremendistas de sus adversarios cada vez lo afectan menos. ¿Y que pasaría si Marine Le Pen fuera elegida presidente? Una buena pregunta para dejarla en puntos suspensivos. ¿Hará como Hitler, que llegó con votos y después sus grupos de choque se encargaron de liquidar toda resistencia? No lo creo, no porque a algunos de ellos no los seduzca esta posibilidad, sino porque me parece que no hay espacio histórico para ello. La otra posibilidad es integrarlos. Si Marine Le Pen gana, lo hará por una pequeña diferencia. Si es así, básicamente la estructura del Estado seguirá siendo la misma, por lo que la oposición contará con todos los recursos para bloquear cualquier intento de salirse del Estado de derecho. El Frente Nacional habla de una revolución, pero si llegara al gobierno por elecciones deberá resignarse a transitar por el escabroso y resbaladizo terreno de las negociaciones y allí todo su “encanto” antisistema se desvanecerá en el aire. Si así fuera, ¿lo más inteligente seria permitir que ganen para desactivarlos? Personalmente, preferiría que no ganen, pero no es a mí a quien le compete decidir al respecto, sino a lo franceses.