Contra Charlie. Miles de manifestantes salieron a las calles en el mundo árabe para protestar contra la caricatura del profeta en el semanario francés. Foto:efe
Por Rogelio Alaniz
Contra Charlie. Miles de manifestantes salieron a las calles en el mundo árabe para protestar contra la caricatura del profeta en el semanario francés. Foto:efe
Por Rogelio Alaniz [email protected]
“Cuando yo soñaba un mundo al revés”. Juan Goytisolo Tal como se están presentando los hechos, los responsables de la muerte de los periodistas de la revista Charlie Hebdo son ellos mismos. ¿Qué es eso de andar haciendo bromas con Mahoma o con cualquier otro líder religioso? Los muertos no pueden decir que no estaban avisados. A los muchachos de una revista danesa les había pasado algo parecido. Hace más de veinte años a Salman Rushdie, por hacer un par de chistes en su libro “Versos satánicos”, el jefe religioso de Irán le puso a precio su cabeza. No sólo los chistes fastidian a los hijos de Alá. El director de cine Theo Van Gogh fue ajusticiado por intentar hacer una película donde se daba a conocer el dulce trato que los jeques ensabanados les dan a sus mujeres. Acá no había humor, había tragedia. Van Gogh no se metió con Mahoma, se metió en la vida hogareña de los califas. El puñal del sicario se encargó de poner las cosas en su lugar. Lucky Luciano o Vito Genovese seguramente hubieran sido más compasivos. Benedicto XVI se salvó entre los indios, pero no pudo salvar la vida de algunos de sus seguidores. Al Papa de entonces se le ocurrió decir que, en otros tiempos, los hijos de Alá no eran un ejemplo de humanismo religioso. Para probar que lo que decía eran mentiras, a los clérigos no se les ocurrió nada mejor que quemar unas cuantas iglesias y degollar a un par de monjas. ¿Qué es eso de andar acusándonos de que no somos humanistas? En el baile también se metió el Papa. Sus declaraciones acerca de cómo reaccionaría si insultaran a su madre presumo que fueron dichas a las apuradas. Sus opiniones pueden criticarse o no; yo voy a hacer de cuenta que no las escuché y que Bergoglio sigue siendo el hombre sabio de sonrisa cálida y humor chispeante. Y seguiré creyendo que nadie merece ser asesinado por un chiste, por más vulgar o agresivo que sea. ¿Es tan difícil entenderlo? Yo creo que se puede, en un reducto académico, debatir sobre los alcances y límites de la libertad de expresión y las diferencias entre la ley moral y la ley jurídica, pero mientras los cadáveres aún no han sido enterrados, hablar de que los humoristas deben limitarse es, en el más suave de los casos, una equivocación. O sea que los chicos de Charlie Hebdo estaban avisados y sabían lo que tenían que hacer. No lo hicieron. Que se las aguanten. Algo parecido dijo Pablo Escobar cuando ordenó asesinar al jefe político de la oposición Carlos Galán: “Yo le dije que no se metiera conmigo, no me hizo caso, ahora no existe”. La culpa, por lo tanto, la tienen los caricaturistas. Ellos y nadie más que ellos. La lógica, en este sentido, es de hierro: los asesinos son inocentes; los muertos son culpables. ¿Y la libertad de expresión? Existe, pero no hay que abusar. Es más, tampoco es necesario hacer uso de ella. Al que usa y abusa, que luego no se queje. Después de todo, se puede vivir perfectamente sin practicar el humor y la crítica. Un universo resignado y complaciente sería lo ideal. Allí todos gozarían de buena salud en una sociedad donde los que mandan, mandan, y los que obedecen, obedecen. Un razonamiento parecido sostenían los militares en sus años de oro: se podía hablar de todo, menos de lo que ellos habían decidido que no se podía hablar. A Juan Carlos Onganía no le gustó una caricatura que Landrú hizo con sus bigotes y la revista fue cerrada. Muchos años después, Sabat fue acusado de mafioso por hacer un chiste parecido. No lo castigaron porque no pudieron, no porque fueran buenos. Conclusión: a los dictadores, a los déspotas, a los fanáticos, a los paranoicos que suelen medrar con el poder, el humor no les gusta; es más, odian a los humoristas, los ponen fuera de sí; pueden perdonar una disidencia, pero nunca un chiste. Un dictador o un clérigo fanático, pueden permitir cualquier cosa menos que los tomen en joda. Un psicoanalista diría que en el fondo son inseguros. George Bush, que no es precisamente un modelo de estadista, en estos temas fue mucho más consecuente y maduro que los clérigos y déspotas tercermundistas. Del hombre, nadie se privó de decir anda. Ni siquiera su hija. Y sin embargo procedió como un caballero: silencio y una pálida sonrisa anglosajona. Nada de esto sucede con los temas que hoy nos ocupan. El islamismo asesina y anuncia nuevos asesinatos. Ahora están enojados porque no les gusta la tapa de la revista. Mañana van a decir que no les gusta cómo nos vestimos, cómo nos peinamos, cómo nos reímos y qué libros y música escuchamos. Un clérigo inglés dijo que la nueva tapa de la revista es una declaración de guerra. Declaración de guerra de Charlie Hebdo, porque ellos hace rato que le declararon la guerra a los caricaturistas y, como no podía ser de otra manera, a los judíos. En este caso, los judíos no hicieron chistes ni se rieron de nadie. Estaban muy serios haciendo compras en un supermercado cuando los hijos de Alá entraron a sangre y fuego y los mandaron al otro mundo. En el supermercado, la causa de la muerte no fue la libertad de expresión, sino el deseo compulsivo de asesinar judíos. ¿Alguna razón para hacerlo? Razones hay varias, pero la más importante es que Israel es hoy el único Estado en el mundo que enfrenta en serio a los hijos de Alá, y le demuestra al mundo que no sólo se puede hacer, sino que, además, no son invencibles. Después está el espectáculo diario de las decapitaciones. Lo hace el Estado Islámico, pero también lo hacen los sauditas, los paquistaníes, los tiernos militantes de Hamas. Dicho con palabras un tanto prosaicas: con estos tipos no se jode. A nosotros, comunes ciudadanos, no nos quedan muchas alternativas: o acatamos lo establecido o nos hacemos cargo de lo que nos pueda pasar. Después está la desidia o la estupidez de Occidente. El crimen perfecto está cometido y Occidente lo legitima. No sólo se han invertido los cargos, y los asesinos son inocentes agraviados en tanto que los muertos son blasfemos despiadados, sino que cualquier intento de responsabilizar al islamismo por lo sucedido merece en el acto la acusación de islamófobo. Ni Jack el Destripador podría haber pensado algo mejor: los asesinos no dan explicaciones ni rinden cuentas, mientras que los asesinados o mejor dicho, los amigos de los asesinados, deben limitar sus protestas so pena de ser considerados racistas, xenófobos y alguna otra belleza por el estilo. Por esa línea, hasta Drácula está justificado: él no tiene la culpa de que la sangre de las lánguidas niñas victorianas sea tan roja y tan pura. El círculo se cierra y no hay escapatoria: los muchachos asesinan y cuando a alguien se le ocurre decir algo lo acusan de islamófobo. Ellos, por supuesto, no dan más explicaciones que el dogma de su fe. Los más preparados hacen alguna mención al colonialismo. Como decía Jean Paul Sartre, “el oprimido que mata al opresor mata dos pájaros de un tiro: elimina a un explotador y libera a un oprimido porque en el acto de matar, el asesino se instituye como hombre”. Con una coartada como ésta, no hacen falta el Corán ni las condenas de los clérigos barbados. O sea que la otra variante del caso es que la masacre de Charlie Hebdo fue un acto revolucionario perpetrado por valerosos luchadores del irredento Tercer Mundo. Con los matices del caso, el gobierno argentino consumió feliz esa píldora, sin indigestarse. Puede que los métodos de los muchachos de Al Qaeda no les resulten del todo simpáticos; pero en lo fundamental, lo que importa es la guerra anticolonialista perpetrada por émulos del Che que han reemplazado al marxismo por el Corán y la medallita de Marx por la de Mahoma. Los aliados en esta empresa no dejan lugar a dudas. Irán, Rusia, China, Palestina, y cuanta dictadura teocrática ande dando vueltas por el mundo ¿Ahora se entiende por qué después de veinte años nadie sabe quién atentó contra la embajada de Israel y la Amia? ¿Ahora se entiende por qué un fiscal denuncia que la máxima autoridad del gobierno protege a los criminales, mientras dejan librados a la indefensión a los familiares de las víctimas de la Amia? Si todavía no lo entienden, sigan con atención los hechos: es todo tan evidente que de continuar en esta línea a nadie le debería llamar la atención que en un futuro no muy lejano la media luna del Islam se incorpore a nuestros símbolos nacionales.
Los muchachos asesinan, y cuando a alguien se le ocurre decir algo lo acusan de islamófobo. Ellos, por supuesto, no dan más explicaciones que el dogma de su fe.