Obra “La guerra” (1943), de Marc Chagall. Foto: ARCHIVO
“Yo no soy un hombre, soy un campo de batalla” Friedrich Nietzsche
Obra “La guerra” (1943), de Marc Chagall. Foto: ARCHIVO
Estanislao Giménez Corte
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“Yo no soy un hombre, soy un campo de batalla”
Friedrich Nietzsche
I
¿La mente propone, el cuerpo dispone, el alma espera? o ¿el cuerpo impone, la mente organiza, el alma observa? o ¿el alma ve y señala, la mente analiza y ordena, el cuerpo ejecuta y entra?; ¿dependerá de la naturaleza de las personas, de cómo está configurado nuestro propio ser? ¿dependerá acaso de los ánimos y de los momentos del día?; y, más precisamente ¿dependerá de una suerte de esquema de rotación por el cual una de estas tres fuerzas internas (mente, cuerpo, alma) en forma sucesiva, se impone a las otras de acuerdo a los momentos del día y a pasajes del año?
Sucede a veces que desde allá arriba, desde las pretendidas alturas de la razón, bajan como un martillazo las órdenes severas y llegan por propio peso a estas meras extremidades, a estos meros órganos, carnes y grasas, apenas instrumentos ejecutantes que mecánicamente llevan y traen, recipiente motriz que Platón llamó alguna vez “cárcel del alma”. El cuerpo recibe la orden como puede y hace o deja de hacer aquello que la soberbia (un poco irresponsable en su abstracción) pensó e imaginó como posible. El alma pareciera sólo observar estas compulsas intestinas, tal vez ocupada en idear posibilidades para que la batalla llegue alguna vez a ser sólo calma, contemplación, entendimiento. Sucede otras veces que cuerpo y mente se corresponden, se funden, devienen una sola cosa, una suma y que, arrojada ésta sobre las cosas, se entrega en una empresa cualquiera y colma el alma que va y viene en su antojo, satisfecha pero insondable, unas veces abandonando el cuerpo, otras inflándolo de aire, de belleza.
II
Otras veces sucede que el cuerpo se rebela pletórico y, tenso en sus apetitos, nubla, coopta, conquista la mente; o, mejor, la ilumina desde adentro, desde su desnudez, desde su animalidad, y la expande y alimenta. Todos los placeres sensibles, entonces, celebran y adormecen los dictados de la mente o le inoculan desde zonas marginales y laterales, ajenas por esos momentos a su dominio, de abajo hacia arriba, de adentro hacia afuera, dosis de placeres varios, ensoñaciones fuera de toda lógica, ideas imposibles, intuiciones hermosas.
Quién no desearía para sí una convivencia armónica, una equidistancia perfecta, como la de un triángulo equilátero suspendido en el espacio. Pero las fuerzas internas despiden una ebullición permanente y arrojan al pobre humano a actividades errantes, ideas que no se concretan, reacciones físicas inexplicables, respuestas equívocas. Desconocemos que escalofríos, gritos en medio de la noche, el mismo insomnio, devienen muchas veces de esta lucha de las potencias. Pero también, claro, de esa disputa surge todo lo inesperado pero que en tanto tal ilumina la existencia: los gestos hermosos, la palabra que pronunciamos sin pensar. De un viento que acaricia la piel puede nacer una idea que, originada en el cuerpo, es asumida por la mente; asimismo, un dictado de la razón puede ser repelido por el cuerpo.
III
Ahora, mente, cuerpo y alma ¿ceden al imperio de las horas y a los momentos del año? ¿La mañana es la adrenalina, la noche la calma? ¿el mediodía nos acoge, la tarde nos expulsa? ¿en la mañana prima la mente, en la noche el cuerpo, en la madrugada el alma? ¿Enero es la noche, es potestad del cuerpo? ¿los estados del cuerpo se imponen finalmente a la organización de la mente? ¿el ánimo se acomoda a las horas?
Suceden a veces deliciosas contradicciones: la mente encuentra la respuesta perfecta en los minutos inmediatamente previos al sueño. Los apetitos físicos surgen cuando la mente se encuentra trabajando. Pequeñas escaramuzas del frente interno: cuando una parte cede pareciese activarse la otra. Desde atrás de todo viene otra fuerza que podemos llamar voluntad, que arrecia y arrasa con todo, que atrae sobre sí a las fuerzas en disputa y sumerge al sujeto en una meta: hacia allá van, en sintonía momentánea, los apetitos sensibles, los cálculos, los pensamientos, la organización. Es una fuerza extraordinaria cuyo problema es, quizás, su oscilación. Hacia allá va, enteramente, la persona. Sólo hasta la próxima dispersión de fuerzas.