Rebeldes prorrusos. Manifestantes participan de una concentración para conmemorar el Día del Defensor de la Patria en Donetsk. Foto: Alexander Ermochenko/EFE
Por Néstor Vittori El conflicto de Ucrania pone sobre el tapete a toda la política de relaciones elaborada entre Rusia, Europa y los Estados Unidos de Norteamérica, luego de la caída de la URSS en 1991 y el fin de la Guerra Fría.
Rebeldes prorrusos. Manifestantes participan de una concentración para conmemorar el Día del Defensor de la Patria en Donetsk. Foto: Alexander Ermochenko/EFE
Por Néstor Vittori
El conflicto de Ucrania pone sobre el tapete a toda la política de relaciones elaborada entre Rusia, Europa y los Estados Unidos de Norteamérica, luego de la caída de la URSS en 1991 y el fin de la Guerra Fría.
Más allá de los motivos locales, creo que es menester dimensionar los futuros conflictos mundiales, que no por ser parciales y de “a pedazos”, como ha señalado el Papa Francisco, dejan de tener escala y peligro de mundializarse.
Occidente ha visto a Rusia comunista como el gran forajido del planeta y el peor enemigo de la democracia y el capitalismo liberal.
Pero la crisis de Rusia volteó la cortina de hierro, y su desarrollo posterior dio lugar a un proceso de transición democrática y capitalista a la rusa, en el que hay que señalar que, por la crisis, Rusia perdió el 50 por ciento de su PBI; impacto negativo que, en buena medida, está asociado con sus pérdidas territoriales.
Las diferencias entre los sistemas económicos -y sus proyecciones políticas- justificaron la confrontación de la que resultó ganadora, por imperio de su mayor eficiencia económica y tecnológica, la coalición occidental surgida después de la Segunda Guerra Mundial.
Pero la Rusia de hoy día tiene desafíos étnicos, políticos y económicos que, en su proyección geopolítica, la ubican mucho más cerca de Occidente (si éste no la rechaza) que de los países islámicos o de China y su área de influencia en el sudeste asiático.
Hay numerosas especulaciones estratégicas que sitúan a Rusia en asociación con Europa y los EE.UU. para neutralizar la expansión de la influencia china como Estado central y de su eventual asociación con los países islámicos, en razón de su condición de proveedores de energía al gigante asiático.
La asociación de Rusia con China, al margen de las desconfianzas mutuas que se profesan, implicaría para Rusia el reconocimiento de una dependencia que está lejos de su visión estratégica. En cambio, una alianza con Occidente le significaría aportar un fuerte componente en el balance de poder.
Por eso resulta difícil de entender la complicación estratégica que supone el conflicto de Ucrania, habida cuenta de que el reclamo separatista es más un reclamo federalista que responde a la historia regional. Es que la cuenca del Dombás (Jarkhov, Lugansk, Donetsk, la provincia de Saporitia) en realidad fue anexada a Ucrania por Stalin entre la Primera y Segunda Guerra Mundial, cuando esta región bregaba desde 1917 por su autonomización. Con posterioridad, en 1954 Kruschev le agregó a Ucrania la península de Crimea.
En la vocación separatista hay que encontrar una razón política más que étnica; y, principalmente, un fundamento de orden económico. Si bien un porcentaje grande de los separatistas son rusos étnicos o ruso hablantes, no por ello dejan de tener origen eslavo, igual que los ucranianos occidentales. Son ortodoxos frente a los “uniatas” de Kiev, pero no por ello dejan de ser cristianos. También es cierto que una porción importante de la población es de origen cosaco, etnia que tiene una raíz indoeuropea y registra un fuerte compromiso histórico con el cristianismo ortodoxo y la conducción central de Moscú.
También hay que recordar que en la Segunda Guerra Mundial los ucranianos del este combatieron junto con los rusos, mientras que Kiev estuvo al lado de los alemanes y los austríacos. Es necesario entender que esas heridas son difíciles de cicatrizar y que están asociadas con distintos sentimientos de pertenencia histórica.
Por otra parte hay que considerar que esta región minera, siderúrgica y con desarrollo industrial, recibió de Rusia un sustancial aporte -de hasta el 20 por ciento del presupuesto Ruso desde 1946 hasta 1950- que incrementó más de dos veces su Producto Bruto Industrial, y se constituyó en el principal cluster de la industria pesada de Rusia y de Europa, sector que hoy aporta el 16 por ciento del PBI de Ucrania.
Hay que recordar que ya en 1918, en el marco de las fluctuaciones territoriales e institucionales posteriores a la revolución bolchevique, esta región formó la República Soviética Socialista de Donetsk-Krivoy Rog planteando su autonomía en la extensión territorial a partir de la margen oriental del río Dnieper. Esta secesión fue considerada inconveniente por el Congreso Panruso y desapareció institucionalmente en febrero de 1919.
La postura occidental de apoyo irrestricto a Kiev, y la aplicación de sanciones a Rusia, lejos de avanzar en la solución del conflicto, empujan a Rusia a un alejamiento de Occidente y un acercamiento a China, como ocurriera con el acuerdo para la venta de gas a este país (hasta 2050) por una cifra de 400.000 millones de dólares.
Este no es un conflicto de línea de fractura entre civilizaciones distintas, y su solución debería servir para consolidar los vínculos de Ucrania -de una manera asociativa- tanto con la Unión Europea como con Rusia.
Por otra parte cabe consignar que la conflictividad de la Transcaucasia y los países túrquicos del sur de Rusia a partir de la crisis de 1991, determinó la independencia de varias repúblicas de signo islámico, países que hoy no integran la Federación Rusa. También, de otras que siguen empeñadas en independizarse, como el caso de Chechenia; impulso que requiere, si se quiere evitar la desintegración, de un Estado central fuerte que convalide su área de influencia.
Hay que tener presente que la historia demuestra que la pérdida de poder de los Estados centrales de las distintas civilizaciones ha determinado conflictos en sus áreas de influencia. Éste es el caso de Rusia.
En la vocación separatista hay que encontrar una razón política más que étnica; y, principalmente, un fundamento de orden económico.