Ignacio Andrés Amarillo
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Hace unos días, Diplo, el novio de Katy Perry (¿estaríamos hablado de él si no lo fuese?), empezó una particular solicitud: recaudar fotos para mejorarle la cola a Taylor Swift, con quien su chica se lleva bastante mal desde hace algún tiempo. La cosa fue más o menos en serio, al punto de recaudar algunos dólares en algún sistema de crowdfunding.
Además de miles de seguidores que salieron en su defensa, la rubiecita contó con el apoyo de su colega y amiga (y loquilla) Lorde. La neozelandesa (que cumplió 18 tiernos añitos días atrás) no sólo manifestó su molestia por el comentario del DJ y productor musical, sino que se atrevió escribirle directamente por Twitter: “¿Deberíamos hacer algo respecto a tu pene pequeño ya que estamos?”.
El ¿muchacho? (nació hace 36 años en Tupelo, Mississippi, el pago chico de Elvis Presley) la quiso seguir y le respondió a Lorde destacando “El momento en el que se dan cuenta que es una estudiante de secundaria”. También hizo notar que la (ya no tan) artista folk celebró en la red del pajarito que su trasero se haya convertido en trending topic, y se lamentó: “Decepcionado de que las fans de Swift no lograran conseguir dinero para agrandar mi pene pequeño”, escribió.
Muy divertido, ¿no? Si no fuera porque algunos de estos nombres están en el candelero de la música actual, si es que existe algo como eso. En la era post-discográfica de la industria musical (podría ser el título grandilocuente de un tratado futuro), parecería que sólo son comercializables las figuras que puedan aportar belleza e intrigas de jet set. Taylor Swift compuso algunas de las folk songs que Avril Lavigne mataría por haber escrito (justo la canadiense, un poco absorbida por este mundo pop) y Lorde trajo frescura sonora con el disco “Pure Heroine”. Pero, ¿y el resto? No todos podemos ser una kiwi rara de labios morados ni una redneck descalza de ojitos soñadores.
Mala publicidad
Luciana Giordano (panelista en el programa de espectáculos “Informadísimos” que conduce Carlos Monti en el canal Magazine) denunció que el entorno de Hernán Martín Pérez Redrado la apretó cuando deschavó que el economista le dejó impagos unos servicios de agente de prensa. Lo llamativo no es esto (que es preocupante, tratándose de una figura pública) sino que la “prensera” resaltó que “cuando quería ser candidato hace tres años”, Redrado “quería ocultar su relación con Luciana Salazar, que era una relación real”. Se ve que en el medio algo cambió, porque en algún momento el rubio hizo un clic y no sólo blanqueó a su también rubia noviecita, sino que dejó que se difundan sus idas y venidas.
Recientemente subió la apuesta, cuando de entrada se comunicó con un par de programas de televisión para confirmar vía WhatsApp (qué poco televisivo, ¿no?) que “estaban muy bien” aunque la relación “es incipiente” (en una época lo único que era incipiente era una calvicie, cosas del lenguaje).
¿Qué cambió? Parece que en algún momento el golden boy o algún asesor de los que nunca faltan cayeron en la cuenta de que mal que mal, en la cuenta del capital político algo suma el salir en los programas de chimentos. No queda claro si esto perjudica o no a la política. Lo que sí podemos arriesgar es que (como decíamos en una columna anterior), al lado de las “Redrado girls”, Jesica Cirio es un cuadro político de fuste.