Juan Ignacio Novak
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“¡Here’s Johnny!”. La famosa frase pronunciada por Jack Nicholson mientras su rostro desencajado por una demencial sonrisa surge por el hueco que acaba de abrir a golpes de hacha en una de las puertas del Hotel Overlook, podría ubicarse como uno de los momentos culminantes del cine de horror de todas las épocas, quizás sólo comparable con la imagen de Marion Crane (Janet Leigh) cuando lanza su último grito bajo la ducha del motel Bates en “Psicosis” (1960).
Denostada y valorada, “El resplandor” (1980) lleva, para bien o para mal, el sello de Stanley Kubrick. Es que el director, ya entonces poseedor de un prestigio incontrastable aun para sus más acérrimos detractores, rodó una película de claro corte comercial -de hecho, adaptó una novela de Stephen King con esa expectativa- pero en la que no renuncia a las convicciones que hicieron de su cinematografía un mundo aparte y personal.
Para el momento en que se estrenó el filme en Estados Unidos, el 23 de mayo de 1980, su director había filmado “2001: Odisea del Espacio” (1968), “La naranja mecánica” (1971) y “Barry Lyndon” (1975). Clásicos instantáneos, con desarrollos técnicos y artísticos enormes, que eran antecedentes suficientes como para permitirle la imposición de su criterio.
Con protagónicos de Jack Nicholson, Shelley Duvall, Danny Lloyd y Scatman Crothers, “El resplandor” toma la casi banal historia de un escritor inmerso en un bloqueo creativo que se muda, con su hijo pequeño y su esposa, a un enorme hotel de las montañas para cuidarlo durante el invierno y comienza a padecer extrañas alucinaciones. Argumento que sin embargo constituye, gracias al talento de los realizadores, una mirada inquietante y terrorífica sobre la locura.
Muchos críticos consideran que “El resplandor”, al igual que otras obras de Kubrick, está sobrevalorada, al punto que el propio King renegó de ella y escribió el guión para la versión que dirigió Mick Garris en 1997, con Rebecca De Mornay. Es posible, pero eso no invalida su principal mérito: la lograda mixtura de los distintos elementos (los travellings por los interiores del hotel desierto, la evocadora banda de sonido, los planos de la febril expresión de Nicholson y la atmósfera siniestra del filme) que lleva al espectador al centro mismo del miedo.
Obra maestra
Tras haber logrado “filmar” el terror, Stanley Kubrick dirigió tan sólo dos películas más antes de su muerte, en marzo de 1999. “Nacido para matar” (1987), tardía reflexión sobre la barbarie de la guerra de Vietnam de brillante prólogo pero moroso desarrollo, que quedó como un anacronismo tras la monumental “Apocalypse Now” (1979) de Francis Ford Coppola. Y “Ojos bien cerrados” (1999), algo confuso pero inquietante thriller con intriga y erotismo, protagonizado por Tom Cruise y Nicole Kidman cuando todavía formaban la pareja más popular de Hollywood. Pero es muy probable que el último de sus trabajos considerados como “obra mayor” sea la película cuya reposición motiva estas líneas.
Es que -y en esto coincidimos con la afirmación de Roumiana Deltcheva, licenciada en Filosofía y Letras e investigadora- “igual que todas las obras maestras, ‘El resplandor’ trasciende su condición de adaptación literaria para convertirse no sólo en un excelente Kubrick -con espectaculares planos aéreos, una utilización pasmosa y simbólica del color y repetidas imágenes de espejos y laberintos, todo ello realzado por una memorable partitura y el inolvidable diseño de producción de Roy Walker- sino también en un clásico del moderno cine de horror”.