Natalia Pandolfo
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Nos, los representantes del mal de estos tiempos, reunidos en congreso general breve y urgente, por voluntad y elección de los rayes que nos componen, declaramos.
Nos no nacimos para esperar. No tenemos tiempo que perder: queremos todo ya. O queretoya. O qty. Si el tkm alcanza, no andaremos dilapidando segundos en un te quiero mucho. Enviaremos el mensaje y estaremos ahí, al pie del celular esperando la devolución, y nos clavarán un puñal con cada visto, y cada instante que pase será la mismísima eternidad hecha materia.
Nos, los ansiosos, gastaremos la tecla del F5 cuando estemos esperando un mail. Jamás lo leeremos letra por letra sino al ras, sobrevolando, como quien otea.
Nos, los ansiosos, llegaremos a la cita diez minutos antes y sentiremos que la palabra tarde cae como plomo sobre nuestras cabezas si pasaron tres minutos de la hora pactada.
Nos, los ansiosos, consideraremos pecado mortal dejar tutucas en la bolsita. Aplíquese la proposición a papitas, chizitos, puflitos, cereales y todo objeto comestible de tamaño minúsculo.
Nos, los ansiosos, empezaremos a caminar si el colectivo no llega, con la prístina ilusión de ahorrarnos tiempo.
Nos, los ansiosos, tendremos lápices y lapiceras mordisqueados, hojas con márgenes rebosantes de dibujitos y el tic de doblar la muñeca para ver la hora siempre, llevemos reloj o no. Nos, los ansiosos, doblaremos cucharas como si fueran de papel antes que esperar que el helado se descongele.
La vida es demasiado corta para desconectar el dispositivo de manera segura. Para qué cerrar la sesión, si volveremos a abrirla. Los manuales de uso son la dimensión desconocida. Somos vírgenes de leer términos y condiciones. Probarse la ropa antes de comprar es un pase directo al infierno.
Nos, los ansiosos, nos pararemos en el colectivo e iremos hacia la puerta de salida cinco minutos antes, y tocaremos el timbre apenas transcurridos los primeros milímetros de la cuadra en cuestión.
Nuestros fideos serán indefectiblemente al dente. Nuestros tés llorarán su falta de asentamiento y nuestros cafés nunca sabrán lo que se siente ser un bienbatido.
Nos, los ansiosos, enviaremos una gacetilla y luego llamaremos para ver si llegó y luego llamaremos para ver cuándo sale y luego la volveremos a mandar por las dudas. Aplaudiremos para que empiece la obra de teatro y abriremos el bolso diez veces para ver si entraron mensajes en el mientras tanto.
Nos, los ansiosos, pisaremos las cabezas de todos los padres del mundo y asesinaremos a quien se interponga en nuestro camino de conseguir asiento en la primera fila cuando actúa el nene. Sacaremos un centenar de fotos, filmaremos un video que jamás podrá ser visto por su constante tembleque y aplaudiremos antes de que la criatura termine la canción.
Nos, los ansiosos, pegaremos la vuelta unos metros antes de llegar al Puente Colgante en la caminata. Cortaremos el pasto ni bien asome el primer fleco. Leeremos, como escondiéndonos de nosotros mismos, el último párrafo del libro. Y el 31 de diciembre, a las 23.58, seremos los primeros en levantar la copa y dar el gran abrazo fervoroso.