Manifestación en repudio del asesinato frente al diario ABC, del cual Medina era corresponsal. Foto: EFE
Por Rogelio Alaniz
Manifestación en repudio del asesinato frente al diario ABC, del cual Medina era corresponsal. Foto: EFE
Rogelio Alaniz
El periodista Pablo Medina tenía cincuenta y tres años y desde hacía por lo menos dos décadas trabajaba como corresponsal del diario ABC, considerado el más importante o, por lo menos, el más profesional de Paraguay. El día que lo mataron, es decir, el jueves 16 de octubre, había salido temprano de su casa en su camioneta Mitsubhisi, acompañado por Antonia y Ruth Almada, dos hermanas, una de diecinueve años y la otra de treinta. Ese día, Medina recorrió algunas localidades de la región, conversó con agricultores y vecinos de la zona y, al mediodía, los tres almorzaron en el bar de un caserío. Se supone que nunca se dieron cuenta de que eran seguidos por otro auto. O si lo advirtieron no le dieron ninguna importancia. Alrededor de las dos de la tarde, la camioneta fue detenida en la ruta por dos personas. Hacía calor y el sol picaba fuerte. Los hombres estaban vestidos con ropa de fajina. Uno de ellos le preguntó a Medina por su apellido. Cuando se lo dio, sacó una pistola 9 milímetros y le disparó a quemarropa; también lo hizo contra Antonia Almada que estaba sentada a su lado. Ruth -que viajaba sentada en el asiento de atrás- se tiró al piso y extrañamente los asesinos no le dispararon. Antes de retirarse, y siempre sin decir una palabra, el otro sicario lo “aseguró” a Medina con un disparo a la cabeza. La sobreviviente, Ruth, una vez recuperada del susto llamó por teléfono a la policía. Las autoridades llegaron enseguida y trasladaron a las víctimas hasta la localidad de Curuguaty. Medina hacía rato que estaba definitivamente muerto y Antonia Almada murió en el hospital. ¿Por qué no la mataron a Ruth? Nunca se sabrá con exactitud. Lo más probable es que los sicarios supusieron que estaba muerta o, simplemente, porque habían sido contratados para matar a una persona, ya habían matado dos y, como se dice en estos casos, para matar a tres ya es por otro precio. Los periodistas que se hicieron presentes en el teatro de los acontecimientos tomaron fotos que rápidamente fueron publicadas en los diarios nacionales. Allí se lo ve a Medina ensangrentado, sentado en el auto, con el cinturón de seguridad puesto y definitivamente muerto en el asiento de su auto. Algunos lectores advirtieron sobre la prohibición de publicar fotos de esas características, pero en Paraguay esos “detalles” no suelen preocupar demasiado a las autoridades. Los hechos sucedieron en el departamento de Canindeyú, ubicado a unos trescientos kilómetros de Asunción y casi en el límite con el Estado brasileño de Matto Grosso. Se trata de una región dedicada a la agricultura y particularmente al cultivo de soja. Se dice que la principal fuente de ingresos proviene del “yuyo”, pero en realidad la fuente principal de la riqueza es el narcotráfico, actividad compartida por delincuentes de Brasil y Paraguay. Como para no privar a nadie de complicaciones, también ese territorio es el escenario preferido de esa extraña y sospechosa guerrilla paraguaya llamada Ejército Guerrillero del Pueblo (EGP). El periodista Medina, concretamente, estaba investigando desde hacía unos cuantos meses acerca de las responsabilidades de esta actividad criminal, y sus reportajes le habían ganado el odio de los capos de la droga. En diferentes circunstancias, lo habían amenazado de muerte, amenazas a las que Medina debió haber prestado más atención, sobre todo conociendo el paño de sus enemigos. Se sabe que en algún momento, el periodista contó con custodia policial, pero estas disposiciones siempre se cumplen a medias y nunca se sabe a ciencia cierta de qué lado están los custodios. Amigos de Medina afirman que éste debería haber estado particularmente informado sobre el peligro que corría. Él sabía muy bien que sus enemigos no hablaban por hablar y que a la hora de actuar no iban a reparar en medios o en escrúpulos legalistas. Los Medina son una familia marcada por la tragedia. En el año 2001, Salvador Medina, periodista radial y hermano de Pablo, fue asesinado por bandas de sicarios. Así, se resuelvan las diferencias en Paraguay. Estas costumbres no son nuevas. Las relaciones del hampa con el poder son consistentes y los recursos que emplean son expeditivos. Pablo y Antonia no son las primeras víctimas y, tal como se presentan los acontecimientos, no serán las últimas. Demasiados intereses ilegales y demasiada impunidad. Sin ir más lejos, en lo que va de 2014 fueron asesinados dos periodistas. El 19 de junio mataron en Concepción a Edgar Pantaleón Fernández Fleitas y el 16 de mayo fue ultimado en la ciudad de Pedro Juan Caballero, el periodista Fausto Gabriel Alcaraz. En todos los casos, el narcotráfico fue el responsable de estos crímenes. Con Medina por lo tanto son tres los periodistas muertos. ¿Quiénes mataron a Medina y Almada? No hay certezas absolutas, pero sí presunciones. Las investigaciones apuntan en primer lugar contra Vilmar Acosta, alias Meneco, intendente de la localidad de Ypehu. También hay orden de captura contra Carlos Alberto Marmolejo y Manuel Espíndola Ysasi, alias Baby, supuesto socio y sicario del reconocido narcotraficante brasileño, Cabral Arias. El narcotráfico en Paraguay hace rato que no es tema exclusivo de los narcotraficantes. Desde los tiempos del dictador Alfredo Stroessner hasta la fecha hay una larga y tenebrosa saga de negociados y crímenes. El responsable del derrocamiento de Stroessner, su consuegro, el general Rodríguez, siempre fue señalado como uno de los principales capos de la droga. Algo parecido se dice de ese íntimo amigo de Menem que fue Lino Oviedo, muerto en un nunca esclarecido accidente de avión. De allí en más todo es posible. La narcopolítica en Paraguay disfruta de buena salud y de un futuro promisorio. Se habla de diputados narcos, senadores narcos y ministros narcos. Las imputaciones alcanzan al propio presidente de la Nación, Cartes, sospechado en su momento de relaciones con el negocio de la droga y, concretamente, de haber usado su campo para estos menesteres. Sin ir más lejos, la diputada por el inefable Partido Colorado, Cristina Villalba, está acusada de ser la protectora de su correligionario Vilmar Acosta, el tristemente célebre Meneco, acusado de ser el responsable directo de la muerte de Medina. Villalba, conocida por sus seguidores con el sugestivo e insinuante título de “La Reina”, se hizo presente en al región para desmentir estas acusaciones, sin que ello la inhiba para continuar protegiendo a sus seguidores. Villalba no está sola. El gobernador de Canindeyu, Alfonso Noria Duarte, salió a defender su honorabilidad y su buen nombre. No tiene muchas alternativas. Su amistad con Villalba es pública y confesa. Como fruta del postre, circula en las redes sociales una foto en la que el gobernador, Villalba y Meneco, participan de una fiesta privada donde los hombres lucen sus habilidades con el arpa y la guitarra, mientras “La Reina” sonríe halagada por las habilidades artísticas de los distinguidos caballeros. Hay que decir que los repudios a este crimen fueron unánimes. Esto no quiere decir mucho, porque ya se sabe que los capos del narco no tienen demasiados reparos en repudiar lo que ellos mismos ordenan hacer. Por otra parte, periodistas, dirigentes sociales y los escasos políticos honestos, que también existen, exigieron el esclarecimiento del crimen, una petición con pocas probabilidades de cumplirse en un país donde el aparato del Estado está abiertamente contaminado por el crimen organizado. Sin ir mas lejos, Alberto Areco, líder de organizaciones campesinas, condenó a los delincuentes que “se empotran en nuestro país desde hace varios años en complicidad con instituciones corruptas que manejan a su antojo el destino de la república con el padrinazgo de los gobiernos de turno”.
El periodista Pablo Medina, asesinado en Paraguay el 16 de octubre ppdo. Foto: Archivo El Litoral