Transporte público. La Línea 10 es, junto con la 16, la que permite llegar a la jurisdicción y/o salir de ella.
La inseguridad es el principal problema que aqueja a esta barriada que varias décadas atrás estaba repleta de quintas.
Transporte público. La Línea 10 es, junto con la 16, la que permite llegar a la jurisdicción y/o salir de ella.
Guadalupe Oeste está emplazado al noreste de la ciudad. Se llama así porque de los cuatro Guadalupe que existen —este, oeste, central y noreste— es justamente el que está más al oeste. Sus barrios vecinos son: Villa María Selva al sur, Ledesco del Valle y Coronel Dorrego al norte, Central Guadalupe y Guadalupe Este al este, y Transporte y General Belgrano al oeste.
Tal como decía una publicación de El Litoral de 1989, “las ciudades crecen hacia arriba, ganándoles espacio a los ríos o rellenando cavas”. Y aclaraba: “Sin embargo, la forma más clásica de despliegue horizontal se materializa a expensas del campo”. Y tal fue el caso de Guadalupe Oeste, que se urbanizó forzando el retroceso de las quintas que décadas atrás predominaron en el noreste santafesino.
Las tierras de lo que hoy es el barrio pertenecieron originariamente a Pascual Echagüe. Años más tarde a ellas llegaron colonizadores alemanes y brasileños, que produjeron la “gran marejada gringa”. La intención de crecimiento como zona urbana no se hizo esperar y, si bien no hay una fecha precisa de cuándo se conformó, las tierras de Echagüe no tardaron en lotearse y se trazaron las calles.
Hoy el barrio está consolidado. Cuenta con todos los servicios en su mayor parte y es la seguridad la mayor preocupación de la gente. “El barrio no está exento de la realidad que tiene la ciudad en materia delictiva. Por suerte hace poco el gobierno implementó en Coronel Dorrego, más conocido como barrio Chaqueño, la Policía Táctica y desde entonces mermaron los robos y asaltos”, manifestó una vecina.
En 2006, Guadalupe Oeste no dormía por las noches debido a que “llovían piedras”. Los vecinos salían con casco a altas horas de la madrugada para ver de dónde provenían y no encontraban a nadie. Para muchos era un fenómeno paranormal. Consultados al respecto en esta oportunidad, los vecinos dijeron que “era un joven del barrio que tiraba las piedras desde una planta alta con un aparato especial que le permitía lanzarlas a una gran distancia y en diferentes direcciones”. “Confesó solo, cuando se fue a Buenos Aires. Dijo que lo hacía para divertirse”, contó una mujer.
Silvia Salcedo,
vecina.
Omar Rohrmann,
sacerdote.
Liliana Butto,
enfermera.