Por Gustavo J. Vittori
Por Gustavo J. Vittori
Por Gustavo J. Vittori
La pregunta del título replica la que días atrás se hiciera Cristina Fernández de Kirchner ante la Asamblea Legislativa. Sólo cambia el sujeto. Ella expresó: “¿Con cuál Nisman me quedo? ¿El que nos denuncia o el que nos elogia?”. El uso de la diacronía en la atribución de sentido era otro golpe bajo contra el fallecido fiscal, cuyo cadáver es vejado a cada momento por los comentarios de la grey cristinista en su afán de agradar a la jefa. La pregunta es pertinente porque en septiembre de 2009, ante la Asamblea General de las Naciones Unidas, Cristina responsabilizó a Mahmoud Ahmadinejad -entonces presidente de Irán- por la negativa de Teherán a colaborar con la Justicia argentina para esclarecer el atentado contra la Amia de julio de 1994. En esa ocasión, también rechazó la postura del mandatario iraní que negaba -como lo sigue haciendo- el Holocausto judío. Anticipándose al discurso de Ahmadinejad, Cristina dijo desde el atril universal: “Seguramente volverá a negar tragedias históricas que Occidente ha sufrido durante el siglo XX, seguramente invocará las amenazas de otros imperialismos, seguramente también invocará a Dios. Quiero decirle que yo también, como él, creo en Dios, pero no en uno que pueda obligarnos a proferir amenazas o a no cumplir con la Justicia”. Ya en el terreno práctico, manifestó que nada había ocurrido hasta ese momento, y que este año (2009) “uno de los funcionarios (Ahmad Vahidi) fue ascendido al grado de ministro”. Se trataba de uno de los iraníes reclamados por el fiscal Alberto Nisman para que declarara en la Argentina. Dos años antes, en su último discurso como presidente argentino en la asamblea de la ONU, Néstor Kirchner había planteado el reclamo de nuestro país en un contexto de condena contra el terrorismo global, de respeto al derecho internacional y de rechazo al uso de la violencia. “No puede tolerarse la acción de los responsables del terrorismo, ni de quienes lo auspicien, financien o protejan, sean éstos personas o países”, afirmó. Y añadió que los atentados sufridos por la Argentina “están igualados por el terror a los de Madrid, Londres, Bali o Estambul”. Denunció que las maniobras de encubrimiento que sucedieron a los atentados no habían cesado, y enfatizó el interés de su gobierno por esclarecerlos. Por fin denunció ante la ONU la falta de colaboración de la República Islámica. Aquellas dos intervenciones de Néstor y Cristina ratificaron la pertenencia histórica de la Argentina a Occidente y el reclamo a Irán para que hiciera lo que nunca iba a hacer: colaborar con nuestra Justicia. Es que el atentado fue un crimen de Estado. Los involucrados han sido altos funcionarios del gobierno iraní y algunos, incluso, participaron como candidatos en el último proceso para elegir presidente. Además, para ellos el tema está resuelto desde hace años: le imputan a Israel un autoatentado. Y sanseacabó. Ésa es la verdad oficial de Irán. Por ese motivo resulta inexplicable el viraje de Cristina y de la política exterior argentina. Nadie se explica el engendro del Memorando de Entendimiento con ese país, que borraba la anterior actuación de ella y su marido. Y mucho menos la ampulosa creación de una Comisión de la Verdad. La sola enunciación de una hipotética búsqueda de la verdad junto con un negador fóbico como Ahmadinejad es un dislate. Algo así como intentar lograr la cuadratura del círculo. Yussef Khalil, en una de las escuchas de sus conversaciones con D'Elía, facilita la comprensión: “Es puro piripipí”. Por fin el castillo de naipes se derrumbó. En Irán hubo cambio de gobierno, Ahmadinejad cayó en desgracia y el tratado entre ambos países jamás se firmó (por eso no tuvo consecuencias económicas). Peor aún, hoy Irán negocia con los EE.UU., y la Argentina, desde afuera, hace señas como el penado 14. El problema del gobierno de Cristina, que insiste con la defensa del Memorando caído -porque ella jamás se equivoca-, es que la argumentación presidencial es inverosímil, en tanto que la denuncia de Nisman sobre el trasfondo de la decisión de impulsar el acuerdo es verosímil, más allá de que logre probarse. Tan verosímil como el asesinato de Nisman en vísperas de la ampliación de su denuncia por encubrimiento contra la presidente y actores de reparto, cuando se encontraba bajo la protección del Estado nacional. Por eso la tesis del suicidio, que la bancada oficialista del Frente para la Victoria en Diputados sostuvo en tropel al día siguiente del descubrimiento del cadáver, adquiere en perspectiva otra significación. Desde ese día hasta ahora, a Nisman lo han matado mil veces las voces denigratorias del oficialismo. No hay piedad para quien se atrevió a denunciar a la jefa. Es inverosímil que un fiscal se suicide con un arma de sicarios y se autoinfiera el sufrimiento adicional de la agonía. También es inverosímil que fuerce un incómodo ángulo de tiro para quitarse la vida. Tan inverosímiles como el fallido Memorando de Entendimiento. En realidad, Nisman siguió con la tarea. La que giró 180 grados fue la presidente. Por eso, tomando prestada la pregunta de la presidente ante el Congreso, y cambiando el sujeto: ¿Con cuál Cristina me quedo? ¿Con la que responsabilizaba a la República Islámica de falta de colaboración, o la que decidió negociar con ella?