Por Rogelio Alaniz
Rogelio Alaniz
En Brasil, habrá segunda vuelta, pero los candidatos a la presidencia serán Dilma Rousseff y Aécio Neves. Lo de Marina Silva no pudo ser. Sacó los mismos votos que en 2010, después que las encuestas en algún momento predijeron que podía ser la nueva presidente. La muerte de Eduardo Campos en agosto pasado y la sensibilidad que esa muerte despertó en su momento le permitieron ganar la adhesión de los corazones sensibles a esas desgracias. El problema es que estos amores inesperados llegan demasiado rápido y con igual rapidez se van. Por su parte, Marina no supo o no pudo sostener esas adhesiones. Dicen los entendidos que en las entrevistas empezó a hacer agua por todos lados. Es que como dijera ese veterano zorro de la política que se llama Lula: “En Brasil, no se improvisa una candidatura en un mes”.
También se dice que la derecha en un primer momento apostó a Marina, pero al percibir su inconsistencia retornó a Neves. ¿Será tan así? Yo suelo ser algo escéptico a esas especulaciones en las que pareciera que los grandes colectivos sociales actúan como si poseyeran un cerebro. Por otra parte, no sé si la derecha maneja así sus votos. Agregaría, además, que no creo que todos los votos de PT sean de izquierda o pertenezcan al mundo de la pobreza.
Puede que en Brasil los medios de comunicación -como en cualquier parte del mundo- contribuyan a instalar algunas candidaturas. Pero no hay que olvidar que el otro actor que decide en este país es el llamado voto evangélico. Según se sabe, alrededor del veinte por ciento de los votos responden a ellos, un caudal electoral que se expresa en el parlamento a través de un bloque de alrededor de setenta diputados.
También sería interesante conocer qué hará el PMBD, el partido que no presenta candidatos presidenciales y cuyo oficio consiste en presionar por cargos y otras yerbas a las autoridades políticas que llegaron al poder gracias a su voto oportuno, discreto y comedido. En todos los casos, lo que se abre hacia el futuro es un capítulo apasionante de negociaciones, promesas y presiones. En ese espacio discreto y sigiloso, pertenecer a la izquierda o a la derecha no tiene ninguna importancia.
Veinte días faltan para el 26 de octubre. Dilma es la candidata favorita a la presidencia pero los oráculos ya no están tan seguros de sus predicciones. Ocho puntos de ventaja es una buena diferencia, pero todos saben que no es una diferencia decisiva. Con relación al 2010, Dilma perdió casi seis millones de votos. Por su parte, el partido de Neves creció y en este caso creció ganando las elecciones en San Pablo por paliza. Como contrapartida el PT ganó en Minas Gerais, el Estado natal de Dilma y en donde Neves fue gobernador dos veces.
Más de un analista estima que el resultado electoral instala a los candidatos en la típica relación izquierda-derecha. Yo no estaría tan seguro. En primer lugar, porque el PT se parece cada vez más a un partido populista que a la esperanza de la izquierda que supo gestar en la oposición; en segundo lugar, yo no ubicaría con tanta ligereza al PSDB de Neves en la derecha. No creo que Neves sea de derecha y, mucho menos, que lo sea Fernando Henrique Cardoso.
Se dice que los trabajadores están mayoritariamente con el PT, mientras que las clases medias y altas simpatizan con Neves. Puede ser, pero también a esta afirmación hay que relativizarla. El Estado obrero por excelencia es San Pablo y allí Neves ganó de punta a punta. Habrá que hacer una medición más precisa de ese voto, pero a primer golpe de vista está claro que esa diferencia no se obtiene sin el voto obrero o el voto de los pobres.
El PT perdió por paliza en San Pablo, pero ganó en Brasilia y Bahía, por ejemplo. En general, el PT es fuerte en el norte, mientras Neves logra el apoyo de los estados del sur. De todos modos, a esta afirmación hay que tomarla con cuidado. Cada Estado en Brasil es un mundo con sus complejidades, agravadas en este caso por la naturaleza de su sistema político.
Los propaganditas del PT van a insistir en que hay que defender las conquistas sociales ganadas durante los gobiernos de Lula y Dilma. Es lo que tienen que hacer y es lo que más les conviene. Según las informaciones disponibles, cuarenta millones de personas han ascendido a la condición de clase media durante estos años. Agua corriente, cloacas, heladeras y televisores para personas que antes vegetaban en la indigencia o la pobreza extrema.
Con estos nuevos sectores sociales, se presentan para los políticos una serie de problemas. Dilma como Neves prometen defenderlos, pero para ello es necesario atender sus nuevas demandas y definir qué políticas económicas se deben implementar para hacerlas posible. Hasta el momento, las exportaciones y la asistencia social en sintonía con el empleo permitieron la movilidad social. Hoy, se sostiene que esta fórmula encontró su límite y se imponen otras medidas. En recientes declaraciones, Cardoso las expresó con su habitual claridad: “La política económica del PT está equivocada y a la larga afectará a los planes sociales”.
También los dos candidatos dicen que hay que promover algunos cambios económicos, pero hasta la fecha, el PT abundó en generalizaciones mientras no vacila en calificar de neoliberal a un Neves que intenta plantear algunas correcciones económicas y una nueva estrategia de Brasil en el mundo, estrategia que no contradice las líneas centrales del PT, pero las flexibiliza, sobre todo en temas tales como las pertenencia al Mercosur, la evaluación de Venezuela y las relaciones con los Estados Unidos.
En este período electoral, el PT no contará con las abrumadoras ventajas publicitarias de la primera etapa. Según lo establecido, los candidatos dispondrán de diez minutos a la mañana y diez minutos a la tarde para hacer conocer sus propuestas. Asimismo, se acordó el tiempo disponible para los spots publicitarios. De todos modos, no deja de llamar la atención las críticas del PT al universo mediático, cuando fue el partido que dispuso de más recursos y más espacios publicitarios para atacar a Neves y difamar a Silva.
Marina Silva, luego de admitir su derrota, se prepara para ser el árbitro electoral de este proceso. En sus primeras declaraciones le guiñó el ojo a Neves y respecto al PT mantuvo un sugestivo silencio. Marina viene del PT y para ella también vale la fórmula de que no hay peor astilla que la del mismo palo. No de otro modo merecen interpretarse las siguientes declaraciones: “Brasil demostró que no quiere lo que hay hasta ahora y quiere un cambio”. Más claro, echarle agua.
El problema de Marina es que los votos los obtuvo su candidatura, pero eso no quiere decir que ella los pueda manipular a su gusto. Ningún candidato puede hacerlo, mucho menos ella. Ocurre que en su frágil coalición política hay varios dirigentes que están más cerca del PT que del partido de Neves; otros, lisa y llanamente consideran que votar por Neves es votar por la derecha más retardataria.
¿Será tan así? Más o menos. En principio, me atrevería a afirmar que en Brasil -como en muchas partes- la clasificación izquierda-derecha más que iluminar, oscurece. Y más que una conceptualización objetiva, al concepto se lo usa como una imputación sectaria o propagandística. Mucho más importante que perder tiempo con calificaciones anacrónicas, sería saber qué van a hacer los candidatos con la economía y la sociedad, con la escandalosa corrupción y los índices inflacionarios, insignificantes comparados con la Argentina pero inquietantes para la economía.
Digo a modo de conclusión que lo más probable es que al final del camino Marina otorgue libertad a sus votantes, no porque le guste esa decisión, sino porque no está en condiciones de tomar otra. Los operadores de PT estiman que con el treinta por ciento de los votos de Marina, Dilma es reelecta sin preocupaciones. ¿Estarán esos votos? El 26 de octubre a la noche lo vamos a saber.