Por Rogelio Alaniz
Rogelio Alaniz El kirchnerismo insiste en que la oposición carece de propuestas. Que critican por criticar pero si llegaran al poder no sabrían qué hacer, porque no tienen la menor idea de lo que significa el arte de gobernar. En este punto, pueden registrarse algunas variables: la oposición no sabe gobernar o lo que sabe hacer es lesivo para los intereses nacionales. Conclusión: inútiles o perversos. Incompetentes o “vendepatrias”. Sólo el kirchnerismo, es decir, sólo la Señora, y eventualmente su hijo Máximo, serían los capacitados para dirigir el rumbo de la nación. Lamentablemente -dicen-, esta solución identificada con los intereses nacionales y populares no puede realizarse, porque los enemigos de la Nación han impuesto una cláusula constitucional que a Ella le impide presentarse para ser una vez más plebiscitada por el pueblo. A esta argumentación tramposa, manipuladora y grosera, la Señora y sus seguidores la denominan “relato”. Podríamos decirle “verso”, “cuento” o “sanata” y los resultados prácticos serían más o menos los mismos. En todos los casos, se trata de una suma incoherente de argumentos para justificar por cualquier medio el afán de quedarse en el poder hasta el fin de los tiempos. Lo extraño no es que Ella y sus seguidores inventen semejantes patrañas y las cuenten como si estuvieran dando a conocer una verdad revelada; lo extraño es que haya quienes crean en ellas. O quienes supongan que están librando una gesta que transforman a Mao Tse Tung o a Ho Chi Minh en modestos y pacatos políticos de aldea. Retornemos a lo real. Aunque la Señora se empecine en negarlo, la oposición -pienso en la oposición con posibilidades reales de ganar las elecciones- tiene propuestas y cuenta con equipos técnicos que están trabajando con seriedad. Esto a nadie le debería llamar la atención. En la Argentina, hay economistas, politólogos y sociólogos comprometidos con diferentes proyectos de poder. Existen, además, dirigentes con experiencia en el arte de gobernar. Pienso en Cobos, gobernador de Mendoza; Binner, gobernador de Santa Fe; De la Sota, gobernador de Córdoba; Macri, jefe de gobierno de la ciudad de Buenos Aires; Sanz, intendente de San Rafael. ¿Intendente? Sí, claro, intendente de una ciudad que cuenta con más habitantes que la provincia de Santa Cruz, la exclusiva credencial política de los Kirchner a la hora de presentarse a jugar en la liga mayor de la política. Pregunto: ¿con qué consistencia teórica o práctica puede sostenerse que en nuestro país la única persona capacitada para gobernar es la Señora? ¿Y si alguien argumentara que en realidad es a la inversa, es decir, que la Señora en las actuales condiciones es la persona menos indicada para dirigir los destinos del país? El argumento es opinable, pero admitamos que, a juzgar por las resultados, es mucho más razonable que suponer que es Ella la que carece de dotes para el ejercicio del poder que afirmar, muy sueltos de cuerpo, que todos los dirigentes de la oposición, todos sin excepción, carecen de las virtudes que a Ella, a juzgar por la opinión imparcial de su claque, le sobran. Si los mismos razonamientos de la Señora los aplicáramos para evaluar la realidad política en 2003, deberíamos arribar a la concusión de que la única alternativa de gobernabilidad se llamaba Carlos Menem. ¿Qué garantías, qué alternativa, qué propuesta presentaban los Kirchner entonces? Ni antecedentes políticos relevantes, ni carisma, ni brillo intelectual. El vacío político de la crisis de 2001 y los imponderables del azar produjeron a los Kirchner. Las maniobras electorales de Duhalde, la insólita renuncia de Reutemann, el paso al costado de De la Sota y... los Kirchner al poder. Pocas veces en la historia el azar y la necesidad se dieron un apretón de manos tan caluroso. El argumento de que no existen alternativas superadoras a lo dado es la coartada de los oficialismos autoritarios de todos los tiempos. Sólo ellos saben gobernar. Los demás son giles, traidores o enemigos del pueblo. El argumento adquiere ciertos visos de realidad en un país con los partidos políticos fracturados y en crisis. Con el agravante que desde el poder del Estado se hace lo posible e imposible para que los partidos estén en ruinas y la única posibilidad de hacer política pase por el control del Estado. En otros países, donde el populismo como estilo de poder no ha hecho tantos estragos, la oposición -las oposiciones para ser más preciso- presentan sus propuestas en el Parlamento o mantienen lo que se conoce como un gabinete en las sombras, con las ideas, los proyectos y los dirigentes que afrontarán las responsabilidades para el próximo período constitucional. Así funcionan las democracias que merecen ese nombre; o, así no funcionan las democracias delegativas, populistas o plebiscitarias, en países como los nuestros. Concretamente, en la Argentina se hace muy difícil, por no decir imposible, hacer política sin los recursos del Estado. La disponibilidad de sus recursos e instrumentos es un capital decisivo a la hora de ganar elecciones o de reproducir el poder. La consigna en ese sentido es casi transparente: “Ganamos el gobierno y empleamos al partido en el Estado”. El Estado como botín. En ese contexto, las posibilidades de la oposición son escasas y en algún punto, nulas. También en ese contexto se entiende por qué quienes conquistan el poder hacen lo imposible por asegurar la reelección indefinida. El razonamiento es de un cinismo repugnante, pero funciona. ¿El peronismo es el único que practica estos métodos? Son los que mejor lo hacen, pero lamentablemente no están solos. El gran desafío de la democracia hacia el futuro será resolver precisamente si la política es posible hacerla sin los “beneficios” del Estado. Queda claro que con una república que funcione con controles reales y con gobiernos que no pretendan la reelección indefinida, todas estas tentaciones se reducen. El liderazgo carismático, el caudillo por la gracia de Dios, suele ser el otro componente de la estrategia populista. Por supuesto, si las virtudes del líder se confunden con la de Dios no hay nadie en el Cielo ni en la Tierra que le pueda hacer sombra. Estos argumentos cada vez tienen menos peso, porque en las sociedades secularizadas y consumistas que vivimos se hace cada vez más difícil endiosar a un dirigente. Si embargo, como lo podemos apreciar en nuestro país pero también en Venezuela, Ecuador o Bolivia- la tentación de “inventar” al líder es muy fuerte. En todo esto, hay mucho de alienación y mucho más de engaño e impostura. En la Argentina, los Kirchner son gobernantes con poder, pero carecen de los atributos que se les reconoce a los líderes. Sólo la publicidad desenfrenada y la alienación interesada de sus seguidores pueden otorgarles dotes mágicas a Él y Ella, a quienes la naturaleza y sus propios límites les han negado ese don. ¿Por qué insisten al respecto? Muy sencillo: para quedarse en el poder, que es el único objetivo real que los desvela. Todo lo demás: solidaridad con los pobres, salvación nacional, justicia social, soberanía política, son versos, palabras huecas y vacías para entusiasmar a los seguidores y engañar a la pobre gente. ¿Cómo quedarse en el poder para siempre sin recurrir al argumento del liderazgo mágico? No hay respuesta racional a esa pregunta. Mientras tanto, el otro argumento que utilizan para descalificar a las oposiciones es que no hay un líder carismático a la altura de Ella o de Él. Farsa. Ni ellos han sido carismáticos ni es necesario que el país necesite de esos personajes para cumplir con sus metas. ¡Basta de alentar las fantasías de un caudillo con la sonrisa de Carlos Gardel en el balcón! ¡Basta de demagogos manipuladores y tramposos! La Argentina necesita de políticos serios, responsables, de estadistas en definitiva. Para esas tareas no hacen falta personajes extraordinarios sino personas de bien con algunas ideas claras sobre lo que hay que hacer y lo que no hay que hacer.