Remo Erdosain
Por Remo Erdosain
Remo Erdosain
Esa costumbre de los bares santafesinos de sacar las mesas a las veredas. Mi amigo me dice que en todas las ciudades del mundo pasa lo mismo, sobre todo si hace calor. Sin embargo, yo no sé por qué oscuras o luminosas razones supongo que sólo en Santa Fe cobra sentido la combinación de cerveza y mesa en la vereda. Y mosquitos, agregaría un viejo santafesino fogueado desde chico con los espirales y la lectura de El Litoral a la caída de la tarde. Algo de eso estamos haciendo nosotros esta mañana. Lisos, una buena “batería” -como se decía antes- que el dueño de casa nos prepara como una atención especial a viejos parroquianos. El panorama se completa con amigos decididos a discutir de lo que sea, diarios con la noticia del día que descansan en la mesa, el mozo atento para atender nuestros pedidos y por la peatonal la ciudad en su ajetreo cotidiano. ¿Qué más pedirle a la vida? ¿No es ésta la felicidad que está a la vuelta de la esquina, como se dice en estos casos? —Debemos ser agradecidos con el país que tenemos -dice Abel como si estuviera leyendo mi pensamiento. —Muy a pesar de nuestros gobernantes -admite Marcial-, la Argentina sigue siendo el mejor país para vivir, pero por lejos. Como le digo siempre a mi mujer: todavía prefiero ser pobre en la Argentina y no en Brasil; y prefiero ser de clase media en la Argentina y no clase media en México; y prefiero ser rico acá y no rico en Venezuela. —Hay que admitir que somos diferentes -insiste Abel-; yo no sé si fue la inmigración o la visión europeísta de nuestra clase dirigente, pero lo cierto es que le sacamos unos cuantos cuerpos de ventajas a nuestros hermanos latinoamericanos, como suele decir el cancionero popular —Yo no comparto para nada lo que están diciendo -dice José que hasta el momento parecía muy entretenido leyendo el diario. —¿Y se puede saber en qué no estás de acuerdo? -pregunta Abel. —Yo ya sé en qué no está de acuerdo -suspira Marcial. —Yo creo que la Argentina que ustedes defienden -continúa José- es la Argentina de la oligarquía que siempre gobernó a espaldas de la nación real, esa oligarquía siempre preparada para rematar a la patria y siempre decidida a despreciar al ser nacional. —Otra vez -le digo en voz baja a Marcial. —El país real debería ser la gran nación latinoamericana con la que tenemos que unirnos para enfrentar a los grandes imperios que pretende sojuzgarnos -concluye José con tono militante. —Eso me parece que alguna vez lo escuché -dice Abel con tono irónico. —Se ve que lo escuchaste mal o te entró por una oreja y te salió por la otra. Ustedes viven en una burbuja... —Y vos ¿dónde vivís? -le pregunto a José. —Por lo menos, trato de estar junto con mis hermanos los pobres, los postergados. —Y por eso apoyás a una presidente multimillonaria que no puede explicar el origen de su fortuna -acusa Marcial. —Apoyo a una compañera que está liderando un proceso de transformaciones... —Ya sé como sigue el verso -dice Abel- un proceso de transformaciones liderado por los compañeros latinoamericanos Maduro, Correa, Morales... —Y Fidel Castro -agrega Marcial. —Todo lo que decís -le digo a José- son fantasías tuyas. Podemos discutir la calidad de tus fantasías, pero lo que está claro es que hablás de cosas que no existen. —Siempre equivocado -sentencia Abel. —Peor que equivocado -destaco- uno puede equivocarse acerca de la apreciación de la realidad, pero el problema de nuestro amigo José es que sus opiniones circulan por una orilla diferenciada de la realidad. Es el problema de José y de todos los kirchneristas. Hablan de cosas que no existen, de ideales que duermen el sueño de los justos, de relatos transformados en jingles. —Digan lo que quieran -rezonga José- pero una vez más los hechos demuestran que la única verdad es la realidad. —Este muchacho se pasa la vida recitando consignas -me dice Marcial en voz baja. —¿Qué le habrá dicho a la novia el día que se le declaró? —Elemental Watson -concluye Marcial- mejor que decir es hacer, mejor que prometer es realizar. —Ustedes son los que viven en una burbuja -insiste José-, hablan de la paz, de la peatonal cuando la ciudad arde por los cuatro costados. —¿Vos estás tan seguro? -pregunta Abel. —Hasta el intendente que ustedes votan lo reconoce. En los barrios, están asaltando a la gente, le roban en las casas, en sus negocios, a la salida de la escuela. Nadie se salva. Y ustedes insisten en que estamos en el mejor país de América Latina. —Con esos discursos emocionales y demagógicos es imposible sostener una discusión más o menos racional. —Claro, claro, lo de siempre... ustedes son los racionales y nosotros los emotivos. Pero mientras tanto la gente esta cada vez peor. —No creo que sea así -digo-, hay problemas pero no me parece leal y responsable magnificarlos. Hay problemas serios porque se han creado condiciones para que ello ocurra. Pero estos problemas no se resuelven magnificando las cosas o poniéndonos histéricos. Además, les recuerdo a los amigos de José que este país postrado, derrotado y devaluado socialmente es el producto de quienes gobernaron en los últimos veinte años. —No se vayan por las ramas. El intendente pidió que venga la Gendarmería porque la situación es inmanejable y prohibió la venta de armas -insiste José- y para ustedes acá no pasa nada. —No comparto -dice Marcial.