Sentado espero. Perón, en la entrada de su residencia madrileña en el barrio de Puerta de Hierro, durante años lugar de peregrinaje para la dirigencia justicialista que acudía a ver a su líder.
Por Rogelio Alaniz
Sentado espero. Perón, en la entrada de su residencia madrileña en el barrio de Puerta de Hierro, durante años lugar de peregrinaje para la dirigencia justicialista que acudía a ver a su líder.
por Rogelio Alaniz
Entonces se hablaba del “avión negro”, una nave que llegaría desde el cielo con Perón como pasajero exclusivo. La gente estaba excitada. Comentaba el acontecimiento con asombro y algo de temor. Nunca se supo si fue un chiste, una leyenda, un rumor, pero la verdad poco importaba, porque lo decisivo era que el nombre de Perón siguiera en boca de todos: de sus amigos y sus enemigos. Después, se supo que los colores del avión eran los de la empresa Iberia. La nave no llegó a Montevideo, como estaba previsto; y, mucho menos, a Buenos Aires. Un amigo de mi padre había decidido a viajar a esa ciudad en su vieja chatita para recibir a Perón en Plaza de Mayo. No fue el único desencantado. La realidad fue muy distinta, pero no por ello estuvieron ausentes las intrigas, las desmentidas y las promesas. El avión de Iberia, con Perón a bordo, llegó al aeropuerto de El Galeao, en Río de Janeiro, el miércoles 2 de diciembre de 1964 alrededor de las diez de la mañana. Junto con Perón venían Vandor, Iturbe, Framini, Jorge Antonio, Lascano y Delia Parodi, de la rama femenina. Se asegura que todos estaban armados, Perón, en particular, con una metralleta. De más está decir que nada de eso hizo falta. El avión salió después de la medianoche de Barajas. El operativo para planificar el retorno de Perón fue complicado, porque menudearon las órdenes y las contraórdenes, las medias verdades y las mentiras. Lo más seguro es que Perón salió de su casa de Puerta de Hierro escondido en el baúl de un auto. A las pocas cuadras, hubo un cambio de vehículo, y parece que antes de llegar a Barajas hubo otro cambio. El gobierno español dejó hacer. En una de sus raras humoradas, Francisco Franco dijo que si él se oponía al retorno de Perón, los españoles lo echaban de España. Con los que hubo algunos roces fue con los directivos de Iberia, que exigieron una garantía sobre la seguridad de la nave. Jorge Antonio, una vez más, se hizo cargo de la parada. Detalles más, detalles menos, el avión despegó de Barajas rumbo a Brasil. Cerca del destino, Perón propuso un brindis con los pasajeros en nombre de la paz de todos los argentinos. El champagne era bueno, pero el motivo del brindis estaría muy lejos de cumplirse. Cuando el avión aterrizaba en El Galeao, los pasajeros observaron por las ventanillas que la pista estaba ocupada por una multitud. Uno de los viajeros pensó que se trataba de peronistas llegados desde Argentina. Falso. Eran militares que cumplían órdenes del presidente Castelo Branco. Un funcionario del gobierno subió al avión y le dijo a la delegación peronista que allí terminaba el vuelo. Perón estaba muy enojado. Protestó, reclamó por sus derechos, afirmó que por ningún motivo iba a descender del avión, pero todo fue en vano. Los militares amenazaron con enganchar el avión de Iberia y trasladarlo a la zona brasileña. Los preparativos comenzaron a hacerse, motivo por el cual los pasajeros -con Perón a la cabeza- descendieron y fueron trasladados a una dependencia del aeropuerto. Allí, estuvieron cerca de quince horas. Hacía calor y el mal humor aumentaba la temperatura. Esa misma noche del martes, y en el mismo avión que habían llegado, Perón y sus acompañantes regresaban España. El operativo retorno llegaba a su fin y el avión negro se perdía en el horizonte. Hasta aquí, una apretada síntesis de los hechos. Después vienen las preguntas. Perón ¿realmente quería regresar o fue todo una parodia? Sus colaboradores ¿estuvieron a la altura de los acontecimientos o hicieron todo mal, entre otras cosas porque a todos les venía mejor un Perón en el exilio que un Perón en Buenos Aires? ¿Quién decidió que Perón no podía seguir viaje? ¿El gobierno de Brasil, o éste se limitó a cumplir órdenes? Si cumplió órdenes, ¿de quiénes fueron, del ministro Zabala Ortiz, de los militares o del gobierno de los Estados Unidos? ¿Qué hubiera pasado si Perón efectivamente llegaba a la Argentina en 1964? En principio, hay buenos motivos para creer que Perón estaba decidido a regresar, o por lo menos de dar señales a sus seguidores acerca de su voluntad. En las fiestas de fin del año, en 1963, había brindado con sus amigos por su último año fuera de la Argentina. Luego de nueve años de exilio, Perón necesitaba demostrarle a sus seguidores que estaba en condiciones de asumir el gobierno o de afrontar los riesgos de la resistencia. Por otra parte, sus enemigos decían que no quería volver porque era un cobarde y no estaba dispuesto a afrontar los juicios abiertos en la Argentina. Otros consideraban que él mismo era consciente de que por su edad y por la radicalización del peronismo ya no estaba en condiciones de dirigir el movimiento desde la Argentina. Todo parece indicar que el operativo retorno se planificó en serio. Hubo intrigas, movidas de piso y todas las menudencias propias del entorno peronista, pero los pasos efectivos para asegurar el retorno se dieron. Vandor ¿estaba convencido del paso que había que dar? Si no estaba convencido no le quedaba otra alternativa que demostrar lo contrario. Por lo pronto, se propuso jugar a dos puntas: si Perón retornaba, él sería el artífice de la victoria; y si el operativo fracasaba, se probaría aquello que los vandoristas decían en voz baja: el peronismo no necesitaba de Perón. ¿Y los radicales? En su momento, apremiados por los periodistas, distintos dirigentes dijeron que Perón podía volver cuando quisiera. Algunos objetaron los juicios abiertos en 1955. Palmero sugirió que no volvía porque no le convenía. En realidad, la situación era mucho más compleja. El gobierno de Illia estaba decidido a legalizar al peronismo y permitir que sus candidatos se presentaran a las elecciones, como efectivamente lo hicieron en los posteriores comicios de 1965. Pero una cosa era admitir a los caudillos peronistas locales; y otra, muy diferente, consentir la presencia de Perón. Sobre este tema, no había demasiado margen para la deliberación: los militares, el poder real detrás del trono, no iban a permitir que Perón regresara a la Argentina. Y punto. Alguien fantaseó con un acuerdo entre Perón e Illia para enfrentar a los militares y abrir juego a una democracia ampliada. Fantasías. Los militares impusieron sus condiciones, y si bien algunos radicales se quedaron rezongando en voz baja, no fueron pocos los que compartieron la decisión, porque a nadie escapaba que, si Perón regresaba, el proceso democrático abierto en 1963 se vendría abajo, ya que a Illia se la haría imposible gobernar con Perón en la Argentina. Las sospechas de que todo se trataba de un simulacro de Perón nunca desaparecieron. Su visa era de tres semanas, por ejemplo. Pero mucho más sospechoso que este detalle fue la sugestiva decisión de Perón de iniciar la construcción de su casa en Puerta de Hierro. Extraño retorno de un hombre que, mientras preparaba las maletas para regresar a su amado país, construía la casa en la que luego vivirá hasta 1973. Por otra parte, a muchos observadores les llamó la atención la escasa movilización del peronismo en aquellos días. ¿Órdenes de Perón de no hacer olas, u órdenes de sus adversarios internos interesados en probar que el regreso de Perón era imposible? Nunca lo sabremos. Por lo pronto, el peronismo y el propio Perón probaron que el régimen les impedía el retorno. La movida colocó a Perón en el centro del escenario y le restó margen de maniobra al vandorismo. Ocho años después Perón regresará, pero esta vez respaldado por una gigantesca movilización juvenil. Serán esos jóvenes los que luego le dirán que ellos habían logrado lo que los sindicalistas fueron incapaces de hacer. Los radicales, por su parte, se convencieron de que en realidad todo se trataba de un simulacro de Perón. Cada uno sabía en su fuero íntimo que en la Argentina de 1964 el único margen existente para hacer funcionar la democracia era el que proponían los radicales a partir de una integración progresiva del peronismo, pero sin Perón. Vandor pensaba algo parecido, pero por razones distintas. Mientras tanto, organizaba gigantescos planes de lucha en un país con altos niveles de empleo, buenos salarios y libertades civiles y políticas posibles, en un país donde los militares se empeñaban en imponer sus propias reglas del juego.
Todo indica que el operativo retorno se planificó en serio. Hubo intrigas, movidas de piso y menudencias propias del entorno peronista, pero los pasos efectivos para asegurar el retorno se dieron.