Entre los panelistas fijos sobresale Diego Brancatelli. Ahora se sumó a “Intratables” Agustina Kämpfer.Fotos: Archivo El Litoral
Por Roberto Maurer. Con “Intratables”, Santiago del Moro fue artífice de una de esas transiciones maravillosas que produce la televisión. Nadie puede precisar en qué momento un programa de chimentos del espectáculo se convirtió en un debate político, y menos aún determinar si fue premeditado, ni desde cuándo, o si hay que conformarse con la falta de explicaciones que caracteriza a algunos fenómenos de la naturaleza o de la fe.
Entre los panelistas fijos sobresale Diego Brancatelli. Ahora se sumó a “Intratables” Agustina Kämpfer.Fotos: Archivo El Litoral
Roberto Maurer
Con “Intratables”, Santiago del Moro fue artífice de una de esas transiciones maravillosas que produce la televisión. Nadie puede precisar en qué momento un programa de chimentos del espectáculo se convirtió en un debate político, y menos aún determinar si fue premeditado, ni desde cuándo, o si hay que conformarse con la falta de explicaciones que caracteriza a algunos fenómenos de la naturaleza o de la fe.
Además, propuso un formato a primera vista impracticable: una legión de personas que piden la palabra y se la dan, entre numerosos panelistas y grandes lotes de invitados, todos reunidos para una misma y ardiente velada. La vieja mesa que Neustadt y Grondona establecieron como el estándar del género, a través de los años resultó cada vez más tediosa. Con esta variante, en cambio, hay electricidad todo el tiempo, lo que no debe confundirse con profundidad del discurso. La tele sirve para eso: registra el gesto, las expresiones del rostro, los cambios del tono de voz, las reacciones inesperadas. Y si un conductor logra reunir en un estudio a un montón de gente que se detesta, lo logra. A veces, hasta se filtran ideas, y nuestros académicos seguramente aceptarán en ellas, aún con cuentagotas, una calidad intelectual superior a las imágenes recientemente difundidas de Moria Casán orinando de parada en un baño público.
TODOS VAN
Y se debe reconocer que llegado a este punto, a Santiago del Moro nadie le dice no: van políticos, funcionarios, filósofos, sindicalistas, embajadores, fiscales y constitucionalistas -siempre hay alguno-: son como los empleados de vigilancia que garantizan el orden, y, si agregaran futbolistas, se completaría lo que llaman “el quehacer nacional”.
Los invitados son blancos, negros y grises. Curiosamente, el conductor logra mantener el orden, aunque deba usar silbatos y campanas. Entre los panelistas fijos sobresale Diego Brancatelli, no por sus virtudes intelectuales, sino porque pareciera elegido para recibir las cachetadas en nombre de todo aquello que encierra la palabra “oficialismo”. El joven periodista nunca sonríe, y no tiene por qué, ya que todos parecen estar esperando el momento en que abre la boca para pegarle. No se le ha hecho un favor al gobierno con un defensor tan elemental. Quienes lo conocen desde hace mucho tiempo lo quieren, y dicen que siempre fue así, es decir, algo tonto, simple y peronista.
Desde ahora, tiene una compañera en la tarea de remar en nombre de Cristina. En una maniobra inspirada, Santiago del Moro añadió al panel a Agustina Kämpfer, quien, antes de incorporarse a “Intratables” anticipó su rol: “Estaré junto a Brancatelli frente al coro de opositores”. La movilera se presentó cuando apenas había llegado de un viaje espiritual a la India, adonde fue a meditar, en lugar de haberse encerrado con sus abogados a estudiar su vidrioso destino de imputada por enriquecimiento ilícito.
A juzgar por sus primeros pasos en “Intratables”, la ex amante del pícaro playboy y vicepresidente de la Argentina no será de gran ayuda a Brancatelli, que aguanta porque es de una sola pieza, mientras ella intenta lo imposible en las filas del cristinismo: matizar.
EL DEBUT
Con el periodista Luis Novaresio a un lado y el gremialista Julio Piumato al otro, frágil, con un sencillo vestidito colorado, el primer día las cámaras la tomaban a cada rato, como diciendo “miren a quién tenemos aquí”. Era gracioso, porque, tal vez inevitablemente, en lugar de comportarse como una panelista, sus participaciones reflejaban su condición de ex muñeca del poder y conocedora de los laberintos del régimen, y como tal era tratada. Le reclamaban respuestas en nombre de un gobierno, sólo por haber compartido la cama con Amado, y se dio la situación algo rara de que una panelista fuera interrogada acerca de su estado judicial.
Entendió que un pésame de la presidente a la familia Nisman podría haber sido malinterpretado, ya que las turbas recorrían las calles al grito de “asesina”. Cuando le aclararon que eso no había sucedido así, respondió: “Ah, bueno, es que yo estaba en la India”.
Es muy fácil incomodar a un oficialista invocando a Luis D’Elía. “Le tenía cierta simpatía por su apoyo folclórico al gobierno nacional”, dijo, como si hablaran del Chaqueño Palavecino. Y ofreció una explicación alarmante acerca del accionar político del jefe piquetero que se sienta en la primera fila: “La presidente dice algo y por debajo de ella hace cada uno lo que quiere y lo que le conviene”.