Roberto Schneider
La imagen permite vislumbrar un profundo mundo de ensoñación, plagado de sombras, y desde allí asoman Pedro y Juan, dos personajes atravesados por el dolor. Dos soliloquios refieren al amor; con dulzura, con pasión, con erotismo, con tintes de indudable poesía. Después, los juegos de la infancia que predicen el futuro de la noche más negra de la historia de nuestro país. “Los Reyes Magos se llevaron a mi papá”, dice uno. Y el dolor se instala en la escena para marcar el destino de ambos en diferentes dimensiones del espacio, con toda la ternura del recuerdo y la reflexión más profunda de esos hombres que se proyectan y se amplían de una manera ominosa.
Todos esos valores dan vida a la nueva propuesta estrenada en La Treinta Sesentayocho, con un certero trabajo de dramaturgia de Sergio Abbate, Raúl Kreig, Adrián Navarro y Fabio Di Tomasso -sobre textos originales del escritor uruguayo Gabriel Guerrero-, sumamente poético y sensible en su elaboración, intenso en su discurso político y desgarrador a la hora de mostrar un segmento lacerante de la historia argentina, que dejó un estado de indefensión muy marcado.
A través de los diálogos, cada uno de los personajes va armando una especie de rompecabezas de su propia vida, con algunos elementos que lo unen al otro. Así se genera un vínculo entre los dos actores, a partir del cual se desprenden los ejes estructurantes que van dirigidos al público y en los que hay algo de intimidad exhibida. Pedro y Juan fueron amigos desde la infancia y siguen siéndolo. De a poco el público descubre detalles del pasado de cada personaje y todo lo que parece ser aparentemente liviano, en realidad oculta oscuridades dolorosas.
Desde la dirección general del espectáculo, Raúl Kreig y Sergio Abbate sitúan la acción en un lugar ascético, despojado de una marcación escénica de tipo espacial. Es un lugar bastante abierto, como un “no lugar”. En el escenario sólo se ve un rectángulo marcado por magníficas luces (en el programa de mano no figura el autor) para poner énfasis en el cuerpo de los actores que escriben otra teatralidad, promoviendo un discurso contundente, construyendo intensos campos poéticos.
“Roto” remite indudablemente a una temática fuerte en el arte argentino, la de los seres desaparecidos en la última dictadura militar. Lo interesante para destacar en este trabajo es que no se impone desde un lugar político, aunque esté impregnado de él. Sus hacedores trazan un itinerario poético para que los espectadores puedan comprender más la historia. Las escenas que se escriben son corporales y emancipativas.
El instante de silencio -que se produce cuando el espectador depone su mirada y el espectáculo aparece- es crispado por un entramado sonoro, el de los cuerpos y las voces que van narrando. Son gritos de socorro, alaridos ahogados, algarabía de niños, voces histéricas y autoritarias, algún gemido subterráneo, carcajadas... Hasta que una réplica se encabalga en este espacio sonoro y hace tintinear otras réplicas en perpetuo movimiento y en situaciones e intensidades diferentes. No es que no haya sentido en la propuesta, sino que el sentido se desliza entre las réplicas como el sentido del tacto se escurre en una caricia amorosa. La escritura de “Rotos” es insubordinada. Como el acontecer de nuestros cuerpos que no cesa de escabullírsenos aunque pretendamos tenerlo bajo control. Por ser corporal, todo es táctil.
La dirección general de Sergio Abbate y Raúl Kreig pone de relieve que lo social se hace cuerpo. Juan y Pedro vivencian que la identidad no es la aceptación inerte de una realidad ya dada sino la voluntad de quebrar las reglas de juego conflictivas pero siempre modificables que la realidad propone o establece. No son seres aislados y sus respiraciones se modifican ante las pústulas de determinadas realidades, que se transforman en dolorosos cachetazos.
La ascética puesta en escena adquiere así lecturas profundas. Sobresale la excelente labor interpretativa de Fabio Di Tomaso y Adrián Navarro, los protagonistas que ponen el cuerpo y la voz al servicio de una propuesta difícil, cargada de significados. Esos cuerpos y esas voces escriben para que nosotros, espectadores, reflexionemos una vez más, incansablemente, para que la historia negra no se reitere. Nuestra imaginación no debe estar desconectada y “Roto” es un espectáculo que selecciona aspectos para reinventarlos e inventar otro tiempo social.