Juan Ignacio Novak
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Luis Buñuel, uno de los mejores cineastas de la historia, afirmó que un film nunca debe aburrir. Y ésa es la principal falencia de “Cincuenta sombras de Grey”, la esperadísima adaptación a la pantalla de la primera parte de la trilogía de E.L. James: es tediosa y redundante. Dos horas es demasiado para un asunto que se podría haber resuelto en pocos minutos sin ir en desmedro de un vacío argumento. Además, comete otro pecado capital: los personajes y sus destinos pierden interés, se desdibujan de a poco. No generan empatía, de tan falsos no es posible identificarse con sus tribulaciones.
La estrategia de marketing previa, incluidas advertencias estridentes del estilo “prohíben entrar con látigos y sogas al estreno de ‘Cincuenta sombras de Grey’”, pretendía dotar a la historia de audacia y provocación. Nada de eso.
El film no funciona en ninguno de los géneros sobre los que intenta abrirse camino: como thriller no engancha y como drama erótico contiene apenas algunas secuencias concebidas para causar alboroto, pero pronto coloca el freno y todo termina en los lugares comunes.
El personaje principal, que debería ser con sus “cincuenta sombras de locura” uno de los aspectos más fascinantes es, en definitiva, “de cartón piedra”. Se insinúa como psicópata pero, en tanto avanzan los minutos, no quedan dudas de que es tan sólo un rico de -eso sí- misterioso pasado, con tendencias sádicas, pero en completo uso de sus facultades. En otras palabras: es difícil imaginar a Norman Bates, a Hannibal Lecter o a Patrick Bateman seduciendo a sus víctimas para que rubriquen un contrato inverosímil que los habilite a satisfacer sus deseos más oscuros.
Mediocridad
La sinopsis es conocida por los muchos lectores de E.L. James. Anastasia Steele es una estudiante de Literatura que debe entrevistar, para un periódico universitario, al empresario Christian Grey, un millonario de 27 años. La joven ingenua queda prendada ante el encanto de Grey. Inexperta y bienintencionada, más propensa a los libros que a la noche y a las emociones fuertes, Ana inicia casi sin querer un romance con Christian, pero su perplejidad va en aumento en cuanto éste comienza a revelar un costado oscuro, que se plasma en peculiares prácticas sexuales.
Los actores hacen lo que pueden con personajes que, en las manos de un guionista con más ingenio, podrían ser cautivantes pero que no logran exponer adecuadamente los matices que apenas se alcanzan a intuir en ciertas escenas. Esto salta a la vista rápidamente en el Christian Grey que compone Jamie Dornan, muy serio y jactancioso hasta en las (pocas) escenas que intentan y logran cierto efecto cómico.
La protagonista femenina, Dakota Johnson, busca todo el tiempo generar a través de su candidez un contraste con el frío y calculador carácter del millonario, pero resulta exasperante. Incluso Marcia Gay Harden, excelente actriz de probado talento que demostró sus dotes en películas como “Río místico” o “Pollock”, tiene aquí una pequeña intervención para el olvido como la funcional madre del protagonista.
Flor de un día
Las tan promocionadas escenas de sexo y sadismo son fallidas. No cumplen ninguno de sus aparentes objetivos: no provocan y menos aún entusiasman. De hecho, están filmadas bajo todos los clisés del género.
Hay una película muy famosa de los 80, “Nueve semanas y media”, que posee un argumento similar: mujer hermosa pero ingenua conoce a extraño hombre de negocios, se deja llevar por su pasión, se enamora pero luego se confunde ante el crescendo de juegos eróticos cada vez más insólitos.
Era un trabajo mediocre, fustigado por la crítica en su momento. Pero poseía algunos méritos: los actores eran Kim Basinger y Mickey Rourke en sus respectivos apogeos, había una canción de Joe Cocker destinada a ser hit (“You can leave your hat on”) y el director era Adrian Lyne, el mismo de la inquietante “Atracción fatal” (1987). Combinación que permitió a aquella cinta cierta trascendencia y que sea recordada tres décadas después. Nada de esto va a ocurrir con “Cincuenta sombras de Grey”.
* MALA